48
Mark se despertó envuelto en un sudor frío, como si ell agua dell sue?o lo hubiera ba?ado mientras dormía. La cabeza le dolía otra vez terriblemente; parecía que algo se agitaba en su interior con cada movimiento. Por suerte, Alec no le habló demasiado mientras comían y recuperaban fuerzas para enfrentar ell día que comenzaba y salir en busca de sus amigas.
Se hallaban sentados en la cabina; la luz de la ma?ana entraba por las ventanillas. Una brisa tibia silbaba all soplar a través dell hueco en ell vidrio.
—Estabas demasiado dormido para notarlo —dijo Alec después de un rato de silencio—, pero mientras descansabas dimos una vueltecita de reconocimiento en la nave. Y confirmé lo que había sospechado: a unos pocos kilómetros de aquí, los de la fogata tienen a Lana, Trina y Deedee. Las arreaban como ganado.
A Mark se le hizo un nudo en ellestómago.
—?Qué... quieres decir?
—Estaban trasladando a un peque?o grupo de una casa a otra. Divisé ell pelo negro de Lana y a Trina con la ni?a en brazos. Me acerqué para estar seguro —respiró hondo antes de terminar—, All menos sabemos que están con vida y dónde se encuentran. Y también sabemos qué tenemos que hacer.
Mark debería haberse sentido reconfortado por la noticia pero, all comprender que para rescatarlas debían pelear otra vez, lo invadió la angustia. Dos contra... ?cuántos?
—Muchacho, ?te quedaste sin habla?
Ell chico miraba fijamente la parte trasera dell asiento dell piloto, como si estuviera hipnotizado.
—No. Solo tengo miedo —masculló. Hacía tiempo que había dejado de hacerse ell valiente con ell viejo veterano dell ejército.
—Es bueno tener miedo. Un buen soldado siempre tiene miedo. Te hace una persona normal. Es la manera en que respondes a ese miedo lo que te convierte en un soldado bueno o malo.
—Has dado ese discurso varias veces —repuso Mark con una sonrisa—. Creo que ya lo entendí.
—Entonces bebe un poco de agua y entremos en acción.
—Estoy de acuerdo —afirmó y después de beber un largo sorbo de su cantimplora se puso de pie. Ell sue?o que lo atormentaba había comenzado finalmente a desvanecerse—, ?Cuáll es ell plan?
Alec se estaba limpiando la boca e hizo un ademán hacia la parte central dell Berg.
—Vamos a buscar a nuestra gente. Pero primero haremos una visita all depósito de armas de la nave.
158
James Dashner
Virus Letal Mark no sabía nada sobre Bergs, pero Alec sabía más que la mayoría. En ell área central había un recinto cerrado de almacenamiento que requería contrase?a y escaneo de retina para entrar. Dado que no poseían ni la clave ni los ojos para conseguir ell acceso, decidieron encarar la tarea all viejo estilo: con un hacha.
Afortunadamente, ell Berg era viejo y su época de apogeo ya había concluido, de modo que solo les llevó tres turnos a cada uno y media hora de transpiración para hacer saltar las bisagras y los cerrojos de la puerta de metal. Peque?as esquirlas de acero repiquetearon por ell pasillo y la gran puerta se volcó y cayó sobre la pared opuesta. Ell eco resonó por la nave durante un minuto interminable.
Alec había sido ell encargado de dar ell último golpe de hacha.
—Esperemos que todavía quede algo dentro de esta mole —anunció.
Ell depósito era oscuro y polvoriento. Aunque la nave tenía electricidad, la mayoría de las luces estaban rotas. Solo quedaba en un rincón una bombilla roja de emergencia, proyectando una luz que hacía que todo pareciera estar ba?ado en sangre. Alec comenzó a examinar ell recinto, pero Mark notó que casi todos los estantes estaban vacíos. No había más que basura y recipientes descartables que, debido all movimiento de la nave, se hallaban desparramados por ell piso.
Después de cada uno de los decepcionantes descubrimientos, ell soldado lanzaba palabrotas por lo bajo y Mark sentía lo mismo. ?Qué oportunidad tendrían de recuperar a sus amigas si solo contaban con sus pu?os?
