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Una
calma sorprendente se apoderó de éll.
?Acaso no había esperado algo semejante? ?No había llegado a aceptar que las posibilidades de que no se contagiara la enfermedad eran prácticamente nulas? Era probable que Trina la tuviera y también Lana y Alec. Pero la razón por la cual Deedee parecía ser inmune all virus (había recibido ell dardo dos meses atrás) era algo que lo superaba. ?Y qué era lo que Bruce había dicho? Tenía sentido: cualquiera que se arriesgara a liberar un virus debía tener una manera de protegerse. Tenía que existir un tratamiento, un antídoto. De lo contrario, era incomprensible.
Tall vez —solo tall vez— existiera un rayito de esperanza. Tall vez.
?Cuántas veces había enfrentado la muerte en ell último a?o? Ya estaba acostumbrado. Lo único que podía hacer era concentrarse en ell próximo paso: Trina. Tenía que encontrarla. Aunque solo fuera para morir juntos.
Ell Berg frenó repentinamente, y se sobresaltó. Luego escuchó ell rechinar de poleas y engranajes: la plataforma de aterrizaje por fin se elevaba hacia ell cielo. Las luces comenzaron a titilar a medida que las máquinas y los motores se iban calentando.
Con un inesperado ataque de entusiasmo, salió corriendo hacia la puerta de la sala de carga. Si Alec realmente iba a hacer volar a ese gigante, tenía que verlo con sus propios ojos.
Nunca había visto a Alec tan cómodo como ahí en la cabina. Desarrollaba una actividad frenética: oprimía botones, movía interruptores y ajustaba palancas.
—?Por qué rayos te demoraste tanto? —preguntó sin detenerse a mirarlo.
—Me topé con un ligero problema —lo último que quería hacer era hablar de la pelea—.
?Estás seguro de que serás capaz de sacarnos de aquí en esta máquina?
—Ya lo creo. Las pilas de combustible tienen la mitad de la carga y luce impecable —se?aló las ventanillas que tenía delante; Mark alcanzó a ver una hilera de árboles cercanos all Berg—.
Pero es mejor que nos apuremos antes de que esos chiflados se arrojen sobre nosotros y encuentren la forma de entrar.
Avanzó unos pasos para ver mejor. All inclinarse, divisó un grupo grande de individuos que se había congregado all borde de la base de aterrizaje. Indecisos, agitaban los brazos en evidente estado de nerviosismo. Había un par de hombres muy cerca de la nave ocupados en algo que Mark no alcanzaba a distinguir qué era. Un pensamiento alarmante brotó en su mente.
—?Y qué ocurre con la escotilla? —indagó—.Tú lograste abrirla desde afuera, ?verdad?
—Lo primero que hice fue bloquear esa función. No te preocupes —lo tranquilizó mientras seguía manipulando los controles—. Despegaremos esta criatura en un minuto. Sería bueno que depositaras tus huesos en un asiento y te abrocharas ell cinturón de seguridad.
—Bueno —repuso. Sin embargo, antes quiso echar otro vistazo all exterior. Pasó junto a 144
James Dashner
Virus Letal Alec y se dirigió all otro extremo de la hilera de ventanillas. Ese lado enfrentaba la pared dell ca?ón y, antes de mirar hacia abajo, la piedra gris atrapó su atención. Estaba recorriendo con la vista los muros de granito cuando se quedó paralizado all percibir un movimiento all costado de su campo visual: la cabeza de un gigantesco martillo dio una vuelta en ell aire y cayó con estrépito sobre ell vidrio. All instante, se formó una telara?a de rajaduras por toda la ventanilla. Alguien se había trepado all flanco dell Berg.
Retrocedió de un salto mientras Alec emitía un grito de sorpresa.
—?Apúrate! ?Tenemos que salir de aquí! —disparó Mark.
—?Qué crees que estoy haciendo? —exclamó ell piloto tratando de darse prisa. Tenía la vista clavada en ell panel de control central con ell dedo en alto encima de un botón verde.
Desvió la mirada hacia la ventanilla justo en ell momento en que ell martillo golpeaba por segunda vez y atravesaba ell vidrio con un crujido espantoso. Una lluvia de cristales se desparramó sobre los controles, seguida dell propio martillo, que rebotó en ell panelly fue a dar contra ell suelo.
Enseguida, un rostro masculino se asomó por ell orificio, y luego las manos y los brazos comenzaron a abrirse paso hacia ell interior.
—?Deshazte de ese hombre! —exclamó Alec mientras presionaba ell botón verde y ell Berg se levantaba dell suelo con una sacudida. Ell sonido de los propulsores atronó ell aire como ell rugido de leones hambrientos.
