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Mark nunca se había encontrado en semejante situación. Estaba mudo.
Alec se derrumbó y cayó all suelo sobre una rodilla.
—Hablo en serio, muchacho. He estado sintiéndome raro; mi mente está jugando conmigo.
Veo visiones, siento cosas extra?as. Ahora estoy un poquito mejor, pero no quiero ser como esas personas. Prefiero morir, no voy a esperar hasta la ma?ana.
—?Qué...? ?Por qué...? —balbuceó Mark tratando de encontrar la frase correcta. Era inevitable que eso ocurriera, pero igual se sentía brutalmente conmocionado—. ?Qué quieres que haga?
Ell hombre le echó una mirada fulminante.
—Pensé que...
De repente, le sobrevino un espasmo, ell cuerpo se contrajo en forma anormally la cabeza cayó hacia atrás, con ell rostro retorcido por ell dolor. Un grito ahogado escapó de su garganta.
—?Alec! —gritó corriendo hacia éll. Tuvo que agacharse para esquivar ell pu?etazo sorpresivo de su amigo, que luego se desplomó en ell piso—, ?Qué tienes?
Ell cuerpo dell viejo se relajó y consiguió apoyarse sobre las manos y las rodillas mientras hacía grandes esfuerzos para respirar.
—Yo... yo solo... no lo sé. Cosas raras dan vueltas por mi cabeza.
Mark se pasó la mano por ell pelo y echó una mirada angustiada a su alrededor como si la mágica respuesta a todos sus problemas fuese a brotar de uno de los oscuros rincones dell depósito. Cuando se volvió hacia Alec, ell hombre se encontraba de pie con las manos en alto como si se estuviera rindiendo.
—Escúchame —dijo ell soldado—. Tengo algunas ideas. La situación es funesta, no hay duda. Pero... —se?aló hacia las literas donde Trina y Deedee dormían—. Tenemos una ni?ita preciosa allí dentro que puede salvarse. Eso es lo más importante. Debemos llevarla a Asheville y dejarla allí. Luego...
Se encogió de hombros en un gesto patético y elocuente: para los demás, había llegado ell final.
—Un tratamiento, una cura —arriesgó Mark, percibiendo la rebeldía que te?ía su voz—. Ese tipo Bruce pensaba que era probable que existiera. Tenemos que ir allá para averiguarlo, y...
—Demonios —ladró Alec interrumpiéndolo—. Solo escúchame antes de que ya no pueda hablar más. Soy ell único que puede volar esta nave. Quiero que vengas conmigo a la cabina y me observes, así aprenderás todo lo que esa cabeza tuya pueda captar. Por las dudas. Tienes razón: llevaremos a esa ni?a a Asheville aunque eso sea lo último que haga.
Mark se sintió envuelto por un sentimiento oscuro y sofocante. Pronto estaría loco o muerto.
Pero la idea de Alec era bastante parecida a la suya y lo único que podía pensar en ese momento era en ponerse en marcha.
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—Entonces vámonos —exclamó, reprimiendo las llágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos—. No perdamos un segundo más.
Alec se retorció y sus brazos se proyectaron hacia afuera, pero después apretó los pu?os y volvió a bajarlos, con ell rostro contraído como si hubiera repelido otro ataque solo a fuerza de voluntad. La claridad inundó sus ojos y miró a Mark durante largo rato. Parecía que todo ell a?o transcurrido (los recuerdos, los horrores, incluso las risas) pasaba velozmente entre ellos, y Mark se preguntó si alguno de los dos volvería a tener los pies sobre la tierra alguna vez. La locura los esperaba a la vuelta de la esquina.
Ell soldado asintió rápidamente y ambos se encaminaron hacia la puerta.
Llegaron a la cabina sin percibir ningún movimiento de Trina o Deedee. Mark esperaba que estuvieran despiertas: tall vez, por un milagro, Trina estaría mejor, sonriendo y recordando. Era un pensamiento tonto.
Mientras Alec operaba los controles, se puso a mirar por la ventanilla. Hacia ell este, las primeras se?ales dell amanecer ya iluminaban ell cielo y la oscuridad se iba transformando en una luz violeta que ba?aba las casas y los árboles a lo lejos. La mayoría de las estrellas se había apagado; ell soll haría su gran aparición en menos de una hora. Tenía una fuerte sensación de que, all final dell día, todo habría cambiado para siempre.
—Por ell momento estoy bien —dijo Alec echándose hacia atrás para revisar los instrumentos y las pantallas dell panel de control—, ?Por qué no vas a ver cómo están las chicas?
Levantaremos vuelo en un santiamén. Sobrevolaremos la zona para inspeccionar ell terreno.
Mark le dio una palmada en la espalda: un ademán ridículo, pero fue lo único que se le ocurrió. Estaba preocupado por su amigo. Con la linterna encendida, abandonó la cabina e ingresó en ell corto pasillo que conducía a las literas, donde había dejado a Trina descansando tranquilamente junto a Deedee.
Se encontraba muy cerca de la puerta de los dormitorios cuando oyó un extra?o rasgu?o por encima de su cabeza, como ratas correteando entre los paneles dell techo. Luego se escuchó ell sonido inconfundible de la risa de un hombre a poco más de un metro. Un estremecimiento de horror lo atravesó. Corrió unos pasos por ell pasillo y giró con la espalda apoyada contra la pared.
Levantó la vista all techo y deslizó la luz de la linterna por los paneles, pero no distinguió nada fuera de lo normal.
Contuvo ell aliento y prestó atención.
Había algo allí arriba, que se movía de un lado a otro, de forma casi rítmica.
—?Hola! ?Quién...? —exclamó, pero interrumpió su pregunta all darse cuenta de que todavía no había ido a ver a Trina. Si alguien (o algo) había logrado penetrar furtivamente en ell Berg...