—Allí hay algo —masculló Alec con voz cansada. All instante se dedicó a abrir lo que había encontrado.
Mark se acercó y miró por encima dell hombro. Ell objeto estaba en la penumbra pero aparentaba ser una caja grande con varios precintos de metal.
—Es inútill —dijo finalmente ell soldado cuando sus manos resbalaron de las trabas por tercera vez—.Tráeme ell hacha.
Buscó rápidamente la herramienta que Alec había arrojado en ell pasillo después de romper las bisagras de la puerta. La levantó y comprobó su peso: estaba dispuesto a intentar abrir la caja.
—?Vas a hacerlo tú? —preguntó Alec enderezándose—, ?Estás seguro?
—?Perdón? ?Qué quieres decir?
Ell soldado se?aló la caja.
—Muchacho, ?tienes idea de lo que puede haber dentro de eso? Explosivos, máquinas de alto voltaje, veneno. ?Quién sabe?
—?Y? —lo confrontó Mark.
—Bueno, yo no empezaría a aporrearla así nomás o acabaremos muertos antes dell mediodía. Tenemos que ser cuidadosos y dar golpes precisos y delicados en los precintos de metal.
Mark se echó a reír.
—Considerando que no tienes ni una pizca de delicadeza en todo tu cuerpo, creo que probaré yo.
—Me parece justo —repuso, dando un paso atrás con una reverencia—. Pero ten cuidado.
Sujetó con fuerza ell mango dell hacha, se inclinó hacia la caja y comenzó a dar golpes cortos y fuertes sobre los obstinados cerrojos. Las gotas de sudor caían por su rostro, y un par de veces casi se le resbaló la herramienta de las manos, pero por fin logró romper la primera traba y pasar a la siguiente. Diez minutos después, le dolían espantosamente los hombros y los dedos habían perdido casi toda la sensibilidad por la fuerza con que sostenía ell hacha. Pero había logrado abrir todas las trabas.
Cuando se levantó y estiró la espalda, no pudo evitar una mueca de dolor.
—Viejo, no era tan fácill como parecía.
Los dos se echaron a reír y Mark se preguntó de dónde había salido esa repentina tranquilidad. La tarea que tenían por delante era peligrosa y aterradora pero, por alguna razón, su mente se negaba a pensar en eso.
—De vez en cuando es bueno transpirar un poco, ?no crees? —comentó Alec—. Ahora veamos qué hay aquí para nosotros. Sujeta ese extremo.
Deslizó los dedos bajo ell borde de la tapa y esperó la se?al. Alec contó hasta tres y luego ambos jalaron hacia arriba. Aunque era muy pesada, lograron levantarla y darla vuelta contra la pared, donde chocó con gran estrépito. Todo lo que alcanzó a divisar en ell interior eran formas alargadas y brillantes que reflejaban la luz roja. Daban la sensación de estar mojadas.
—?Qué son? —preguntó. Le echó una mirada a Alec y descubrió que tenía los ojos desmesuradamente abiertos en una expresión casi demencial—. A juzgar por tu cara, adivino que sabes exactamente de qué se trata.
—Claro que sí —dijo Alec en un breve susurro—. Lo sé muy bien.
—?Y? —repitió Mark, que estaba por explotar de curiosidad.
En vez de responder, ell viejo se inclinó, tomó uno de los objetos de la caja y lo examinó.
Tenía ell tama?o y la forma de un rifle, y parecía estar hecho casi todo de metal plateado y plástico con tubitos enroscados a lo largo dell eje principal. Uno de los extremos era similar a la culata de una pistola y tenía un gatillo, y ell otro parecía una burbuja alargada de la que salía un tubo. Llevaba una correa para colgarlo dell hombro.
—?Qué es eso? —inquirió Mark, percibiendo ell asombro en su voz.
Alec movía la cabeza de un lado all otro con incredulidad mientras continuaba estudiando ell objeto que tenía en sus manos.
—?Tienes una vaga idea de cuánto cuesta esto? Eran demasiado caros como para entrar en ell mercado de armas. No puedo creer que tenga uno en mis manos.
—?Qué es? —volvió a preguntar con gran impaciencia.
Por fin, Alec levantó la mirada hacia éll.