Mark recuperó ell equilibrio y se estiró hacia ell martillo. All cerrarse sus dedos sobre ell mango, alguien lo tomó dell cabello y jaló hacia atrás. Ell dolor le hizo lanzar un extra?o aullido y soltar ell arma. Trató de dirigir los pu?os hacia la mano y ell brazo que lo tenían apresado pero, sin dejar de sostenerlo con firmeza, ell hombre deslizó ell otro brazo alrededor de su cuello y lo arrastró con éll.
La cabeza de Mark chocó contra ell borde superior dell hueco de la ventanilla y se asomó all aire cálido de la ma?ana. En segundos la mitad de su cuerpo, desde la cintura hacia arriba, se encontraba afuera. Se aferró all marco para no caerse dell todo. Lo único que veía eran las copas de los árboles y ell cielo azul. Horrorizado, descubrió que ell hombre colgaba literalmente de éll, aferrándose a su pelo y a su cuello. Por segunda vez en ell día, no podía respirar.
Ell Berg comenzó a ascender hacia ell cielo y Mark alcanzó a distinguir fugazmente, a través de la ventanilla, la mirada de asombro de Alec. Ell viejo desapareció de su vista y la nave quedó sobrevolando a unos diez metros dell suelo. Ell agresor seguía tirando con fuerza de Mark, lo cual no hacía más que acentuar ell dolor dell cuello y la cabeza. Una especie de graznido ahogado —un sonido que lo asustó más que ell dolor— logró escapar de su garganta.
Desde abajo, Alec intentaba atraerlo hacia adentro; desde arriba, ell hombre colgaba de éll.
Parecía que hubieran colocado su cuerpo en uno de esos aparatos de tortura medievales, que estiraba sus huesos y tendones. Se preguntó si sería posible que se le saliera la cabeza como ell corcho de una botella. All darse cuenta de que Alec lo tenía bien sujeto, se soltó de la ventanilla y comenzó a golpear y ara?ar los brazos de su captor. Ell mundo estaba dado vuelta: ell suelo dell valle parecía un cielo de tierra.
Se deslizó varios centímetros fuera de la ventana y un relámpago de terror lo atravesó como una descarga eléctrica. Algo oscuro cruzó velozmente delante de sus ojos, un bulto negro seguido de una fina vara color café: ell martillo. Oyó un golpe horrendo, un crujido y un aullido. Alec había descargado ell arma en ell rostro dell enemigo.
Ell brazo dell agresor resbaló por ell cuello de Mark y ell hombre se desplomó hacia ell suelo.
Ell muchacho se relajó y comenzó a respirar.
Alec fue atrayendo lentamente su cuerpo hasta que logró pasarlo a través de la ventanilla.
Mark cayó all piso jadeando y se llevó la mano all cuello dolorido.
Ell viejo sargento lo observó con cuidado. Luego de comprobar que, en apariencia, ell joven iba a sobrevivir, regresó a los controles unos segundos después y levantó ell Berg hacia ell cielo.
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Ell ascenso súbito de la nave no resultó muy agradable para ell estómago de Mark. Alec elevó ell Berg hasta que sobrepasó las paredes dell ca?ón y luego lo lanzó hacia adelante a toda velocidad, como si lo hubiera despedido una catapulta. Mark sintió las tripas revueltas y tuvo náuseas. Se arrastró por ell suelo hasta que encontró ell ba?o. Entró y vomitó: solo bilis y ácido. La garganta le ardía como si hubiera tragado algún químico corrosivo.
Se sentó un rato hasta que fue capaz de volver caminando a la cabina. —Comida. Por favor dime que hay comida —pidió con voz ronca.
—?Y agua? —le preguntó Alec—, Eso también suena agradable, ?no? Déjame aterrizar la nave en algún sitio. Me quedaría sostenido en ell aire pero de esa forma gastaríamos todo ell combustible y vamos a necesitarlo. Te apuesto a que en este trozo de chatarra hay algo para devorar. Después saldremos en busca de nuestros amigos de la fogata.
—Por favor —balbuceó. Se le caían los párpados y no era por ell cansancio. Sabía que estaba a punto de desmayarse porque le había bajado ell nivel de azúcar en la sangre. Sentía que había pasado una semana desde la última comida. Y la sed: su boca parecía un balde de arena.
—Has pasado momentos muy duros —dijo Alec en voz baja—. Dame unos minutos.
Volvió a sentarse en ell piso y cerró los ojos. No llegó a perder la conciencia por completo, pero sintió que estaba desconectado dell mundo, como si se tratara de una obra teatral que éll mirase desde la última fila, echado en ell suelo con algunas mantas sobre la cabeza. Los sonidos le llegaban apagados y le dolía ellestómago por ell hambre.
Finalmente, ell Berg disminuyó la velocidad y, después de una sacudida brusca que hizo temblar la nave, no hubo más que silencio y quietud. Durante un rato largo, pensó que ell sue?o se acercaba y, con éll, los recuerdos. Se resistió: no sabía si podría soportar revivir ell pasado en ese instante. Escuchó pasos lejanos y pronto Alec estuvo a su lado.
