Las pruebas (The Maze Runner #2)

—?Y?

—Dijeron que no había reglas. Dijeron que teníamos mucho tiempo para llegar al maldito refugio seguro y eso era todo. Sin reglas. La gente muriéndose a diestro y siniestro, y entonces vienen en un pu?etero monstruo volador y te salvan el culo. No tiene sentido —hizo una pausa—. No es que me esté quejando… Me alegro de que estés vivo y todo eso.

—Vaya, gracias.

Thomas sabía que era un buen comentario, pero estaba harto de pensar en aquello.

—Y luego están todos esos carteles de la ciudad. Es raro.

Thomas miró a Newt, sin poder apenas ver la cara de su amigo.

—?Qué pasa, estás celoso o qué? —preguntó, intentando reírse de la situación. Trataba de ignorar que aquellos carteles tenían que ser importantes.

Newt se rió.

—No, pingajo. Tan sólo me muero por saber qué es lo que está pasando. De qué va todo esto.

—Sí —Thomas asintió. No podía estar más de acuerdo—. La mujer dijo que sólo unos cuantos éramos buenos candidatos. Y sí, dijo que yo era el mejor candidato y que no quería que muriera por algo que ellos no habían planeado; pero no sé qué significa todo eso. Tiene que ver con toda la clonc de los patrones de las zonas letales.

Siguieron caminando alrededor de un minuto antes de que Newt volviera a hablar:

—No vale la pena devanarnos los sesos, supongo. Lo que tenga que pasar, pasará.

Thomas estuvo a punto de contarle lo que Teresa le había dicho mentalmente, pero, por algún motivo, no le pareció correcto. Se quedó en silencio y, al final, Newt se alejó; de nuevo, Thomas continuó caminando solo en la oscuridad.



? ? ?





Pasaron un par de horas antes de que surgiera otra conversación, esta vez con Minho. Intercambiaron muchas palabras, pero sin decir demasiado. Pasaba el tiempo y repetían las mismas preguntas que habían pasado por sus cabezas millones de veces.

Thomas sentía las piernas un poco cansadas, pero no demasiado. Las monta?as se hallaban cada vez más cerca. El aire se enfrió considerablemente; se volvió maravilloso. Brenda seguía callada y distante.

Y continuaban avanzando.



? ? ?





Cuando los primeros indicios del alba le dieron al cielo un tono azul oscuro y las estrellas empezaron a titilar para dar paso a un nuevo día, Thomas por fin tuvo el valor de acercarse a Brenda para hablar. Los riscos se alzaban ahora; árboles muertos y trozos de rocas desperdigadas se veían con claridad. Llegarían al pie de la cordillera cuando el sol asomara por el horizonte, Thomas estaba seguro.

—Eh —le dijo—, ?qué tal van tus pies?

—Muy bien —respondió ella sucintamente, pero enseguida volvió a hablar, quizá para intentar compensar su parquedad—: ?Y tú? Parece que ya tienes bien el hombro.

—No puedo creer lo bien que está. Apenas me duele.

—Estupendo.

—Sí —se quebró la cabeza tratando de pensar en algo que a?adir—. Bueno, eh… Perdona por todo lo raro que pasó. Y… por todo lo que dije. Tengo la cabeza hecha un lío.

La muchacha le miró y Thomas distinguió un poco de ternura en sus ojos.

—Por favor, Thomas; lo último que te hace falta es pedir disculpas —volvió a mirar al frente—. Tan sólo somos diferentes. Además, tienes a esa novia tuya. No debería haber intentado besarte y toda esa mierda.

—En realidad, no es mi novia —se arrepintió de haberlo dicho en cuanto salió de sus labios; ni siquiera sabía de dónde lo había sacado.

Brenda resopló.

—No seas tonto. Y no me insultes. Si te vas a resistir a esto —hizo una pausa y se se?aló con la mano desde la cabeza a los pies, con una sonrisa burlona—, será mejor que sea por un buen motivo.

Thomas se rió, y toda la tensión y la incomodidad que sentía desaparecieron por completo.

—Ya lo pillo. Además, seguro que besas de pena.

La chica le dio un pu?etazo en el brazo, por suerte, en el sano.

—No podrías estar más equivocado. Te lo digo yo.

Thomas estaba a punto de replicar algo estúpido cuando se paró en seco. Alguien que por poco chocó con él desde atrás le rodeó con paso ligero, pero no supo quién. Tenía los ojos clavados delante y se le había paralizado el corazón.

El cielo se había aclarado considerablemente y la cuesta de las monta?as se hallaba a tan sólo unos metros de distancia. A medio camino entre aquí y allí, una chica había aparecido de la nada, como si hubiese ascendido del suelo. Y caminaba hacia ellos a paso rápido. En las manos llevaba una larga vara de madera con una hoja de aspecto desagradable atada en el extremo.

Era Teresa.





Capítulo 44