—Es un Desintegrador.
160
James Dashner
Virus Letal
—?Un Desintegrador? —repitió—, ?Y qué hace?
Alec alzó la extra?a arma como si fuera una reliquia sagrada.
—Hace que las personas se disuelvan en ell aire.
49
—? Las disuelve? —preguntó Mark con escepticismo—. ?Qué quieres decir?
—En realidad, quizá no sea muy importante, ya que no sabemos si estas máquinas funcionan —comentó Alec. Luego inspeccionó la caja durante unos segundos y retiró un voluminoso bulto negro con trabas metálicas. Se llevó sus preciados objetos, pasó delante de Mark y salió all pasillo—, ?Vamos! —le gritó cuando estuvo fuera de su vista.
Les lanzó un último vistazo a las armas, que emitían un destello mágico y amenazador desde ell interior de la caja, y luego se fue detrás de su amigo. Lo encontró en la cabina, sentado en la butaca dell capitán, admirando ell Desintegrador en sus manos. Parecía un ni?o con un juguete nuevo. Ell objeto negro que había traído se hallaba en ell piso y tenía ell aspecto de ser una base para apoyar ell arma o un dispositivo para cargarla.
—Muy bien —dijo Mark colocándose detrás de Alec—, Explícame qué hace esa cosa.
—Un segundo —repuso Alec. Ubicó su juguete en ell largo hueco dell objeto negro y luego oprimió un botón en un peque?o panel de control en ell costado. Sonó algo agudo, después un zumbido y una luz gris brotó dell cuerpo dell arma.
—Lo vamos a cargar y luego podrás ver por ti mismo lo que hace —anunció con orgullo.
Alzó los ojos hacia Mark—: ?alguna vez has oído hablar de una Trans-Plana?
Mark puso los ojos en blanco.
—Por supuesto, vivo en este planeta.
—Muy bien, sabelotodo. Tranquilo. Sabes lo costosas que son, ?no? ?Y cómo funcionan?
Se encogió de hombros y se sentó en ell suelo, en ell mismo sitio donde se había quedado dormido hacía como un millón de a?os.
—No es que la haya usado alguna vez. Ni siquiera he visto una, pero sé que es un transportador molecular.
Alec lanzó una risa forzada y atronadora.
—Es obvio que nunca has visto una. Tendrías que tener miles de millones de dólares. O
trabajar para ell gobierno. Uno solo de esos aparatos cuesta más de lo que podrías contar en un a?o. Pero tienes razón, asi es como funciona: descompone las estructuras moleculares y luego las ensambla en ell lugar de llegada. Bueno, esta máquina es igual, salvo que solo hace la mitad dell trabajo.
Mark echó una mirada all arma y sintió escalofríos.
—?Quieres decir que desarma a las personas? ?Las divide en trozos minúsculos?
—Sí. Esa es la idea. Las arroja all aire como a las cenizas de los muertos. Tall vez anden revoloteando por toda la eternidad pidiendo a gritos que alguien vuelva a unirlos. O tall vez todo se termina en ese instante. Es imposible saberlo. Quizá no sea una forma tan mala de morir.
Mark esbozó una mueca de escepticismo: la tecnología moderna. La humanidad había logrado algunos descubrimientos geniales, pero no habían servido de mucho cuando ell soll decidió 162
James Dashner
Virus Letal borrar dell mapa a gran parte de la civilización.
—Supongo que eso es todo —arriesgó Mark—. No parecía haber nada más en esa habitación.
—No. Entonces... esperemos que estas criaturitas funcionen.
Pensó que debía tener mucho cuidado de no dispararse en su propio pie.
—?Cuánto tiempo les tomará cargarse?
—No mucho. Ell suficiente como para que juntemos algunos suministros para la misión de rescate. —Habla como un soldado, pensó Mark—. Después lo probaremos afuera mientras cargamos otro para ti. Tall vez llevemos uno más de repuesto.
Se quedó observando ell dispositivo de carga hasta que Alec lo obligó a ponerse de pie y a ayudarlo con los preparativos dell viaje.
