Las pruebas (The Maze Runner #2)

—Primera pregunta —dijo Rubiales—: ?quién eres y por qué está tu nombre en los carteles de esta ciudad de mierda?

—Me llamo Thomas —en cuanto lo dijo, Rubiales torció el gesto, enfadado. Thomas se dio cuenta de su estúpido error y se apresuró a continuar—. Eso ya lo sabéis. Bueno, cómo llegué aquí es una historia muy extra?a y dudo que os la creáis. Pero juro que digo la verdad.

—?No llegaste en un iceberg como la mayoría de nosotros? —preguntó Coleta.

—?En un iceberg? —Thomas no sabía qué significaba aquello, pero negó con la cabeza y prosiguió—. No. Salimos de un túnel subterráneo a unos cincuenta kilómetros al sur de aquí. Antes de eso atravesamos algo llamado Trans Plano. Antes de eso…

—Espera, espera, espera —le interrumpió Rubiales, con una mano alzada—. ?Un Trans Plano? Te dispararía ahora mismo, pero no es posible que te hayas inventado eso.

Thomas frunció el ce?o por la confusión.

—?Por qué?

—Serías estúpido si intentaras zafarte con una mentira tan obvia como esa. ?Llegaste por un Trans Plano?

La sorpresa de aquel hombre era evidente. Thomas miró a los otros raros; ambos tenían la misma expresión atónita.

—Sí. ?Por qué es tan difícil de creer?

—?Sabes lo caro que es el Transporte Plano? Lo acababan de hacer público justo antes de las erupciones solares. Tan sólo los gobiernos y los multimillonarios podían permitirse usarlo.

Thomas se encogió de hombros.

—Bueno, sé que tienen mucho dinero y así lo llamó aquel tío. Un Trans Plano. Una especie de pared gris que arde como el hielo cuando la atraviesas.

—?Qué tío? —preguntó Coleta.

Thomas apenas había comenzado y ya le daba vueltas la cabeza. ?Cómo se contaba una historia como aquella?

—Creo que era de CRUEL. Nos están haciendo pasar por un experimento o una prueba. No conozco los detalles. Nos… nos borraron los recuerdos. Algunos vuelven a mi mente, pero no todos.

Rubiales no reaccionó durante un segundo, tan sólo se quedó allí mirándole fijamente. Casi como si le atravesara y clavara los ojos en la pared de atrás. Al final, dijo:

—Era abogado. Antes de que las erupciones y esta enfermedad lo arruinaran todo. Sé cuándo alguien está mintiendo. Era muy bueno en mi trabajo.

Curiosamente, Thomas se relajó.

—Entonces sabes que no estoy…

—Sí, lo sé. Quiero oírlo todo. Empieza a hablar.

Así lo hizo Thomas. No supo por qué, pero le parecía bien. Su instinto le decía que aquellos raros eran como todos los demás, que les habían enviado allí para pasar el resto de sus últimos horribles a?os sometidos al Destello. Tan sólo intentaban tener una oportunidad para salir, como cualquiera. Y el hecho de conocer a un chico que tenía carteles especiales por toda la ciudad era un primer paso excelente. Si Thomas hubiera estado en su piel, probablemente habría hecho lo mismo. Sin apuntar con una pistola ni atar a nadie… o eso esperaba.

Le había contado a Brenda la mayor parte de la historia el día anterior y así la relataba ahora. El Laberinto, la huida, los dormitorios. La misión de cruzar la Quemadura. Puso especial énfasis en que sonara muy importante, haciendo hincapié en la cura que les esperaba al final. Puesto que había perdido la ocasión de que Jorge le ayudara a atravesar la ciudad, quizá podría empezar de nuevo con esa gente. También expresó su preocupación por los demás clarianos, pero cuando les preguntó si los habían visto, a ellos o a un grupo grande de chicas, la respuesta fue negativa.

Una vez más, no habló mucho de Teresa. No quería arriesgarse a ponerla en peligro de ninguna manera, aunque no tenía ni idea de cómo podría provocar esa situación. También mintió un poco sobre Brenda. Bueno, no mintió directamente. Tan sólo hizo como si llevara con él desde el principio.

Cuando terminó, justo en el momento en que se encontraron con aquellos tres en el callejón, respiró hondo y se colocó bien en la silla.

—Por favor, ?podéis quitarme ahora esta cinta adhesiva?

Un movimiento en la mano de Alto y Feo atrajo su atención y vio un cuchillo muy afilado y brillante.

—?Qué opinas? —le preguntó a Rubiales.

—Sí, por qué no.

Había mantenido una expresión estoica durante la narración, sin darle ninguna pista acerca de si se la creía o no.

Alto y Feo se encogió de hombros y se levantó para acercarse a Thomas. Se estaba agachando, con el cuchillo extendido, cuando arriba se oyó un alboroto. Unos fuertes golpes en el techo, seguidos de un par de gritos. Entonces sonó como si un centenar de personas echara a correr. Pasos desesperados, saltos, más golpes. Más gritos.

—Debe de habernos encontrado otro grupo —dijo Rubiales, de pronto muy pálido.