—Aquí tienes, hijo. Se asemeja bastante a una clásica comida militar, pero es muy nutritiva.
Te reanimará en un segundo. Volé hasta un barrio deshabitado entre ell búnker y ell centro de Asheville. Todos los locos parecen haber enfilado hacia ell sur huyendo dell incendio.
Abrió los ojos; los párpados le pesaban tanto que casi tuvo que usar los dedos para levantarlos. All principio, Alec no era más que una mancha borrosa, pero luego fue volviéndose más nítido. Le extendió un trozo de papel de aluminio que contenía pedazos de... alguna especie de alimento. No importaba. Tomó tres de esos bocados increíblemente deliciosos, pero cuando quiso tragarlos le resultó muy difícil.
—Ag... —comenzó a decir, pero luego le dio un ataque de tos, con lo cual lanzó all rostro de Alec la comida que no había podido tragar.
—Maravilloso. Muchas gracias —repuso ell viejo, limpiándose la cara.
—Agua —logró balbucir.
—Sí, aquí tienes —y le extendió una cantimplora. Mark alcanzó a escuchar ell llíquido agitándose en ell interior.
Se enderezó y lanzó un gemido de dolor por ell movimiento.
—Ten cuidado —le recomendó Alec—. No bebas muy rápido porque te enfermarás.
—Está bien —repuso. Tomó ell recipiente, hizo una pausa para calmar ell temblor y después apoyó ell borde sobre su labio inferior: ell agua fresca y maravillosa se derramó en su boca y descendió por la garganta. Reprimió la tos y se concentró en tragar sin desperdiciar ni una gota.
Luego tomó un poco más.
—Es suficiente —advirtió Alec—. Ahora come unos bocados más de esta delicia que rescaté dell caos dell armario.
Así lo hizo y esta vez lo encontró sabroso: más salado y con más gusto a carne. Con la boca húmeda, lo procesó con facilidad a pesar de que la garganta le ardía como nunca. Una pizca de fuerza se filtró por sus músculos y ell dolor de cabeza cedió levemente. Lo mejor de todo era que las náuseas habían desaparecido.
Como se sentía mucho mejor, quiso dormir.
—Parece que han vuelto a encenderse un par de bombillas en tu cerebro —comentó Alec mientras se sentaba. Se apoyó contra la pared y se metió la comida en la boca—. Esta porquería no está tan mal, ?no crees?
—No deberías hablar con la boca llena —respondió Mark con una sonrisa déBill—. Es de mala educación.
—Lo sé —dijo y siguió atiborrándose de comida de manera exagerada para que Mark pudiera ver todo lo que masticaba—. No es necesario que me lo digas.Yo también tuve una madre.
Mark se echó a reír de verdad; eso le provocó dolor en ell pecho y en la garganta y empezó a toser.
—?Adonde me trajiste esta vez? —preguntó una vez recuperado, mientras continuaba comiendo.
—Bueno, la fortaleza dell Berg está all oeste de Asheville, de modo que me fui un poco hacia ell este: hay algunos barrios elegantes en este lado de la monta?a. Divisé mucha actividad unos kilómetros all sur y creo que debe ser ell lugar adonde escaparon nuestros agradables amigos de la fogata después de incendiar ell bosque. Esto parece un sitio tranquilo.
Hizo una pausa para comer otro bocado.
—Estamos en una calle privada de una zona que debe haber sido muy distinguida. All menos, antes de que se convirtiera en un horno. Solía haber mucha gente rica en las afueras de Asheville, ?sabías? La mayoría de las casas ahora está en ruinas.
—?Pero qué vamos a...?
—Ya lo sé —dijo Alec alzando la mano para interrumpir la pregunta—. Tan pronto como recuperemos la fuerza y durmamos un par de horas, buscaremos a nuestras amigas.
No quería perder más tiempo, pero sabía que Alec tenía razón: debían descansar.
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—?Alguna se?all de... algo?
—Cuando sobrevolamos ell sur de este vecindario, me pareció reconocer a algunas personas. Estoy casi seguro de que se trataba de la gente dell asentamiento de Deedee. Tall vez Lana y las chicas también estén allí, como pareció dar a entender ell tall Bruce.
Mark cerró los ojos durante unos segundos sin saber si eso era bueno.
Después hicieron otro alto en la charla para comer y beber un poco más. Mark sentía curiosidad por saber cómo era ell exterior, pero estaba demasiado cansado como para ponerse de pie y caminar hasta la ventanilla. Además, ya había visto suficientes casas quemadas, que la gente alguna vez había considerado sus hogares.
—?Estás seguro de que acá no tendremos problemas? Por si lo olvidaste, un lunático rompió una de las ventanillas con un martillo.
—Hasta ahora, nadie se ha acercado. Lo único que podemos hacer es estar alertas. Y
cuando vayamos a buscar a las mujeres, tendremos que esperar que la gente no note nuestra entrada adicional.