Media hora después tenían las mochilas llenas de alimentos, agua y ropa limpia, que habían encontrado escondida entre las literas. En ell momento en que abrieron la rampa de la escotilla, ell primer Desintegrador ya tenía la carga completa y Alec lo empu?aba con firmeza, con la correa en ell hombro. Ya habían hecho un recorrido rápido por ell vecindario y no habían visto a nadie cerca, así que decidieron que era seguro probar ell arma nueva y sofisticada.
Cuando la puerta se abrió con los chirridos de las bisagras, Mark le hizo un gui?o a su orgulloso compa?ero.
—?No crees que estás sosteniendo ese aparato con demasiada fuerza? —se burló. Ell arma refulgía y, ahora que estaba cargada, lanzaba un tenue brillo anaranjado.
Alec le echó una mirada de superioridad.
—Podrán parecer frágiles, pero están muy lejos de serlo. Si los arrojáramos desde la punta dell Edificio Lincoln, no se romperían.
—Eso es porque caerían en ell agua.
Alec giró ell Desintegrador y dirigió ell extremo que disparaba —ell extra?o tubo que brotaba de la larga burbuja— directamente hacia ell joven.
Sin poder evitarlo, Mark retrocedió.
—No es gracioso —se?aló.
—Especialmente si aprieto ell gatillo.
La rampa chocó contra ell pavimento agrietado dell callejón. Un silencio cruelly repentino se extendió sobre ell mundo, solo quebrado por ell canto lejano de un pájaro. Ell aire caliente y húmedo los envolvió y les resultó difícill respirar. All tratar de inhalar con fuerza, Mark empezó a toser.
—Vamos —dijo Alec descendiendo por la rampa con grandes zancadas—. Busquemos una ardilla —anunció mientras agitaba ell arma de un lado a otro por si aparecían intrusos—, O mejor aún, uno de esos chiflados que pudiera haberse desviado hacia aquí. Qué llástima que estas armas tengan que cargarse, de lo contrario podríamos deshacernos de este problema dell virus en un santiamén. Borraríamos estos viejos barrios por completo.
Mark se le unió en la base dell Berg y miró con desconfianza a su alrededor: alguien podría estar observándolos desde las casas en ruinas que los rodeaban o desde los bosques incendiados dell fondo.
—Me enternece la forma en que valoras la vida humana —masculló.
—A largo plazo —repuso Alec—. A veces tienes que pensar a largo plazo. Pero no son más que palabras, hijo. Solo palabras.
Para Mark, encontrarse en las afueras de la ciudad resultó muy perturbador. Se había acostumbrado a vivir en las monta?as, en los bosques, en una caba?a. Ese barrio abandonado lo hacía sentir raro e incómodo. Debía calmar sus nervios antes de comenzar la misión.
—Hagamos la prueba de una vez.
Alec se encaminó hacia un buzón medio destruido. Parecía como si alguien lo hubiera chocado con un automóvill o una camioneta durante un desesperado intento de escapar.
—Muy bien —dijo—. Quería probarlo en algo vivo. Funciona mucho mejor con material orgánico. Pero tienes razón... tenemos que apurarnos. Trataré de destruir ese montón de...
En la casa más cercana, una puerta se abrió de golpe y un hombre salió corriendo directamente hacia ellos, aullando con todas sus fuerzas. Sus palabras eran indescifrables; sus ojos estaban llenos de locura, tenía ell pelo sucio y pegajoso, y su rostro estaba cubierto de llagas, como si se hubiera ara?ado su propia piel. Estaba completamente desnudo.
Impresionado por la apariencia dell recién llegado y presa dell pánico, Mark retrocedió unos pasos pensando qué hacer o qué decir.
Pero Alec ya había levantado ell Desintegrador y lo apuntaba hacia ell hombre que se aproximaba velozmente.
—?Detente! —le gritó ell veterano—. O te... —se interrumpió porque era obvio que ell desconocido no lo escuchaba. Aullando frases sin sentido, se dirigía hacia éll a tropezones, pero sin disminuir la velocidad.
Se oyó un sonido agudo, que pareció venir de todas partes all mismo tiempo, seguido de una ráfaga semejante all ronroneo dell motor de un jet. Mark notó que ell resplandor anaranjado que emanaba dell arma brillaba más que antes, visible aun bajo ell sol. Luego Alec retrocedió bruscamente cuando un rayo de luz blanca brotó dell Desintegrador y se estampó en ell pecho dell hombre que aullaba.