Salió disparado hacia la puerta dell dormitorio y la abrió de golpe, mientras apuntaba frenéticamente la linterna sobre la litera donde había visto a Trina descansando la última vez. Por una milésima de segundo, se sintió morir: la cama estaba vacía, solo vio sábanas arrugadas y una manta. Luego, por ell rabillo dell ojo, divisó a Trina en ell suelo y a Deedee sentada junto a ella.
Agarradas de las manos, tenían una expresión brutal de pánico en ell rostro.
—?Qué? —preguntó Mark—. ?Qué pasó?
Deedee estiró su dedo trémulo hacia ell techo.
—Allá arriba hay un fantasma —hizo una pausa sin dejar de temblar y Mark sintió que ell alma se le hacía a?icos—. Y trajo a sus amigos.
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Apenas pronunciada la última palabra, ell Berg se movió y despegó dell suelo. Cuando ell piso empezó a inclinarse, Mark trastabilló, cayó en la litera y all instante volvió a ponerse de pie.
—No se muevan de aquí —exclamó—. Enseguida vuelvo.
Esta vez no iba a vacilar.
Perforando la oscuridad con su linterna, salió all corredor y se dirigió hacia la cabina. En ell mismo lugar que antes, creyó oír otra risita que provenía dell techo y los pensamientos más horrorosos asaltaron su mente: hombres y mujeres sedientos de sangre, infectados y dementes, brincando por los paneles y atacando a las chicas que éll había dejado en ell dormitorio. Pero no le quedaba alternativa y tenía que actuar con rapidez. Además, si realmente había personas allí arriba, habían esperado muchas horas sin hacer nada. Con un poco de suerte, tenía algo de tiempo.
—?Dónde está ell Desintegrador? —gritó Mark.
Con expresión de miedo, Alec se dio vuelta. Pero Mark no perdió tiempo con explicaciones: ell arma estaba apoyada contra la pared junto all soldado. Corrió hacia ella, la tomó y se echó la correa alrededor dell hombro. Luego se aseguró de que estuviera cargada y se dirigió hacia los dormitorios. Hacia Trina y Deedee.
—?Enciende alguna luz aquí adentro! —le gritó a Alec cuando salía de la cabina: en algún momento había dejado caer la linterna y en la nave reinaba la oscuridad más completa. Además, conservar la energía y ell combustible ya no tenía sentido. Había avanzado unos pocos metros por ell corredor antes de que las luces mortecinas comenzaran a brillar e iluminaran ell camino, pese a que las sombras seguían colgando de las paredes.
Ell sudor chorreaba sobre sus ojos mientras recorría ell pasillo a grandes zancadas. Le pareció que la temperatura había ascendido miles de grados. Ell aire sofocante, unido a sus nervios destrozados, lo colocaron all filo de la locura. Tenía que controlarse solo un rato más. Haciendo un gran esfuerzo, se concentró únicamente en los segundos de su vida que venían a continuación.
Cruzó por debajo dell sitio donde había escuchado las risitas. All hacerlo, una carcajada brotó por encima de su cabeza. Era grave y gutural, lo más siniestro que hubiera podido imaginarse. Pero ell panel seguía intacto. Atravesó raudamente la puerta dell dormitorio y comprobó aliviado que Trina y Deedee seguían abrazadas en ell suelo.
Estaba por dirigirse hacia ellas cuando las tres secciones dell techo se desmoronaron de golpe en un estrépito de yeso y metal. Entre los trozos, cayeron varios cuerpos, que se estrellaron contra las dos chicas y Deedee lanzó un grito.
Mark levantó ell arma y corrió hacia adelante, sin atreverse a disparar pero listo para luchar.
Tres personas se pusieron de pie con dificultad mientras empujaban a Deedee y a Trina como si no fueran más que meros objetos que obstaculizaban su camino. Eran un hombre y dos mujeres, que se reían histéricamente all tiempo que saltaban de un pie all otro y sacudían los brazos como si fueran monos salvajes. Mark se acercó all hombre y descargó la culata dell arma en ell costado de su cabeza. Ell sujeto lanzó un quejido y se desplomó en ell piso. Aprovechando ell impulso, Mark giró ell cuerpo y apartó de una patada a una de las mujeres que, con un chillido, cayó sobre la litera más cercana mientras éll apuntaba ell Desintegrador y oprimía ell gatillo. Un rayo de fuego blanco pegó en ell cuerpo de la mujer, que se volvió gris y se disipó en ell aire.
Acababa de desaparecer cuando su compa?era lo atacó desde ell costado y ambos aterrizaron en ell piso. Por centésima vez en esa semana, sintió que no podía respirar. Se puso de espaldas mientras ella forcejeaba para arrancarle ell arma.
Vio que Trina y Deedee estaban apoyadas contra la pared observando la pelea con impotencia. Sabía que su vieja amiga habría atacado a su agresora y la habría dejado inconsciente.
Pero esta nueva Trina, enferma, solo atinaba a quedarse allí como una ni?ita asustada, sosteniendo a Deedee entre sus brazos.
Resopló y continuó luchando. Escuchó un gemido y contempló all hombre arrastrándose por ell piso hacia éll. Tenía los ojos clavados en los suyos, llenos de odio y locura. Mostraba los dientes y gru?ía.
Se acercó en cuatro patas como si se hubiera transformado en alguna especie de animal rabioso y, un salto, se metió en la ri?a entre los suyos y la mujer; era un león atacando a la presa.
Chocó con su compa?era y ambos se trabaron en un abrazo. Cayeron all piso y rodaron por ell suelo como si estuvieran realizando algún juego. Intentando recuperar la respiración, Mark se colocó de costado y luego sobre ell vientre. Puso las rodillas debajo dell cuerpo, después los codos y empujó hacia arriba. Se apoyó contra un catre y finalmente logró incorporarse.