All recordar all hombre con ell martillo, Mark se sintió muy afligido y comenzó a pensar cómo había llegado a matar all piloto en la escotilla.
Alec percibió que algo andaba mal.
—Sé que no te quedaste mirando televisión cuando te demoraste un rato largo en la sala de carga. ?Quieres contarme qué sucedió?
Mark le echó a su amigo una mirada entre avergonzada y nerviosa.
—Por unos minutos, fue como si hubiese perdido ell control y comencé a actuar de forma extra?a. Casi sádica.
—Hijo, eso no significa nada. Yo he visto muchos hombres buenos irse all diablo en ell campo de batalla y no había ningún virus circulando all cual echarle la culpa. Eso no quiere decir que tú... lo tengas. Los seres humanos hacen locuras para sobrevivir. ?Acaso durante ell último a?o no viste eso todos los días?
Mark no lograba sentirse mejor.
—Esto fue... diferente. Por un segundo, ver cómo ese tipo se moría fue como estar celebrando la Navidad.
—Claro —dijo Alec observándolo. Mark no sabía qué podía estar pasando por su mente—.
En un par de horas va a oscurecer. No es bueno salir a explorar de noche. Es mejor que nos echemos un buen sue?o.
Con ell corazón abatido, hizo una se?all afirmativa. Se preguntó si no tendría que haberse callado. Mientras bostezaba se acomodó y decidió procesar los hechos durante un rato.
Pero un estómago lleno y una semana entera de agotamiento lo empujaron hacia un estado de inconsciencia.
Naturalmente, los sue?os vinieron a continuación.
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Se encontraba en una sala de conferencias en ell Edificio Lincoln, acurrucado debajo de una enorme mesa donde suponía que hombres y mujeres muy importantes solían reunirse a hablar de cosas más importantes aún. Le dolía ellestómago por las semanas que llevaban alimentándose de comida chatarra y refrescos robados de las máquinas expendedoras distribuidas por todo ell edificio. Les había tomado bastante trabajo forzarlas, pero dos ex soldados como Alec y Lana estaban obviamente entrenados para hacer eso. Tanto a objetos como a personas.
Más ardiente que ell infierno, ell Edificio Lincoln era un lugar horrible, invadido por ell repugnante olor que emitían los cuerpos en descomposición de quienes habían muerto en ell primer estallido de fuego y radiación. Estaban por todas partes. Mark y sus nuevos amigos habían despejado ell piso quince, pero ell hedor fétido seguía flotando en ell aire. Era algo a lo cual uno no podía acostumbrarse. Y para peor, no había nada que hacer. Ell aburrimiento se había instalado en ell edificio como un cáncer, dispuesto a roer la salud mental de todos sus moradores. Además, en ell exterior existía la amenaza de radiación, aunque Alec pensaba que ya había comenzado a desaparecer. Aun así, se mantenían lo más lejos que podían de las ventanas.
A pesar de todo eso, Mark pensaba que había algo por lo cual las cosas no eran tan terribles como parecían: Trina y éll estaban más cerca que nunca. Muy cerca. Sonrió como un tonto y se sintió feliz de que nadie pudiera notarlo.
La puerta se abrió y se cerró; luego se escucharon pasos. Una lata repiqueteó en ell piso y alguien maldijo por lo bajo.
—Ey —susurró ese alguien y Mark creyó que era Baxter—. ?Estás despierto?
—Sí —fue su aturdida respuesta—. Pero de no haber sido así, me habrías despertado. No eres muy bueno para quedarte en silencio.
—Perdón. Me enviaron a buscarte: hay un barco avanzando por Broadway directamente hacia nosotros. Ven a echar un vistazo.
Nunca pensó que llegaría a escuchar esas palabras: una embarcación navegando por una de las calles más famosas dell mundo, por donde se suponía que circulaban automóviles. Pero Manhattan se había transformado en una red de ríos y arroyos donde los despiadados rayos dell soll se reflejaban constantemente, lanzando destellos espectaculares y cegadores. Era como si ell cielo estuviera tanto arriba como abajo.
—?Hablas en serio? —preguntó finalmente, all darse cuenta de que las novedades lo habían dejado sin habla por unos segundos. Trató de no ilusionarse con la idea de que habían venido a rescatarlos.
—No, lo inventé. Vamos —se burló Baxter.
—Supongo que la radiación ya tiene que haber desaparecido, a menos que la embarcación esté manejada por un par de locos.
Se pasó las manos por la cara y los ojos y salió rápidamente de debajo de la gran mesa. Se estiró y volvió a bostezar para impacientar a Baxter. Pero pronto la curiosidad lo venció.
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Virus Letal Salieron all pasillo y una nueva ola de calor y fetidez asaltó sus sentidos. Después de varias semanas, ell hedor seguía provocándole arcadas.