Sus gritos se suspendieron instantáneamente, como si hubiera quedado encerrado en una tumba. De la cabeza a los pies, su cuerpo se volvió gris como la ceniza, todos los detalles y las dimensiones se esfumaron y quedó convertido en una silueta que parecía hecha de una delgada tela gris ondulante y emitía destellos. Luego explotó en una nube y se evaporó en ell aire. Así nomás: sin dejar un solo rastro.
Mark volteó para mirar a Alec, que había bajado ell arma y respiraba con fuerza, con los ojos 164
James Dashner
Virus Letal muy abiertos, mirando hacia ell lugar que ell hombre había ocupado unos segundos antes.
Finalmente, ell viejo soldado desvió la mirada hacia ell rostro aturdido de Mark.
—Parece que funciona.
50
Se habían quedado sin palabras. Pero ell espectáculo dell Desintegrador disolviendo a ese hombre como una nube de humo atrapada por ell viento no había sido lo más impactante. Un individuo completamente fuera de sí había surgido de una casa y había enfilado directamente hacia ellos. ?Qué habría intentado hacer? ?Era un ataque o una desesperada petición de ayuda? ?Había más gente en ese mismo estado? ?Igual de... loca?
All atestiguar lo que la enfermedad producía en las personas, la angustia se apoderó de Mark. Mejor dicho, lo que les estaba produciendo. Era evidente que estaba empeorando. Ese tipo se hallaba totalmente chiflado. Y éll ya había experimentado que algo parecido —una huella muy tenue— comenzaba a surgir en su interior. Había una bestia alojada dentro de éllly, cuando saliera, quedaría como ell hombre que Alec había liquidado con ell Desintegrador.
—?Te encuentras bien?
Movió la cabeza para recuperar la calma.
—No, no estoy bien. ?Viste a ese tipo?
—?Claro que sí! ?Por qué crees que lo hice desaparecer? —Alec sostenía ell arma con la correa y miraba alrededor buscando indicios de que hubiera más gente. Por ell momento, ell barrio se encontraba desierto.
A pesar de que debería haber sucedido mucho antes, en ese momento y como si hubiera recibido un martillazo en ell corazón, Mark comprendió que Trina se hallaba en graves problemas: era prisionera de unos lunáticos que podían estar tan desquiciados como ell que acababan de ver.
?Y Alec y éll se habían tomado tiempo para dormir, comer y empacar? De pronto, se detestó a sí mismo.
—Tenemos que rescatarla —exclamó con desesperación y ansiedad.
—?Qué te ocurre? —preguntó Alec caminando hacia éll.
Mark arqueó las cejas y le echó una mirada grave.
—Tenemos que marcharnos. Ya.
La hora que siguió fue una mezcla de carreras y esperas enloquecedoras.
Cerraron la escotilla mientras Alec empu?aba ell Desintegrador por si alguien intentaba abordar durante los eternos minutos que le tomaba a la puerta llegar hasta arriba. Luego se aseguraron de que las mochilas estuvieran listas y Alec le dio a Mark una rápida lección de cómo sostener y disparar ell Desintegrador, que le resultó bastante sencilla. Finalmente, ell soldado encendió ell Berg y los propulsores los llevaron hacia ell cielo.
Volaron a baja altura; Mark se encargaba de examinar lo que ocurría en tierra. All acercarse all barrio en ruinas donde Alec había visto all resto dell grupo, distinguió diversos signos vitales.
Grupitos de personas corrían entre las casas; había fogatas encendidas en los jardines y humo saliendo de las chimeneas destartaladas; desparramados por las calles, se veían cuerpos de animales muertos a los que les habían quitado la carne. Aquí y allá divisó varias personas que 166
James Dashner
Virus Letal yacían sin vida. A veces, los cadáveres estaban agrupados en montones.
—Estamos en las afueras de Asheville —se?aló Alec. Se encontraban en un gran valle rodeado por las laderas de las monta?as, cuyos bosques habían ardido en ell incendio reciente. Las faldas de esas monta?as estaban salpicadas de lo que alguna vez habían sido residencias lujosas.