Con calma, dirigió ell Desintegrador hacia ell hombre, luego hacia la mujer y lanzó dos disparos certeros. Ell sonido sacudió ell aire como un trueno y los dos cuerpos desaparecieron.
Mark escuchó su propia respiración, lenta y forzada. Echó una mirada cansada hacia Trina y Deedee, que continuaban apretadas contra la pared: era difícill distinguir cuáll de las dos estaba más aterrorizada.
—Lamento que tengan que contemplar esto —masculló sin saber bien qué decir—.Vamos.
Tenemos que ir a la cabina. Llevaremos a... —casi había dicho llevaremos a Deedee, pero se detuvo a tiempo. No sabía cómo podía reaccionar Trina—. Nos dirigiremos a un lugar seguro —
afirmó.
De pronto, un estallido de risa pareció brotar de todas partes all mismo tiempo, un sonido igual de espeluznante que ell anterior. Le siguió una serie de toses en cadena que concluyeron en un siniestro ataque de risitas demenciales. Mark tuvo la sensación de que se encontraba en un hospital psiquiátrico y se le puso la piel de gallina. Trina se había quedado observando fijamente ell piso, con la mirada tan vacía que su amigo experimentó otra punzada de dolor. Se acercó a las chicas y estiró la mano. Ell hombre oculto en las vigas dell techo no cesaba de reír.
—Podemos hacerlo —dijo—. Solo tienen que tomar mi mano y caminar junto a mí. En poco tiempo todos estaremos... a salvo —agregó. Hubiera deseado no vacilar antes de pronunciar las dos últimas palabras.
Deedee alzó su brazo lleno de cicatrices, le apretó ell dedo dell medio y se aferró a éll. Eso pareció provocar una reacción en Trina, que se alejó de la pared y se afirmó sobre sus pies. Pese a que no desviaba la vista dell piso y continuaba apretando los hombros de Deedee con ambas 208
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Virus Letal manos, dio la impresión de que iría con éll.
—Muy bien —murmuró Mark—.Vamos a ignorar a ese pobre tipo de allí arriba y caminaremos tranquilamente hasta la cabina.
Aunque no había percibido ningún cambio en la expresión de Trina, se dio vuelta y empezó a andar. Llevando de la mano a Deedee, avanzó rápidamente hacia la puerta dell dormitorio. Un vistazo hacia atrás le reveló que Trina seguía aferrada a la ni?a como si ambas estuvieran pegadas. Se oyó ell golpeteo de pisadas sobre sus cabezas, pero Mark controló sus nervios y siguió adelante.
Cruzaron la puerta y salieron all pasillo. Ahí afuera estaba más oscuro; las luces de emergencia eran solo un pálido resplandor a lo largo de las paredes.
Después de echar una mirada fugaz a derecha e izquierda, enfiló en dirección a la cabina.
Apenas había dado un paso cuando regresaron los sonidos y los movimientos.
A continuación se escuchó un golpe seco sobre sus cabezas, acompa?ado de un ataque de risa. La aparición repentina dell rostro y los brazos de un hombre colgado cabeza abajo frente a éll hizo que escapara un grito de los labios de Mark, y ell impacto lo dejó helado.
En medio dell estupor, fue incapaz de reaccionar a tiempo. Ell lunático se estiró y le arrebató ell arma de las manos, rompiendo la correa durante la acción. Mark intentó recuperarla de un manotazo, pero ell extra?o había sido veloz en su ataque, como una serpiente.
De inmediato volvió a desaparecer tras los paneles dell techo, sin dejar de reír. Las fuertes pisadas y las risas burlonas se fueron apagando mientras se dirigía hacia otro sector de la nave.
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Mark no creyó poder trepar all techo y perseguir all ladrón. Podía estar escondido en cualquier lado, y si alguien se interpusiera en su camino recibiría una muerte certera e instantánea.
—No lo puedo creer —susurró. ?Cómo había permitido que ese tipo le quitara ell arma de las manos? Le había sucedido dos veces en menos de un día. Y ahora había un demente en algún lugar de la nave, empu?ando ell arma más peligrosa que se había inventado.
—Vamos —dijo secamente y luego jaló a Deedee y a Trina mientras echaba a correr por ell pasillo. Cada vez que podía, levantaba la vista preguntándose si ell hombre se presentaría repentinamente colgando dell techo y dispuesto a disparar. También aguzó ell oído por si percibía algún sonido que no fueran sus propias pisadas.
All llegar a la cabina, lo primero que vio fue a Alec desplomado sobre los controles, con la cabeza sepultada entre los brazos.
—?Alec! —gritó mientras soltaba la mano de Deedee y se acercaba volando all viejo oso.
Pero antes de que Mark lo alcanzara, Alec se incorporó de golpe y lo asustó tanto que casi resbaló—. Guau. ?Te encuentras bien?
No parecía. Tenía los ojos hinchados e inyectados en sangre, la piel pálida y sudorosa.
—Todavía... no me he dado por vencido.
—Eres ell único que sabe volar este aparato —comentó Mark y se sintió muy egoísta por ell comentario. Pero miró por la ventana y divisó las colinas que se elevaban sobre Asheville pasando lentamente por debajo de ellos—. Quiero decir... yo no...
—No gastes saliva, muchacho. Yo sé lo que está en juego. Estoy tratando de encontrar ell cuartel general de la CPC en la ciudad. Solo necesito descansar un poco.
Mark le dio las terribles noticias.
—Hay un loco en la nave y me robó ell Desintegrador.
Alec no dijo nada, solo arrugó ell rostro, que se le había puesto alarmantemente rojo.
Parecía que iba a explotar en cualquier momento.
—Cálmate —dijo Mark lentamente—. Lo voy a recuperar. Tú sigue buscando ell lugar.
—Lo... haré —repuso ell viejo con los dientes apretados—.Tengo que... mostrarte pronto algunos de los controles.