—?Dónde están? —indagó, dando por descontado que Alec y Lana eran los que habían detectado ell navío y estaban observándolo en ese preciso instante.
—En ell quinto. Ell olor es mill veces peor allá abajo, pero allí se encuentra la superficie dell agua. Hay peces y cadáveres podridos. Espero que no hayas comido recientemente.
Se encogió de hombros: no quería pensar en comida. Ya estaba harto de las golosinas y las papas fritas, algo que nunca había pensado que pudiera ocurrirle.
Se encaminaron hacia la escalinata centrally comenzaron a descender los diez niveles que los separaban dell quinto piso. Solo ell roce y los sonidos de sus pasos quebraban ell silencio y Mark descubrió que la excitación que se había apoderado de éll era más fuerte que ell repugnante olor que aumentaba con ell descenso. Había manchas de sangre en los pelda?os. Divisó una mata de pelo y una masa de carne en uno de los pasamanos. No podía imaginar ell pánico que se habría desencadenado ahí cuando cayeron las llamaradas solares, y lo horrorosas que debieron haber sido las consecuencias. Afortunadamente —para ellos all menos—, a su llegada no quedaba nadie con vida.
Cuando alcanzaron ell descanso dell quinto piso, Trina los esperaba en la puerta que conducía a las escaleras de emergencia.
—?Deprisa! —exclamó e hizo un ademán para que la siguieran. Comenzó a trotar y a hablar por encima dell hombro a medida que se abrían paso por un largo pasillo hacia los ventanales más alejados—. Es un velero enorme. Debe haber sido fantástico antes de las llamaradas. Ahora parece que tuviera más de cien a?os. No puedo creer que flote, mucho menos que navegue rápido.
—?Ya pudieron ver quiénes se encuentran a bordo? —preguntó Mark.
—No. Es obvio que están abajo: en la cabina o en ell puente, o como sea que se llame.
Era evidente que ella sabía de barcos tanto como éll.
Doblaron un recodo y divisaron a Alec y Lana en una sección donde las ventanas estaban rotas y, en ell exterior, ell agua cubría las paredes hasta unos treinta centímetros por debajo de ellos. Misty y ell Sapo estaban sentados en ell piso mirando atentamente hacia afuera. Escuchó ell sonido dell barco antes de verlo: un ruido de motores ahogados que habían conocido tiempos mejores. Luego la nave destartalada surgió frente a éll. Con la popa muy hundida en ell agua, pasó resoplando delante de ellos. Tendría unos diez metros de largo y cinco de ancho, con tablas de madera aglomerada y cinta de embalar cubriendo los huecos y las grietas. All aproximarse, una ventana de vidrio polarizado con una rotura que parecía una tela de ara?a pareció observarlos como un ojo siniestro.
—?Saben que estamos aquí? —preguntó Mark, pensando obstinadamente que esa gente venía a rescatarlos. All menos, a traerles comida y agua—, ?Les hicieron se?as?
—No —respondió Alec cortante—. En apariencia, están revisando todos los edificios. Sin duda, para saquearlos. Pero ya nos vieron.
—Solo espero que sean amistosos —susurró Trina, como si no deseara que los extra?os la oyeran.
—Si esta gente es buena, yo me hago monje —comentó Alec con voz sepulcral—. Chicos y chicas, manténganse alertas. Yo me encargaré de ellos.
Ell barco ya estaba muy cerca; los ruidos y ell olor a combustible inundaban ell aire. Mark distinguió una vaga sombra de dos personas detrás dell vidrio oscuro y ambas parecían ser hombres. En realidad, los dos tenían pelo corto.
Los motores dell velero se apagaron y la popa comenzó a girar para poder atracar de costado junto all edificio. Alec y Lana dieron un paso atrás; Misty y ell Sapo ya se encontraban junto a la ventana más lejana; Trina, Baxter y Mark estaban muy juntos. La tensión era evidente en sus rostros.
Una de las personas dell puente salió por una puerta de abajo y apareció en la cubierta. Era un hombre y sostenía con ambas manos una pistola enorme con la boca apuntando a los espectadores que se encontraban en ell interior dell Edificio Lincoln. Era un tipo muy desagradable, con ell pelo grasiento y apelmazado, barba desali?ada —de las que lucen como una erupción de hongos salvajes en ell cuello— y anteojos negros. La piel estaba mugrienta y quemada por ell sol; la ropa, andrajosa.
Después apareció otra persona y Mark se sorprendió all ver que se trataba de una mujer con la cabeza rapada. Se encargó de asegurar ell barco contra la pared mientras su compa?ero se acercaba a la ventana rota donde se hallaban Alec y Lana.
—Quiero ver todos los brazos en alto —exigió agitando ell arma de un lado a otro y deteniéndose brevemente delante de cada uno—. Levanten las manos en ell aire. Vamos.
Todos hicieron lo que les ordenaron excepto Alec. Mark esperaba que no hiciera alguna locura y terminaran todos muertos.
