Las pruebas (The Maze Runner #2)

—Sólo intentamos encontrar a nuestros amigos. Somos nuevos aquí y nos estamos adaptando.

—Bienvenidos a la Tierra de los Raros de CRUEL —aquello lo dijo uno de los hombres, un tipo alto y feo, con el pelo graso—. No os preocupéis, la mayoría de los que están ahí abajo —se?aló con la cabeza las escaleras— están como mucho medio idos. