Las pruebas (The Maze Runner #2)

Una curiosa expresión de terror se extendió por su cara, y los ojos y la boca se le abrieron de par en par. Y entonces la empujaron dos…


El pánico se apoderó de Thomas. Había dos personas, vestidas con los trajes más extra?os que había visto en su vida. De una sola pieza, anchos y de color verde oscuro, con unas letras que no podía leer, garabateadas en el pecho. Unas gafas de aviador les tapaban los ojos. No, no eran gafas, sino una especie de máscaras antigás. Tenían un aspecto extra?o y horrible. Parecían malignos, como enormes insectos enloquecidos, tal vez comedores de humanos, envueltos en plástico.

Uno de ellos le agarró las piernas por los tobillos. El otro colocó las manos debajo de él para sujetarle por las axilas, y Thomas gritó. Lo levantaron, y el dolor recorrió todo su cuerpo; casi se había acostumbrado a aquella angustia, pero ahora era incluso peor. Le dolía demasiado para resistirse, así que se relajó.

Entonces empezaron a moverse, se lo estaban llevando y, por primera vez, los ojos de Thomas enfocaron lo suficiente para leer las letras en el pecho de la persona que estaba a sus pies. CRUEL.

La oscuridad amenazaba con llevárselo de nuevo. Lo permitió, pero el dolor le acompa?ó.





Capítulo 41


Una vez más, se despertó con una luz blanca cegadora. Esta vez brillaba directamente hacia sus ojos desde arriba. Supo al instante que no se trataba del sol, era distinta. Además, resplandecía a corta distancia. Incluso mientras tenía los ojos cerrados, la imagen remanente de la bombilla flotaba en la oscuridad.

Oyó voces, más bien susurros. No podía entender ni una sola palabra; hablaban demasiado bajo, estaban lo bastante lejos para que le fuera imposible descifrar nada. Después oyó los chasquidos del metal contra el metal. Peque?os sonidos, y lo primero que le vino a la cabeza fueron instrumentos médicos. Escalpelos y esas varillas con un espejo en el extremo. Aquellas imágenes salían de la oscuridad de su memoria y, al combinarlas con la luz, lo supo: le habían llevado a un hospital, a un hospital. Lo último que se habría imaginado que existiera en la Quemadura. ?O se lo habían llevado a otro sitio? ?Muy lejos? ?A través de un Trans Plano, tal vez?

Una sombra cruzó por delante de la luz y Thomas abrió los ojos. Alguien le estaba mirando, vestido con el mismo traje ridículo que llevaban los que le habían transportado hasta allí. La máscara antigás o lo que fuese aquello. Unas grandes gafas de aviador. Detrás de los posibles cristales, vio unos ojos oscuros fijos en él. Unos ojos de mujer, si bien no sabía cómo los distinguía.

—?Puedes oírme? —le preguntó.

Sí, era una mujer, aunque la máscara amortiguara la voz.

Thomas intentó asentir con la cabeza, pero no supo si al final lo consiguió o no.

—Se suponía que esto no tenía que pasar —apartó un poco la cabeza y la mirada, lo que le hizo pensar que ese comentario no iba dirigido a él—. ?Cómo entró en la ciudad una pistola cargada? ?Tienes idea de la cantidad de óxido y porquería que debía de haber en esa bala? Por no mencionar los gérmenes —sonaba muy enfadada.

Un hombre contestó:

—Continúa. Tenemos que enviarle de vuelta. Enseguida.

Thomas apenas tuvo tiempo de procesar lo que decían, dado que un nuevo dolor insoportable floreció en su hombro. Se desmayó por enésima vez.



? ? ?





Volvió a despertarse.

Algo ya no estaba, no sabía el qué. La misma luz brillaba desde el mismo sitio de arriba; en esta ocasión miró al lado en vez de cerrar los ojos. Veía mejor, enfocaba mejor. Unos cuadrados plateados en el techo, un artilugio de acero con todo tipo de esferas, interruptores y monitores. Nada tenía sentido.

No sentía dolor. Nada. Nada en absoluto.

Tampoco había gente a su alrededor. Ningún traje extra?o y verde, ningunas gafas de aviador, nadie metiéndole escalpelos por el hombro. Al parecer, estaba solo, y la ausencia de dolor era puro éxtasis. No sabía que fuera posible sentirse tan bien.

No. Tenía que estar drogado.

Se quedó dormido.



? ? ?





Se tensó al oír unas voces bajas, aunque llegaban a través del aturdimiento causado por el estupor de la droga.

De algún modo, sabía lo suficiente para mantener los ojos cerrados y ver si podía averiguar algo de la gente que se lo había llevado. La gente que, sin duda, le había curado y librado de la infección.

Un hombre estaba hablando:

—?Estamos seguros de que esto no fastidiará nada?

—Estoy segura —esto lo dijo la mujer—. Bueno, tan segura como es posible. En todo caso, estimulará un patrón en la zona letal que no habíamos esperado. Un extra, a lo mejor. No me imagino que le lleve a él o a cualquier otro en una dirección que evite los otros patrones que estamos buscando.

—Por Dios, espero que tengas razón —respondió el hombre.

Otra mujer habló con una voz aguda, casi cristalina: —?Cuántos de los que quedan crees que son candidatos viables?