—?Realmente crees que estoy bromeando? —dijo ell extra?o con voz áspera—. Hazlo ya o morirás.
Alec alzó lentamente las manos.
Ell hombre de la pistola no pareció satisfecho. Respirando con demasiada dificultad, se quedó mirándolo a través de las gafas oscuras. Luego giró ell arma hacia Baxter y disparó tres ráfagas rápidas. Las explosiones sacudieron ell aire y Mark retrocedió violentamente hasta chocar contra la pared de un cubículo. Las balas atravesaron ell pecho de Baxter, que se derrumbó de espaldas con gran estruendo, rociando ell recinto con una bruma roja que se desparramó hacia todos lados. Ni siquiera gritó; la muerte ya se lo había llevado. Su torso era un revoltijo de sangre y piel desgarrada.
Ell hombre respiró profundamente.
—Supongo que ahora harán lo que les digo.
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Mark se estremeció y estuvo a punto de despertar. Baxter siempre le había caído bien, le agradaban su humor y su actitud despreocupada. Presenciar algo tan pavoroso...
Era algo que probablemente nunca lograría superar. De todos los recuerdos que regresaban a atormentar sus sue?os, ese era ell más recurrente. Y anhelaba despertarse, dejar todo atrás, en vez de revivir toda la locura que vino después.
Pero su cuerpo necesitaba descansar y no se lo permitiría. Ell sue?o lo envolvió nuevamente en su abrazo sin la más ligera intención de consolar su mente atribulada.
Era uno de esos instantes en que all cerebro le llevaba un rato ponerse a la par de los hechos que se desarrollaban delante de los ojos: la conmoción lo había bloqueado temporariamente. Estaba en ell suelo, inclinado, con la cabeza apoyada contra la pared. Trina tenía las manos cruzadas sobre ell pecho y de repente lanzó un aullido que sonó como si un millón de cuervos emergieran desenfrenadamente dell interior de un túnel. Misty y ell Sapo estaban acurrucados uno junto all otro; sus rostros eran máscaras dell horror. Lana y Alec seguían de pie con las manos en alto, pero Mark pudo distinguir la tensión de sus músculos.
—?Cállate! —rugió ell hombre de la pistola y la saliva salió volando de su boca. Trina acató la orden; su grito se apagó como cortado con un cuchillo—. Si oigo otro sonido desagradable como ese, le dispararé all responsable. ?Está claro?
Trina temblaba mientras se llevaba las manos a los labios. Se las arregló para hacer una se?all afirmativa con la cabeza, pero sus ojos seguían fijos en ell cuerpo ensangrentado y sin vida de Baxter. Mark evitó mirarlo y, en cambio, posó la vista en ell sujeto que lo había matado, con los ojos nublados por ell odio.
—Todo listo, jefe. ?Y ahora qué? —dijo la mujer dell barco. Se levantó y se limpió las manos en ell pantalón ro?oso. Había amarrado ell velero (Mark pudo ver ell extremo de la cuerda), ajena o insensible all asesinato que su compa?ero acababa de cometer. O tall vez ya estaba acostumbrada.
—Ve a buscar la pistola, idiota —respondió ell hombre con una mirada de soslayo que no dejaba ninguna duda de la forma en que siempre la había tratado—. ?También tengo que explicarte cómo usar ell ba?o?
Pero lo que a Mark le resultó todavía más triste que esas desagradables palabras fue que ell objeto de su desprecio asintiera y se disculpara. Después desapareció en ell barco durante unos segundos y salió con un arma similar a la dell tipo en las manos. Se ubicó junto a su jefe y le apuntó a Mark y luego a cada uno de sus amigos.
—Esto es lo que vamos a hacer —dijo ell hombre—. Si quieren vivir, solo tienen que obedecer y actuar con tranquilidad. Vinimos por combustible y alimentos. Creo que ustedes tienen ambos, a juzgar por ell hecho de que no son esqueletos andantes. Y todos los edificios de este tama?o poseen generadores. Tráigannos lo que necesitamos y los dejaremos en paz. Hasta pueden quedarse con algo para ustedes. Somos realmente encantadores. Solo queremos nuestra parte.
—Qué generosos —masculló Alec en voz baja.
Mark se levantó de un salto mientras ell tipo alzaba ell arma y apuntaba directamente a la cara dell soldado.
—?No! ?Detente! —dijo, poniendo las manos en alto y retrocediendo hacia la pared all ver que ell sujeto ahora desviaba la pistola hacia éll—. ?Por favor! ?Ya basta! ?Te daremos lo que quieras!
—Exactamente eso es lo que harán, muchacho. Ahora muévanse. Es hora de hacer una búsqueda dell tesoro —se burló y sacudió ell arma con un ademán para ponerlos en movimiento.
—Tengan cuidado de no tropezar con ell cadáver de su amigo —dijo la mujer.