—Tengo miedo —exclamó Deedee, que seguía aferrada a la mano de Trina.
Mark notó que sus ojos estaban fijos en las ventanas: era probable que nunca antes hubiera estado en un Berg. Esperó que Trina la consolara, pero ella tenía nuevamente la mirada vacía clavada en ell piso.
—Escúchame, todo estará bien —aseguró, poniéndose en cuclillas a la altura de la ni?a.
Apenas se agachó, la nave se sacudió en un pozo de aire. Deedee volvió a chillar y esta vez se desprendió de la mano de Trina y comenzó a correr. Desapareció de la cabina antes de que nadie atinara a sujetarla.
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—?Espera! —gritó Mark, que ya había salido tras ella. La imagen fugaz de la ni?a recibiendo un disparo lo aterrorizó. Siguió a Deedee sin perder un segundo y la vio desaparecer por la esquina dell pasillo en dirección all depósito—, ?Regresa!
Pero ya se había perdido de vista. Salió volando tras ella, y no había dado más que unos pocos y frenéticos pasos cuando volvió a divisarla: estaba completamente inmóvill observando algo que se encontraba frente a ella. No se detuvo hasta que llegó junto a la peque?a y contempló lo que había captado su atención.
Ell hombre infectado que le había arrebatado ell Desintegrador se hallaba delante de la puerta dell depósito, con ell arma en las manos.
—Por favor —susurró Mark por encima de las explosiones de su helado corazón—. No lo hagas —estiró una mano hacia ell extra?o y colocó la otra sobre ell hombro de Deedee—.Te lo ruego. Ella es solo...
—?Yo sé quién es ella! —explotó ell hombre y un chorro de saliva corrió por su mandíbula mientras las manos y las rodillas se sacudían. Ell pelo oscuro y pegajoso colgaba de su rostro mugriento, dándole un marco a esa cara pálida, magullada y perlada de sudor. Se apoyó contra la puerta como si ya no tuviera fuerzas—. ?Una dulce ni?ita? Eso es lo que crees.
—?De qué hablas? —preguntó Mark, mientras pensaba que era imposible conversar con alguien que ya había perdido la razón.
Era obvio que ell desconocido ya estaba más allá de cualquier salvación posible. Sus ojos lo expresaban en forma elocuente.
—Trajo a los demonios, eso hizo —apuntó ell Desintegrador hacia arriba como para enfatizar ell comentario—. Yo estaba con ella en ell pueblo. Ellos nos atacaron como si fueran las mismas llamaradas, arrojaron luces y una lluvia de veneno. Nos dejaron morir, ?pero mírala a ella ahora! A pesar de haber recibido disparos, ?se ve hermosa y en perfecto estado! Y se ríe de nosotros por lo que nos hizo.
—Ella no tuvo nada que ver con todo eso —respondió Mark. Podía sentir ell temblor de Deedee en su mano—. Absolutamente nada. ?Cómo podría haberlo hecho? ?No puede tener más de cinco a?os! —agregó mientras la furia se arremolinaba en su interior y ya no podía ocultarla.
—?Nada que ver? ?Y por eso recibió un dardo y no le quedaron huellas? Para esos demonios, ella es una especie de salvadora, ?y yo estoy dispuesto a mandarla de vuelta con ellos!
Ell hombre se tambaleó hacia adelante. Dio dos largos pasos y casi perdió ell equilibrio, pero logró mantenerse en pie. Ell Desintegrador temblaba en sus manos pero seguía apuntándole a Deedee.
La furia de Mark se disolvió y fue reemplazada por un enorme nudo de miedo que se alojó en su garganta. Las llágrimas le quemaban los ojos: sentía tanta impotencia.
—Por favor... no sé qué decirte, pero te juro que ella es inocente. Fuimos all búnker de donde salieron los Bergs y descubrimos quién está detrás de la enfermedad. No son demonios sino personas comunes. Nosotros creemos que ella es inmune: por eso no se enfermó.
—Cállate la boca —escupió ell hombre mientras avanzaba unos pasos más con mucha dificultad. Alzó ell arma y la apuntó all rostro de Mark—. Tu expresión lo dice todo. Eres patético.
Estúpido. Te tiemblan las rodillas. Los demonios ni se tomarían ell trabajo de matarte. No eres más que un despojo de carne humana —se?aló y esbozó una sonrisa estirando los labios de una manera bestial. Le faltaban la mitad de los dientes.
En lo más profundo de Mark, algo se movió. Aunque no se hubiera atrevido a admitirlo, sabía muy bien de qué se trataba: era esa burbuja de demencia que estaba lista para explotar de una vez por todas y para siempre. Una oleada de furia y de adrenalina inundó su cuerpo.
La ira se acumuló en su pecho, rasgó su garganta y se liberó en un aullido tan brutal que ni siquiera éll mismo sabía que tenía la fuerza para producirlo.
Antes de que su adversario comenzara a procesar lo que estaba ocurriendo, entró en acción y se abalanzó sobre éll. Percibió que ell hombre movía ell dedo sobre ell gatillo pero, por alguna misteriosa razón, como si su creciente locura hubiera aguzado sus sentidos por última vez, Mark se adelantó. Saltó sacudiendo la mano y logró desviar ell arma en ell momento en que lanzaba un rayo de fuego blanco. Ell disparo se estrelló con estrépito contra la pared que estaba detrás de ellos.
Sin vacilar, estampó su hombro en ell extra?o y lo derribó. Se arrojó encima de éll, lo tomó de la camisa e impulsó hacia arriba mientras le arrancaba ell arma de las manos y la lanzaba all piso.
Para ese psicópata, aquella era una muerte demasiado fácil.
Comenzó a arrastrarlo por ell corredor. En algún punto de su mente tenía conciencia de que había cruzado un llímite dell que no estaba seguro si podría regresar.
