Las pruebas (The Maze Runner #2)

Varios clarianos ya habían cruzado la puerta hacia la luz del sol. ?Cuánto tiempo le había dejado sin sentido la droga? ?Un día entero? ?O tan sólo unas horas, desde la ma?ana? Se movió para seguirles, aunque antes se paró al lado de Brenda y le dio un empujoncito. Por un segundo, le preocupó que no quisiera acompa?arles, pero ella tan sólo dudó un momento antes de dirigirse hacia la puerta.

Minho, Newt y Jorge esperaron, haciendo guardia con sus armas, hasta que todos, salvo Thomas y Brenda, estuvieron fuera. Thomas vigiló la puerta mientras los tres clarianos retrocedían al tiempo que movían de un lado a otro sus cuchillos y espadas. Pero no parecía que nadie fuese a montar un escándalo. Seguramente estaban dispuestos a seguir adelante, contentos de estar vivos.

Todos se reunieron en el callejón, lejos de las escaleras. Thomas se quedó junto al último pelda?o, pero Brenda se colocó al otro lado del grupo. Se juró tener una larga charla con ella a solas en cuanto estuvieran lejos y a salvo. Le gustaba, quería ser su amigo por lo menos. Y lo más importante: ahora sentía por ella algo muy similar a lo que sentía por Chuck. Por alguna razón, una sensación de responsabilidad hacia ella le había embargado.

—… corred.

Thomas sacudió la cabeza al darse cuenta de que Minho había estado hablando. Unas punzadas de dolor le atravesaron el cráneo, pero se centró.

—Tan sólo quedan un par kilómetros —continuó Minho—. Después de todo, estos raros no son tan duros como para luchar. Así que vamos a…

—?Eh!

El grito vino de detrás de Thomas, estridente y demencial. Thomas se dio la vuelta para ver a Rubiales en el último pelda?o de las escaleras, junto a la puerta abierta, con el brazo extendido. Sus dedos de blancos nudillos sujetaban la pistola, firmes y sorprendentemente calmos. Apuntaba directo a Thomas.

Antes de que nadie pudiera moverse, disparó, una explosión que sacudió todo el estrecho callejón con un atronador estruendo.

Un intenso dolor desgarró el hombro izquierdo de Thomas.





Capítulo 40


El impacto echó a Thomas hacia atrás y lo volteó de tal modo que cayó de bruces, aplastándose la nariz contra el suelo. De alguna manera, a través del dolor y el zumbido sordo en sus oídos, oyó otro disparo y luego unos gru?idos y pu?etazos, seguidos del repiqueteo del metal sobre el cemento.

Rodó sobre su espalda, con una mano apretada sobre el sitio donde había recibido el disparo, y reunió el valor para mirar la herida. El pitido en sus oídos se hizo más fuerte y apenas advirtió por el rabillo del ojo que habían inmovilizado a Rubiales en el suelo. Alguien le estaba dando una paliza de muerte.

Minho.

Thomas bajó la vista hacia la herida. Lo que vio hizo que el corazón se le acelerara. Un agujerito en su camisa revelaba una mancha roja pegajosa en la parte carnosa de su axila, y la sangre manaba de la herida. Dolía. Dolía mucho. Si pensaba que el dolor de cabeza allí abajo era fuerte, aquello era tres o cuatro veces peor, una espiral de dolor justo en el hombro. Y se le extendía al resto del cuerpo.

Newt estaba a su lado y le miraba con ojos de preocupación.

—Me ha disparado —le salió así, otro número que a?adir a la lista de las mayores tonterías que había dicho. El dolor era como grapas metálicas vivientes recorriendo sus entra?as, que le pinchaban y ara?aban con sus puntitas afiladas. Notó que la mente se le oscurecía por segunda vez aquel día.

Alguien le pasó una camisa a Newt, que la apretó con fuerza sobre su herida. Aquello le mandó otra oleada de agonía por todo el cuerpo; gritó, sin importarle si lo tomaban por un llorica. Le dolía como nunca antes le había dolido nada. El mundo a su alrededor perdió otros tantos grados de intensidad.

?Desmáyate —se rogó—. Por favor, desmáyate para que se termine?.

A lo lejos volvieron a oírse voces, tan distantes como la suya en la pista de baile después de que lo drogaran.

—Puedo sacarle esa mamona —reconoció a Jorge entre los demás—. Pero necesitaré fuego.

—No podemos hacerlo aquí —?era Newt?

—Salgamos de esta fuca ciudad —definitivamente, Minho.

—Muy bien. Ayudadme a llevarlo —ni idea.

Unas manos le cogieron por debajo y le agarraron de las piernas. El dolor. Alguien dijo algo sobre contar hasta tres. El dolor. Le dolía muchísimo. Uno. El dolor. Dos. ?Ay! ?Tres!

Se elevó hacia el cielo y el dolor explotó de nuevo, fresco y terrible. Entonces su deseo de desmayarse se hizo realidad y la oscuridad se llevó sus problemas.

Se despertó con la mente aturdida.

La luz le cegaba, no podía abrir los ojos del todo. Su cuerpo se zarandeaba y sacudía mientras las manos aún le sujetaban fuerte. Oyó el sonido de una respiración rápida y dificultosa. Unos pies golpeando el pavimento. Alguien gritando, aunque no podía entender las palabras. A lo lejos, los enloquecidos gritos de los raros… lo bastante cerca como para que les estuvieran persiguiendo. Calor. El aire ardía.

Su hombro estaba en llamas. El dolor le atravesó como una serie de explosiones tóxicas y volvió a huir hacia la oscuridad.



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