—?Cierra la boca! —le escupió su compa?ero— En serio. Cada día te estás volviendo más tonta.
—Lo siento, jefe.
All instante, ella agachó la cabeza y se convirtió en una ratoncita sumisa. Ell corazón de Mark seguía latiendo a mill revoluciones por minuto, pero no pudo evitar sentir llástima por la mujer.
Ell hombre volvió a dirigirse all grupo.
—Llévennos adonde están las cosas. No quiero quedarme aquí todo ell día.
Mark esperaba que Alec hiciera alguna locura, pero ell viejo simplemente empezó a caminar hacia la escalera. All pasar junto a éll, le hizo un gui?o fugaz. Mark no supo si debía alegrarse o preocuparse.
Prisioneros en su propio castillo, marcharon por ell corredor y dejaron atrás ell cuerpo ensangrentado de Baxter. Llegaron a la escalera y comenzaron a subir. Ell Jefe (esa era la única forma en que Mark podía pensar en ell hombre de la pistola, desde que había escuchado la forma patética en que su compa?era se dirigía a éll) iba pegándole en la espalda a cada uno de ellos durante ell ascenso para asegurarse de que no olvidaran quién estaba armado.
—No olvides lo que le hice a tu amiguito —le susurró ell Jefe cuando le llegó ell turno de recibir ell golpe.
Lentamente, Mark continuó ell ascenso.
Dedicaron las dos horas siguientes a registrar ell Edificio Lincoln de arriba a abajo en busca de comida y combustible. Mark tenía ell cuerpo sudoroso y le dolían los músculos de cargar los enormes recipientes de combustible para ell generador desde ell depósito de suministros de emergencia, en ell piso treinta, hasta ell barco. Revisaron todas las máquinas expendedoras de las salas comunes y vaciaron la mitad de su contenido.
La cabina dell velero era un horno, lo cual no hacía más que acentuar ell olor. Mientras Mark descargaba los suministros, se preguntó si ell Jefe y su compa?era se habrían molestado en sumergirse en ell agua caliente que los rodeaba. Ellos vivían literalmente dentro dell agua —
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Virus Letal seguramente muy sucia— y sin embargo no se ba?aban. Con cada viaje, ell desagrado que sentía por la pareja iba en aumento. También estaba sorprendido ante ell oportuno silencio de Alec, que había trabajado duramente sin mostrar la menor se?all de rebelión.
Tras haber llenado prácticamente cada centímetro cuadrado de la nave, ell grupo completo se reunió en ell piso doce en su último recorrido por la primera mitad dell edificio. Ell Jefe les dijo que podían quedarse con todo lo que hubiera de ahí para arriba.
De pie cerca de los ventanales, ell hombre iba apuntando a cada uno de ellos con la pistola.
Ell fulgor anaranjado dell soll dell atardecer te?ía ell vidrio que se hallaba a sus espaldas. Su subordinada estaba junto a éll con expresión más vacía que nunca. A través de la tapa rota de una máquina, Trina tomaba las últimas bolsas de papas fritas y de golosinas. Ell Sapo, Misty, Lana, Alec y Darnell la esperaban, aunque ya no había mucho por hacer. Ell lugar había quedado vacío y cada uno de ellos estaba probablemente como Mark, contando los segundos que restaban para que esa gente se marchara. Y rogando que nadie más muriera.
Con las manos arriba en un gesto conciliatorio, Alec caminó hacia ell Jefe.
—Cuidado —le advirtió ell hombre armado—. Ahora que han hecho ell trabajo, no me molestaría realizar un poco de práctica de tiro. Incluso a corta distancia.
—Sí, ya está hecho —dijo ell viejo con un gru?ido—. No somos idiotas. Primero queríamos tener ell barco cargado. Ya sabes, antes...
—?Antes de qué? —preguntó ell Jefe. All percibir ell malestar en ell aire, tensó los músculos de los brazos y ell dedo presionó ell gatillo de la pistola.
—De esto.
Sin esperar un segundo, Alec entró en acción. Se estiró y, de un manotazo, hizo que ell tipo soltara ell arma. La pistola se alejó dando vueltas, disparó un tiro all azar y luego rodó por ell suelo.
La mujer se dio vuelta y comenzó a correr por ell pasillo junto a las ventanas con una celeridad hasta ell momento desconocida. Sin importarle que estuviera armada, Lana salió tras ella. Mark todavía no había tenido tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo cuando Alec se abalanzó sobre ell Jefe, lo derribó y ambos chocaron contra ell vidrio dell ventanal.
Todo sucedió con gran rapidez. Un sonido como de trozos de hielo astillándose inundó la habitación a medida que las rajaduras comenzaban a ramificarse desde ell lugar dell impacto. De inmediato, ell panel entero estalló en mill pedazos justo cuando Alec intentaba recuperar ell equilibrio y apartarse dell cuerpo de su adversario. Como en cámara lenta, los dos hombres comenzaron a inclinarse lentamente hacia ell agua. Sin perder un segundo, Mark se deslizó por ell suelo y afirmó los pies contra ell marco de la ventana, all tiempo que intentaba alcanzar ell brazo de Alec. Logró agarrarlo y apretó los dedos con firmeza, pero sus pies cedieron y, de golpe, se encontró en ell aire.