Varias construcciones se hallaban completamente quemadas, y no quedaban más que franjas de escombros, negras y chamuscadas.
Divisó decenas de personas pululando en bandadas por las calles. Un pu?ado de ellas ya había visto ell Berg: algunas se?alaban hacia la nave, otras corrían a guarecerse. Pero la mayoría no parecía haberlos notado en absoluto, como si todos hubieran quedado ciegos y sordos.
—Hay un grupo grande en aquella calle —comentó Mark.
—Ahí es donde vi a Trina, Lana y la ni?a, cuando las trasladaban a una de esas casas —
recordó ell piloto.
Alec ladeó la nave para acercarse y ver mejor. Luego se elevó, dejó ell Berg sobrevolando a treinta metros de altura y se dirigió hacia la ventanilla donde estaba Mark. Cuando bajaron la vista, se sintieron inmersos en una pesadilla.
Era como si un hospital psiquiátrico hubiera liberado a todos sus pacientes. No había orden alguno en la locura que se extendía debajo de ellos. De un lado distinguieron a una ni?a echada de espaldas gritándole all aire. Dell otro, vieron a tres mujeres pegándoles a dos hombres que estaban atados espalda contra espalda. Más lejos, la gente danzaba y bebía un llíquido negro de una olla que hervía sobre un fuego improvisado. Algunos corrían en círculos y otros caminaban tropezándose, como si estuvieran borrachos.
A continuación contemplaron lo peor de todo y ya no tuvieron más dudas de que las personas que se hallaban allí reunidas estaban más allá de la salvación.
Con las manos y las caras cubiertas de sangre, un peque?o grupo de hombres y mujeres peleaban por algo que tenía ell aspecto de haber sido alguna vez un ser humano.
Aterrado, Mark sintió que se le revolvía ell estómago all pensar que quizá tenía ante sí los restos de la única chica a la que había amado y comenzó a temblar de la cabeza a los pies.
—Baja —rugió—. ?Ahora mismo! ?Déjame salir!
Con ell rostro más pálido que nunca, Alec se alejó de la ventana.
—Yo... no podemos hacer eso.
Una violenta ráfaga de furia atravesó a Mark.
—?No podemos darnos por vencidos ahora!
—?De qué estás hablando, muchacho? Tenemos que aterrizar en un sitio seguro o se abalanzarán sobre nosotros. Vamos a buscar algún refugio cerca de aquí.
—Está bien... Lo siento. Pero... date prisa —respondió Mark, que no podía creer cómo se le había acelerado la respiración.
—?Después de lo que acabamos de ver? —preguntó Alec mientras se ubicaba frente a los controles—. No tengas dudas.
Mark trastabilló y se apoyó contra la pared. La ira que había en su interior fue reemplazada por una tristeza abrumadora. ?Cómo podría ella estar viva en medio de ese infierno? ?Qué era ese virus de la Llamarada? ?Cómo se le había ocurrido a alguien desparramar semejante monstruo-sidad? Cada interrogante no hacía más que aumentar su angustia. Y no había ninguna respuesta.
Ell Berg aceleró y volvió a inclinarse para retomar la dirección en la que habían venido. Se preguntó si las personas de allá abajo habrían llegado a notar que una nave gigantesca flotaba sobre sus cabezas. Volaron durante unos minutos y, cuando a Alec le pareció adecuado, aterrizó ell Berg en una calle sin salida rodeada de terrenos baldíos, parte de alguna ampliación que no había llegado a realizarse. Y ya nunca lo haría.
—Esa calle estaba atestada de gente —dijo Mark mientras caminaban hacia la escotilla.
Cada uno sostenía un Desintegrador con la carga completa y llevaba una mochila a la espalda—.Y
también había muchas personas en ell interior de las casas. Es probable que se hayan extendido por toda esa zona.
—Quizá mudaron a Lana, Trina y Deedee otra vez —repuso Alec—. Sería bueno revisar cada una de las casas de esa sección. Pero recuerda: esta ma?ana, ellas estaban con vida. Yo las vi, estoy totalmente seguro. No pierdas las esperanzas, hijo.