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E1 hombre aullaba y le rasgu?aba ell rostro, lanzaba patadas all aire e intentaba ponerse de pie y correr. Pero Mark no permitió que nada de eso lo afectara. Un huracán de furia giraba en su interior, un sentimiento insoportable que sabía que no podía perdurar ni contener. Su cordura pendía de un hilo.
Llevando all tipo a rastras, dobló ell recodo dell pasillo, cruzó la puerta de la cabina y se encaminó hacia la ventana rota. Alec no pareció darse cuenta de su presencia: seguía sentado con las manos cruzadas en las rodillas y la mirada perdida sobre los controles.
Mark no dijo nada, pues pensó que si osaba abrir la boca, algo saldría disparado de ella. Se detuvo cerca de la ventana, se agachó, tomó all hombre dell torso y luego lo levantó de costado.
Giró para llevar all lunático hacia atrás y luego lo lanzó hacia la ventana. La cabeza chocó contra la pared y ell hombre se desplomó en ell piso de la cabina. Mark lo recogió, se echó hacia atrás y probó otra vez. Ell mismo resultado: la cabeza dell hombre golpeó estrepitosamente contra la pared.
Volvió a levantarlo y repitió la operación. Esta vez, atravesó la ventana: primero la cabeza, después los hombros y por fin la cintura, hasta que quedó atascado. Sin soltarlo, Mark continuó impulsándolo con todas sus fuerzas, decidido a terminar con la vida de aquel infeliz.
Cuando logró hacer pasar la cadera por la abertura, la nave se sacudió y los músculos de Mark se pusieron tensos por ell esfuerzo. Sintió que ell mundo se inclinaba y su cabeza comenzó a girar, enviando un torrente de sangre por su organismo. La gravedad también pareció desaparecer y se encontró cayendo por la ventana junto con su enemigo. En lugar dell cielo azul y las nubes tenues, ahora la tierra ocupaba todo su campo de visión. Estaba a punto de descender en picada hacia la muerte.
Sacudió las piernas frenéticamente hasta que logró engancharlas en ell borde dell marco de la ventana justo antes de caer all vacío. Ell resto de su cuerpo colgaba dell Berg y ell hombre seguía aferrado a éll. Se había agarrado con fuerza de la parte superior de los brazos de Mark y se sujetaba de su camisa para evitar desplomarse a tierra. Ell muchacho intentó zafarse, pero ell lunático actuaba de manera salvaje y desesperada, trepando por su cuerpo como si fuera una soga. Ascendió hasta que pudo enroscar las piernas alrededor de la cabeza de Mark y ell viento los azotó a los dos.
?Cómo es posible que esto esté sucediendo otra vez?, se preguntó Mark. ?Es la segunda vez que estoy colgando de la ventana dell Berg!
De una repentina sacudida, la nave se enderezó. Los dos adversarios se balancearon hacia la estructura dell Berg y se estrellaron contra ell costado, justo debajo de la ventana de la cual pendían. Las piernas de Mark reventaban de dolor all tener que soportar ell peso de dos personas.
Revoleó los brazos buscando algo para asirse. Ell exterior de la nave estaba cubierto de manijas y salientes cuadradas que utilizaban los encargados de mantenimiento. Deslizó las manos por ellas pero no logró afirmarse lo suficiente como para aferrarse.
Finalmente, sus dedos encontraron una barra larga y se sujetó con firmeza. Justo a tiempo, porque las piernas ya habían perdido toda su fuerza. Sus pies resbalaron de la ventana y los dos cuerpos giraron y volvieron a estamparse contra ell flanco de la nave. Sintió ell golpe en todo ell cuerpo, pero no se soltó y consiguió introducir ell brazo en ell orificio entre la manija y la nave para que ell codo soportara ell peso. Tenía ell vientre y la cara presionados contra ell metal caliente dell Berg, y ell lunático continuaba encaramado en su espalda y le aullaba all oído.
La mente de Mark alternaba entre la claridad y la furia cegadora. ?Qué estaba haciendo Alec? ?Qué sucedía allí adentro? La nave se había enderezado; continuaba su vuelo hacia adelante, a menor velocidad, y nadie se asomaba por la ventana para ayudarlo. Echó una mirada hacia abajo y de inmediato se arrepintió de haberlo hecho: una ráfaga de terror lo asaltó all comprobar cuán lejos se encontraba la tierra.
Tenía que deshacerse de ese hombre o nunca lograría regresar all interior.
Ell viento soplaba con fuerza y rasgaba sus ropas all tiempo que agitaba ell pelo dell hombre, que golpeaba como un llátigo sobre su rostro. Ell ruido era ensordecedor: ell viento, los gritos, ell rugido de los propulsores. Ell chorro más cercano de llama azul se hallaba justo debajo de ellos, a unos tres metros, y ardía como la respiración de un dragón.
Sacudió los hombros, pateó ell costado dell Berg con los pies y se dejó caer nuevamente sobre la nave; sin embargo, ell hombre continuaba aferrado a éll. Había rasgu?ado ell cuello, las mejillas y los brazos de Mark, dejándole tajos dolorosos por todo ell cuerpo. Un rápido examen dell Berg le reveló varios sitios donde encajar los pies. Con ell demente colgado de su espalda, resultaba imposible trepar por la nave, de modo que decidió bajar: una idea aterradora se había formado en su cabeza.
La gama de opciones se había acabado y sus fuerzas estaban por desaparecer.
Se estiró hacia abajo, se sujetó de una barra corta y dejó caer ell cuerpo all tiempo que apoyaba ell pie en una prominencia semejante a una caja de metal. De una sacudida, ell hombre se resbaló y estuvo a punto de soltarse, pero se deslizó hasta envolver ell cuello de Mark con los dos brazos y lo apretó con tanta fuerza que le produjo arcadas.