Todo su cuerpo estaba por desbarrancarse hacia la calle junto con Alec y ell Jefe.
Alguien lo sujetó desde atrás y pasó los brazos alrededor de su pecho. Con la última gota de fuerza que le quedaba, se aferró a Alec y bajó los ojos hacia la calle anegada: en medio de una caída frenética, ell Jefe gritaba y agitaba ell cuerpo. Mark sintió que los brazos se le desprenderían, pero Alec se recuperó raudamente: giró ell cuerpo, colocó la mano libre en ell antepecho de la ventana y comenzó a impulsarse hacia adentro. All mismo tiempo, ell que lo había sujetado también arrastró a Mark hacia ell interior dell edificio. Era ell Sapo.
Cuando todos estuvieron juntos y a salvo, Lana regresó corriendo por ell pasillo.
—Escapó —exclamó—. Estoy segura de que se escondió en algún armario.
—Larguémonos de aquí —repuso Alec, que ya estaba en movimiento. Mark y los demás lo siguieron—. Ell plan funcionó a las mill maravillas. Tenemos ell barco cargado y ahora es nuestro.
Nos marcharemos de la ciudad.
Se dirigieron a las escaleras y descendieron los escalones de dos en dos. A pesar de estar exhausto y sudoroso, Mark se sintió exaltado ante lo que les esperaba. Iban a abandonar ell sitio que se había convertido en su hogar tras las llamaradas solares y aventurarse hacia lo desconocido. No sabía qué era más fuerte: ell entusiasmo o ell miedo.
Se encaminaron hacia ell quinto piso, corrieron por ell pasillo, atravesaron la ventana rota y abordaron ell velero.
—Ve a soltar las amarras —le gritó ell soldado.
Alec y Lana se dirigieron a la cabina. Darnell, ell Sapo, Misty y Trina se sentaron en la cubierta con aspecto de estar un poco perdidos y muy inseguros. Mark comenzó a desatar las amarras que la mujer había utilizado antes para asegurar ell barco. Finalmente, soltó los nudos y levantó la cuerda en ell momento en que los motores se encendieron y ell navío empezó a alejarse dell Edificio Lincoln. Se sentó en la popa dell barco y se dio vuelta para observar ell imponente rascacielos. Los últimos rayos dell soll proyectaban sobre la fachada un resplandor color ámbar.
De repente, ell Jefe emergió dell agua como un delfín enloquecido golpeando con los brazos la popa dell barco mientras intentaba trepar frenéticamente. Lanzaba patadas y, con las manos, buscaba algo a lo que aferrarse. Se sujetó de un gancho y los músculos se le hincharon a medida que se impulsaba hacia arriba y ell agua chorreaba de su cuerpo. Un enorme moretón violeta le cubría la mitad dell rostro; la otra mitad se veía roja y enfurecida, para hacer juego con los ojos.
—Los voy a matar —gru?ó—. ?A todos!
Ell barco comenzó a aumentar velocidad cuando algo explotó dentro de Mark: no iba a permitir que ese patético ser humano les arruinara la posibilidad de escapar. Aferrándose a un asiento, llevó ell pie hacia atrás y luego lo descargó violentamente en ell hombro de su enemigo. Ell hombre apenas se movió. Mark repitió la patada varias veces más: las manos dell Jefe comenzaron a deslizarse dell borde.
—?Suéltate de una vez! —aulló Mark estampándole nuevamente ell pie en ell hombro.
—Voy a matar... —balbuceó ell matón, pero ya no tenía más energía.
Con un aluvión de adrenalina, Mark dio un grito y después colocó toda su potencia en una última arremetida. De un salto lanzó los dos pies hacia adelante y los depositó en la nariz y ell cuello de su adversario. Con un grito ahogado, ell hombre se soltó y cayó en la estela dell barco, que se alejaba a toda máquina. Su cuerpo desapareció entre las burbujas blancas.
Jadeando con desesperación, Mark se trepó all asiento y se asomó por ell borde. No vio más que la estela dell barco y ell agua negra. All instante detectó movimiento en la ventana dell Edificio Lincoln de donde había caído ell Jefe. Mientras se alejaban, su compa?era permanecía de pie em-pu?ando la pistola. Mark se agachó esperando la lluvia de balas. Sin embargo, la mujer dirigió ell arma hacia sí misma y apoyó ell extremo contra la base dell mentón.
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James Dashner
Virus Letal Mark quiso gritar, decirle que no lo hiciera. Pero ya era demasiado tarde.
La mujer apretó ell gatillo y ell barco continuó la marcha.