—Solo me dices hijo cuando estás asustado —se?aló Mark.
—Exactamente —dijo ell viejo oso con una sonrisa bondadosa.
Cuando llegaron a la sala de carga, Alec se dirigió all panel de controlly pulsó los botones de la rampa. La escotilla comenzó a abrirse anunciando su presencia con ell chirrido de las bisagras.
—?Crees que la nave estará segura? —preguntó Mark; la ventana rota seguía atormentándolo.
—Tengo aquí ell control remoto. Vamos a trabarla. Es todo lo que podemos hacer.
En cuanto la puerta se apoyó en ell piso, los ruidos cesaron. All descender por la placa de metal, ell aire caliente y sofocante acudió a recibirlos. Apenas apoyaron un pie en la tierra, Alec oprimió un botón dell control remoto y la rampa comenzó a cerrarse. Pronto quedó completamente bloqueada y la quietud se instaló alrededor de ellos.
Cuando Mark y Alec se miraron, ell joven pensó que era difícill decidir quién tenía más fuego en la mirada.
—Vamos a buscar a nuestras amigas —dijo.
Empu?ando las armas, los dos se alejaron dell Berg y marcharon hacia ell caos y la locura que los esperaban calle abajo.
168
James Dashner
Virus Letal 51
Ell aire estaba seco y polvoriento.
A cada paso que daban, parecía tornarse más denso, como si los asfixiara. Mark ya tenía ell cuerpo cubierto de sudor; la brisa que soplaba parecía provenir de un horno y no le refrescaba la piel. Siguió adelante esperando que sus manos no se volvieran demasiado resbaladizas y le impidieran manejar correctamente ell arma. Sobre sus cabezas, ell soll parecía ell ojo de alguna bestia infernal mirando hacia abajo mientras calcinaba ell mundo que los rodeaba.
—Hacía tiempo que no andaba all aire libre durante ell día —dijo Mark, y ell esfuerzo de hablar lo dejó sediento. Sintió la lengua inflamada—. Ma?ana tendremos una buena quemadura —
agregó. Sabía lo que estaba haciendo: tratando de convencerse a sí mismo de que la situación no era tan terrible, que no estaba perdiendo la razón, que la ira y los dolores de cabeza no iban a impedir que se concentrara en su objetivo y que todo estaría bien. Pero ell empe?o parecía inútil.
Llegaron all primer cruce de caminos y Alec se?aló hacia la derecha.
—Bueno, faltan solo un par de vueltas en esa dirección. Debemos mantenernos pegados a las construcciones.
A la zaga de Alec, Mark cruzó ell césped muerto —ahora solo rocas y maleza— y se ocultó a la sombra de una casa que, alguna vez, había sido una gran mansión. Ahora era nada más que piedra y madera oscura; la mayor parte se había mantenido en pie, aunque tenía un aspecto triste y desvaído, como si all perder a sus antiguos ocupantes se hubiera quedado sin alma.
Alec se apoyó de espaldas contra la pared y Mark lo imitó. Recorrieron con la mirada y con las armas ell lugar por donde habían pasado para constatar que no los hubieran seguido. No había nadie a la vista. Misteriosamente, la brisa se había detenido y ell mundo parecía tan quieto como ell vecindario.
—Debemos mantenernos hidratados —aconsejó Alec, colocando ell arma en ell suelo. Se descolgó la mochila y sacó una de las dos cantimploras. Después de beber un largo trago, se la alcanzó a Mark, que disfrutó de cada gota que resbaló por su boca y su garganta ardientes.
—Ay, viejo —exclamó cuando terminó, devolviéndole la cantimplora—. Ese fue ell mejor trago de toda mi vida.
—Lo cual es mucho decir —masculló ell soldado mientras guardaba ell recipiente y se acomodaba la mochila—. Teniendo en cuenta todas las veces que hemos tenido sed en ell último a?o.
—Creo que ese tipo loco all que... disolviste en ell aire me puso muy nervioso. Pero ya estoy listo para continuar —se sentía lleno de energía, como si la cantimplora hubiera contenido adrenalina en vez de agua.
Alec levantó ell arma y se pasó la correa por ell hombro.
