Las pruebas (The Maze Runner #2)

Entreabrió los ojos.

Esta vez la luz era menos intensa, el dorado resplandor del crepúsculo. Estaba tumbado boca arriba con el suelo duro debajo de él. Tenía una piedra clavada en la parte inferior de la espalda, pero aquello era como estar en el cielo, comparado con el da?o de su hombro. La gente se arremolinaba junto a él y hablaba en susurros breves y tensos.

Las risas estridentes de los raros se habían hecho más distantes. No veía más que el cielo sobre él, no había edificios. Le dolía el hombro. ?Oh, el dolor!

Una hoguera chisporroteaba y crepitaba en algún lugar cercano. Sentía el calor flotando por su cuerpo entre el viento caliente.

Alguien dijo:

—Será mejor que lo sujetes. De piernas y brazos.

Aunque su mente aún estaba nublaba, aquellas palabras no le sonaron bien. Alcanzó a ver un destello de luz sobre algo plateado, el reflejo del sol que perdía intensidad sobre… ?un cuchillo? ?Estaba al rojo vivo?

—Esto va a dolerte bastante.

No tenía ni idea de quién lo había dicho.

Oyó el silbido justo antes de que mil millones de explosivos estallaran en su hombro. Su mente se despidió por tercera vez.



? ? ?





Sintió como si un largo periodo de tiempo hubiera pasado en esta ocasión. Cuando volvió a abrir los ojos, estrellas como resquicios de luz diurna brillaban en el cielo oscuro. Alguien le cogía de la mano. Intentó girar la cabeza para mirar a esa persona, pero una nueva oleada de agonía descendió por su columna.

No le hacía falta mirar; era Brenda. ?Quién más podría ser? Además, la mano era peque?a y suave. Era Brenda, seguro.

Algo había sustituido el dolor intenso de antes. En cierto modo, ahora se sentía peor. Algo parecido a una enfermedad reptaba por su cuerpo. Una porquería que le remordía y le picaba. Algo repugnante, como gusanos retorciéndose por sus venas, los huecos de sus huesos y entre sus músculos. Comiéndoselo entero. Dolía, pero ahora era peor que el da?o. Profundo e intenso. El estómago gorjeaba, inestable, y sentía fuego en sus venas.

No sabía cómo lo sabía, pero estaba seguro. Algo iba mal. La palabra infección le vino a la mente y se quedó allí.

Se quedó dormido.



? ? ?





El amanecer despertó a Thomas. La primera cosa que advirtió fue que Brenda ya no le sujetaba la mano. Notaba en su piel el aire fresco del alba, lo que le ofreció un breve instante de placer.

Entonces fue totalmente consciente del dolor punzante que consumía su cuerpo, que habitaba hasta la última de sus moléculas. Ya no tenía nada que ver con el hombro y la herida de bala. Algo terrible pasaba en todo su organismo.

Infección. De nuevo aquella palabra. No supo cómo sobrevivió a los siguientes cinco minutos. O a la siguiente hora. ?Cómo pudo resistir todo aquel día? ?Dormirse y que todo volviera a empezar de nuevo? La desesperación lo absorbía hacia un vacío enorme que amenazaba con tirarlo a un abismo espantoso. Le acometió una locura llena de pánico, que lo sumergió en el dolor.

Entonces fue cuando las cosas se pusieron raras.

Los demás lo oyeron antes que él. Minho y el resto empezaron de repente a buscar algo. Muchos examinaban el cielo. ?El cielo? ?Por qué iban a hacer algo así?

Alguien —Jorge, pensó— gritó la palabra ?iceberg?.

En ese momento, Thomas lo oyó: un fuerte repiqueteo acompa?ado de golpazos. Se hizo más intenso antes de que se percatara siquiera de lo que estaba ocurriendo y pronto pareció como si el ruido estuviera dentro de su cráneo, haciendo que le vibraran la mandíbula y el tímpano, escurriéndose por su columna. Un constante y continuo golpeteo, como los tambores más grandes del mundo; y detrás, el enorme zumbido de la maquinaria pesada. Se levantó viento, y al principio a Thomas le preocupó que estuviera empezando otra tormenta, pero el cielo se hallaba totalmente azul. No se veía ni una nube.

El ruido empeoró su dolor y su mente empezó a adormecerse de nuevo. Pero se resistió, desesperado por saber cuál era la fuente de aquellos sonidos. Minho gritó algo y se?aló al norte. A Thomas le dolía demasiado para darse la vuelta y mirar. El viento sopló con más fuerza, le pasó rozando y tiró de sus ropas. El polvo volaba y enturbiaba el aire. De repente, Brenda estaba a su lado otra vez y le apretaba la mano.

La chica se inclinó hasta que su cara estuvo a tan sólo unos centímetros de la suya. Sus cabellos se agitaban a su alrededor.

—Lo siento —dijo, aunque apenas la oía—. No quería… Bueno, sé que tú… —intentaba buscar las palabras adecuadas, pero apartó la vista.

?De qué estaba hablando? ?Por qué no le decía qué era lo que provocaba ese horrible ruido? Le dolía muchísimo…