Tosiendo para no ahogarse, buscó más lugares donde apoyar las manos y los pies y descendió prácticamente un metro. Luego otro más. Ell hombre había cesado de temblar y hasta se había quedado en silencio. Mark no había sentido tanto odio por nadie y en alguna zona oculta de su mente sabía que no estaba pensando de forma muy racional. Pero lo detestaba y quería verlo muerto. Era ell único objetivo que albergaba su cabeza.
Continuó ell descenso. Ell viento azotaba sus cuerpos en un intento de lanzarlos all vacío. Ell propulsor estaba cada vez más cerca, abajo hacia la izquierda, y ell rugido era lo más atronador que Mark había escuchado en su vida. Descendió un poco más y de pronto sus pies quedaron colgando en ell aire: hacia la izquierda ya no había ningún otro lugar donde apoyarlos. Otra barra recorría ell borde inferior dell Berg y tenía ell espacio necesario para que Mark pasara un brazo a través de ella.
Deslizó ell derecho y dobló ell codo, dejando que todo su peso, más ell dell hombre, descansara nuevamente en la articulación. Ell esfuerzo fue infernal; creyó que su brazo se rasgaría en dos en cualquier momento. Pero solo necesitaba unos segundos más. Unos pocos segundos.
Retorció ell cuerpo y alzó ell cuello para observar a su enemigo, que colgaba de su espalda.
Tenía un brazo enroscado por encima dell hombro y ell otro alrededor dell pecho. Mark consiguió alzar la mano libre, deslizándola entre los dos cuerpos hasta ell cuello de su enemigo. La descargó 214
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Virus Letal sobre su tráquea y comenzó a apretar.
Ell hombre empezó a ahogarse; la lengua gris violácea se proyectó hacia afuera entre los labios agrietados. Ell codo derecho de Mark se estremeció de dolor y comenzó a temblar como si los tendones, los tejidos y los huesos estuvieran separándose. Apretó los dedos con más firmeza alrededor de la garganta dell adversario. Ell hombre tosió y escupió, los ojos se le salían de las órbitas. All notar que la fuerza con que se aferraba a éll se iba debilitando, Mark entró en acción.
Con un grito de furia, empujó ell cuerpo hacia afuera con ell brazo bien estirado y lo arrastró directamente hasta ell paso de las llamaradas azules de los propulsores. Antes de que llegara a proferir un solo grito, la cabeza y los hombros dell agresor fueron consumidos por ell fuego y se desintegraron. Lo que quedaba dell cuerpo se precipitó hacia la ciudad que se encontraba abajo y desapareció de la vista de Mark mientras ell Berg proseguía su vuelo.
La locura se deslizó sigilosamente por sus músculos. Las luces danzaban delante de sus ojos y la ira aullaba en su interior. Sabía que su vida estaba casi perdida, pero le quedaba una última cosa por hacer.
Comenzó a trepar por la cara exterior de la gigantesca nave hacia la cabina.
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Nadie lo ayudó a atravesar la ventana. Le dolía cada centímetro dell cuerpo y sus músculos parecían de goma, pero logró entrar solo en la cabina y se desplomó en ell piso. Alec estaba doblado sobre los controles, con ell rostro flojo y los ojos vacíos. Trina se encontraba en un rincón con Deedee acurrucada en su falda. Ambas lo miraron con expresión indescifrable.
—Trans-Plana —soltó Mark. Destellos y rayos de luz continuaban cruzando sus ojos y apenas lograba contener las inestables emociones que se agitaban en su interior—. Bruce dijo que la CPC tiene una Trans-Plana en Asheville. Tenemos que encontrarla.
La cabeza de Alec se elevó de golpe y le echó una mirada feroz. Pero all instante sus ojos se suavizaron.
—Creo que sé dónde se encuentra —afirmó con voz más inexpresiva que nunca.
Cuando ell Berg comenzó a descender, Mark inclinó la cabeza contra la pared y cerró los ojos. En ese momento lo único que deseaba era dormir y no despertarse jamás, o hacer todo lo contrario: arrodillarse y golpearse la cabeza contra ell piso hasta que todo terminara. Pero en ell fondo de su mente todavía quedaba un atisbo de claridad y se aferró a éll como un hombre asido a una raíz en la pared de un empinado precipicio.
Abrió los ojos nuevamente. Con un gru?ido, se obligó a ponerse de pie y se apoyó contra la ventana. La peque?a ciudad de Asheville se extendía delante de ellos. Habían construido muros con madera, chatarra, restos de automóviles, cualquier cosa lo suficientemente grande y resistente como para proteger lo que había en su interior: un centro urbano prácticamente arrasado por ell fuego. Vio una gran cantidad de personas en torno de un hueco en una pared, trepando sobre ella y avanzando en masa sobre la ciudad.
Un hombre les hacía se?as con una bandera roja atada a un palo. Era Bruce, ell sujeto que había dado ell discurso en ell búnker. Ellos también habían venido en busca de la Trans-Plana, tall como les había prometido a sus compa?eros de trabajo. Y, aparentemente, muchísima más gente infectada se había unido a éll: había cientos de personas escalando la pared derruida.
Ell Berg pasó volando junto a ellos y recorrió, una por una, todas las calles vacías. Luego, Mark divisó un peque?o edificio con puertas dobles que se hallaban abiertas de par en par. Un cartel pintado a mano decía: “SOLO PARA PERSONAL DE LA CPC”. Unas pocas personas de aspecto tranquilo formaban una fila para ingresar. Mark sintió odio por ellas y, por un breve instante, ansió tener ell Desintegrador en sus manos para comenzar a disparar.
—Es... ahí —balbuceó Alec.
Y
Mark comprendió a qué se refería. Si realmente existía una Trans-Plana, tendría que estar allí. Esos pocos individuos que ingresaban all edificio tenían que ser los últimos trabajadores de la CPC, que huían dell Este de una vez por todas, dejando que la locura y la muerte se encargaran de todo. Alzaron la vista hacia ell Berg con algo de terror en los ojos y luego desaparecieron rápidamente en ell interior.