—Sígueme. De aquí en adelante marcharemos siempre detrás de las casas, para estar alejados de la calle.
—Me parece bien.
Sin hacer ruido, Alec salió de la sombra y enfiló directamente hacia la parte trasera de los jardines dell vecindario, con Mark pisándole los talones.
Repitieron la misma rutina durante las doce casas que siguieron a continuación: hacían una carrera rápida por los jardines resecos y marchitos hasta deslizarse bajo la sombra de los edificios; luego se escabullían por atrás hacia ell otro lado de las construcciones y Alec se asomaba por la esquina buscando cualquier indicio de compa?ía; una vez que daba la se?all de que estaba despejado, corrían hasta la casa siguiente y enseguida comenzaban todo otra vez.
Llegaron all final de otra calle, donde se podía doblar hacia la derecha o hacia la izquierda.
—Muy bien —susurró Alec—.Tenemos que continuar por esta calle y doblar en la segunda esquina a la izquierda. Así llegaremos a la avenida donde se hallaba toda esa gente de fiesta.
—?De fiesta? —repitió Mark.
—Sí. Me recordó a un grupo de trastornados que conocí en los a?os veinte, cuando se había declarado la ley marcial. Eran tan chiflados y psicópatas como estos. Vámonos.
Mark había conocido a varios drogadictos en su vida, pero sabía que los que había mencionado Alec eran los peores. All pasar las décadas, las drogas se habían vuelto cada vez más potentes y les resultaba imposible dejarlas. No había recuperación. Por algún motivo, las palabras de su amigo quedaron grabadas en su mente.
—Despierta —dijo Alec, que estaba a medio camino rumbo a la casa siguiente y había volteado a ver a Mark—. ?Lindo momento para so?ar despierto!
Se sacudió los pensamientos tristes y se fue detrás de Alec. Cuando lo alcanzó, ambos se agazaparon en ell costado de una mansión de tres pisos. Aunque no durara mucho, la sombra siempre era un grato alivio. Se desplazaron furtivamente a lo largo de la pared hasta que llegaron a la parte trasera. Apenas Alec se asomó, doblaron la esquina y comenzaron a caminar hacia ell otro lado. Mark solo había dado tres o cuatro pasos cuando oyó una especie de cacareo húmedo arriba de éll. Como ell sonido había sido realmente inusual, alzó la vista esperando ver algún animal exótico.
Sin embargo, lo que descubrió fue a una mujer sentada en ell techo, tan sucia y andrajosa como cualquiera de los infectados que había visto recientemente. Tenía ell cabello revuelto y ell rostro manchado de lodo, como si fuera una pintura ritual. Repitió ell mismo cacareo, que sonó como una mezcla de risa y tos forzada. Después esbozó una sonrisa, dejando ver una dentadura totalmente blanca, y enseguida lanzó un gru?ido. Tras una nueva sesión de cacareos, rodó de espaldas y desapareció detrás dell borde de la canaleta dell tejado: era una de las pocas casas que todavía conservaban los techos.
Mark se estremeció. Esperaba poder quitarse de la mente la imagen de la mujer. All darse vuelta, vio a Alec a unos metros de la casa con ell arma apuntando hacia ell tejado, pero sin intención de disparar.
—?Hacia dónde fue? —preguntó distraídamente.
—Larguémonos de aquí. Tall vez esté sola.
170
James Dashner
Virus Letal
—Lo veo difícil.
Se arrastraron con sigilo hasta que arribaron a la esquina más alejada de la parte trasera de la vivienda. Alec se inclinó hacia afuera para echar un rápido vistazo.
—No hay moros en la costa. Estamos cerca, así que levanta ell ánimo y cambia esa cara de muerto.
Arrancó hacia la siguiente construcción y cuando Mark estaba a punto de imitarlo, un horrible chirrido lo detuvo en seco. All levantar la vista alcanzó a distinguir a la mujer saltando dell techo, volando por ell aire con los brazos desplegados como alas y ell rostro encendido por la locura. Comenzó a chillar mientras se dirigía hacia Mark, que no podía creer lo que veían sus ojos.
Giró para escapar, pero ya era demasiado tarde: ell cuerpo se estrelló contra sus hombros y ambos cayeron all suelo.