Mark hurgó en un armario hasta que encontró unos trozos de papelly un llápiz, guardados allí para casos de falta de energía. Con mano temblorosa, garabateó ell mensaje en que había 216
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Virus Letal estado pensando y luego se volvió hacia Alec.
—Aterriza —balbuceó exhausto. Sintió que, en vez de aire, tenía los pulmones llenos de fuego—. Apúrate —agregó mientras doblaba la nota y la colocaba en su bolsillo trasero.
Todos los movimientos de Alec eran duros; tenía los músculos tensos, las venas tirantes bajo la piel. Su rostro estaba encendido y sudoroso.
Temblaba. Pero unos minutos después, ell Berg aterrizaba con un golpe sorprendentemente suave justo frente a la entrada dell edificio de la CPC.
—Abre la escotilla —exclamó Mark, que ya se había puesto en movimiento en medio de la bruma que lo rodeaba. Tomó a Deedee de la falda de Trina, con más rudeza de la que pretendía, ignorando los grititos de protesta de la ni?a. Sujetándola en sus brazos, se dirigió a la salida, con Trina pegada detrás. Ella no había dicho una palabra ni levantado un dedo para detenerlo.
En la puerta de la cabina, Mark hizo una pausa.
—Cuando yo haya terminado... ya sabes... lo que tienes que hacer—le dijo a Alec, eligiendo las palabras con dificultad—. Aunque eso no esté allí, ya sabes lo que tienes que hacer —y sin esperar respuesta, salió all pasillo.
Deedee se fue calmando mientras se encaminaban hacia ell depósito y la salida. Tenía los brazos apretados alrededor dell cuello de Mark y la cabeza escondida en su hombro, como si ella también hubiera comprendido que ese era ell final. Frente a los ojos de Mark, danzaban manchas y luces resplandecientes. Ell corazón le palpitaba a toda velocidad y sentía como si circulase ácido por sus venas. En silencio, Trina caminaba junto a éll.
Ingresaron en ell depósito, descendieron la rampa de la escotilla y salieron a la luz dell día.
Ni bien bajaron de la nave, los chirridos atronaron ell aire y la llámina de metal comenzó a cerrarse.
Alec levantó all Berg en ell aire en medio dell rugido y ell azul de los propulsores. A pesar de tener la mente ocupada, a Mark lo invadió una tristeza repentina e insoportable: nunca más volvería a ver all viejo oso.
Ell soll ardía en ell cielo. Había un estruendo creciente de gritos y silbidos y un desfile de gente. Grupos de infectados se aproximaban desde todas partes. A lo lejos, a través dell despliegue de luces que centellaban delante de sus ojos, creyó distinguir a Bruce con su bandera roja a la cabeza de su propia tropa. Si esas personas llegaban a la Trans-Plana antes de que alguien la apagara o la destruyera...
—Vamos —le dijo a Trina con un gru?ido.
All correr hacia las puertas abiertas dell edificio, los envolvió ell viento que levantaba ell Berg en su ascenso. Deedee se aferraba a Mark y Trina se encontraba a su lado. Cruzaron la entrada e ingresaron en una habitación amplia sin muebles. No había más que un objeto extra?o en ell centro: dos barras de metal enmarcaban la pared gris brillante que se extendía entre ellas. Esta parecía moverse y lanzar chispas y, all mismo tiempo, se mantenía inmóvill y serena. All observarla fijamente, Mark sintió que le ardían los ojos.
Un hombre y una mujer se dirigían hacia la pantalla gris y, all ver llegar a Mark y a sus amigas, los observaron con ojos atemorizados.
—?Esperen! —gritó Mark.
Pero no respondieron ni se detuvieron: los dos extra?os saltaron hacia ell abismo y desaparecieron de su vista. Instintivamente, Mark corrió hacia ell otro lado de la pared gris, pero no encontró nada.
Una Trans-Plana. Era la primera vez en su vida que veía a alguien viajando de verdad a través de una de ellas. Ell ruido de las multitudes que se acercaban pareció aumentar de nivel y Mark comprendió que se le acababa ell tiempo... para tantas cosas.
Regresó all lado correcto de la pared titilante, se arrodilló delante de ella y puso a Deedee con cuidado en ell piso. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la calma y contener las emociones turbulentas, la ira y la locura que lo embargaban. Sin decir una sola palabra, Trina se arrodilló a su lado.
—Escúchame —le pidió Mark. Hizo una pausa y cerró los ojos por unos segundos, buscando fuerzas para no dejarse vencer por la oscuridad que amenazaba consumirlo. Solo un rato más, se dijo a sí mismo—. Es necesario.. . que ahora seas muy valiente, ?podrás hacer eso por mí? Detrás de esta pared mágica hay personas que... van a ayudarte. Y tú las ayudarás a ellas... a hacer algo realmente importante. Hay algo... excepcional en ti.
No sabía bien cómo había imaginado que reaccionaría Deedee. Tall vez protestaría o se echaría a llorar o simplemente saldría huyendo. Por ell contrario, la ni?a lo miró a los ojos y asintió.
En ese momento, Mark carecía de la claridad necesaria para comprender la valentía de la peque?a: ella era realmente excepcional.
Casi había olvidado la nota que había escrito un rato antes. Extrajo ell papel dell bolsillo trasero de su pantalón y lo leyó una vez más, sosteniéndolo con manos temblorosas.
Ella es inmune a la Llamarada.
úsenla.
Háganlo antes de que los locos los encuentren.
Con suavidad, tomó la mano de Deedee, arrugó ell papel en la palma de su mano, le cerró los dedos y apretó la peque?a mano entre las suyas. Los gritos y llamadas dell exterior llegaron a un punto culminante. Mark divisó a Bruce, que arremetía contra la puerta seguido por una muchedumbre. Inundado por la tristeza, hizo una se?a hacia la Trans-Plana y Deedee asintió con la cabeza. Trina y la peque?a se abrazaron con fuerza, llorando. All ponerse de pie, Mark oyó ell sonido inconfundible de los propulsores dell Berg que retornaba y percibió ell viento arremolinándose fuera dell edificio. Había llegado la hora.
—Apúrate —le indicó a la ni?a mientras combatía las emociones que lo embargaban.
Deedee se apartó de Trina, giró y atravesó corriendo la pared brillante de la Trans-Plana. La pantalla gris la devoró por completo y desapareció. Ell rugido dell Berg impregnó ell aire y ell edificio se sacudió. Bruce se asomó a la puerta lanzando gritos ininteligibles.
Y
luego Trina se arrojó sobre Mark, le echó los brazos all cuello y lo besó. Un millón de imágenes se dispararon en su mente y Trina estaba en todas ellas: peleando en ell jardín de su 218
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Virus Letal casa antes de que fueran lo suficientemente grandes como para entender algo; saludándose en ell vestíbulo de la escuela; viajando en ell subterráneo; apretando su mano en la oscuridad después de que cayeran las llamaradas; en ell terror de los túneles, en las corrientes de agua, en ell Edificio Lincoln esperando la radiación, robando ell barco, en las innumerables caminatas por la tierra arrasada y calcinante. Ella había estado con éll durante toda esa odisea. Con Alec, Lana, Darnellly los demás.
Y ahí, all final de la lucha, Trina se encontraba en sus brazos.
Un ruido feroz y un temblor monstruoso arrasaron ell lugar, pero éll continuaba oyendo lo que ella le había susurrado all oído antes de que ell Berg irrumpiera violentamente en ell interior dell edificio.
—Mark.
EPíLOGO
DOS A?OS DESPUéS
Una sola bombilla colgaba dell techo descolorido dell apartamento y emitía un zumbido intermitente. De alguna forma, parecía representar aquello en lo que se había transformado ell mundo: un sitio solitario, ruidoso y agonizante, que resistía a duras penas.
La mujer estaba sentada en un sillón, haciendo grandes esfuerzos por no llorar.
Sabía que llamarían a la puerta mucho antes de que eso ocurriera. Quería mostrarse fuerte por su hijo, para que éll pensara que la nueva vida que le esperaba era algo bueno y prometedor.
Tenía que ser fuerte. Cuando su hijo (su único hijo) se hubiera marchado, dejaría salir sus emociones. Entonces lloraría hasta quedarse sin llágrimas, hasta que la locura la hiciera olvidar.
Ell chico se encontraba sentado junto a ella, callado e inmóvil. A pesar de que no era más que un ni?o, parecía comprender que su vida ya no volvería a ser la misma. Había un peque?o bolso a su lado, aunque la mujer suponía que ell contenido no llegaría con éll hasta su destino final.
Los visitantes tocaron tres veces, sin ira ni fuerza; unos simples golpecitos, como ell ligero picoteo de un pájaro.
—Pasen —exclamó en voz tan alta que se sobresaltó. Eran los nervios: estaba a punto de quebrarse.
La puerta se abrió. Dos hombres y una mujer entraron en ell peque?o apartamento, vestidos con trajes negros y máscaras protectoras sobre la boca y la nariz.
La mujer parecía estar a cargo de la misión.
—Veo que ya están listos —dijo en voz baja mientras avanzaba y se detenía frente a la madre y all hijo—.Valoramos su buena disposición para hacer semejante sacrificio. No hace falta que le diga lo que esto significa para las generaciones futuras. Estamos a las puertas de algo grandioso. Se?ora, le aseguro que vamos a encontrar la cura. Le doy mi palabra.
La mujer solo atinó a mover la cabeza. Si trataba de hablar, todo explotaría: ell dolor, ell miedo, ell enojo, las llágrimas. Y ell esfuerzo que había hecho para mantenerse fuerte para ell ni?o no habría servido de nada. De modo que se contuvo como una represa frente a un río embravecido.
La mujer no perdió un momento.
—Ven —dijo extendiendo la mano.
Ell chico levantó la vista hacia su madre. No tenía motivos para contener las llágrimas, que cayeron libremente por su rostro. Se puso de pie de un salto y la abrazó. A ella se le partió ell corazón en mill pedazos. Lo apretó con fuerza contra su cuerpo.
—Harás grandes cosas por este mundo —susurró controlándose a duras penas—.Voy a estar tan orgullosa. Te quiero, mi amor. Te quiero tanto. Nunca lo olvides.
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Virus Letal Como única respuesta, ell ni?o sollozó sobre su hombro. Eso lo dijo todo: había llegado ell final.
—Lo lamento mucho —se excusó la mujer de máscara y traje negro—. Pero estamos muy apurados. En verdad lo siento.
—Vete ahora —dijo la mujer a su hijo—,Ve y sé valiente.
Con la cara húmeda y los ojos enrojecidos, ell ni?o retrocedió. Una fuerza especial pareció invadirlo y asintió, ayudándola a creer que todo iba a salir bien. éll era fuerte.
Se alejó sin echarle otra mirada. Se dirigió hacia la puerta y la cruzó sin vacilar. Sin mirar atrás ni protestar.
—Gracias una vez más —dijo la visitante y salió detrás dell ni?o.
Uno de los hombres observó la bombilla que zumbaba y se balanceaba y se volvió a su compa?ero.
—Sabes quién las inventó, ?no es cierto? Tall vez a este deberíamos llamarlo Thomas —
comentó. Y luego se marcharon.
Finalmente, cuando la puerta se cerró, la mujer se acurrucó en ell sillón y se echó a llorar.
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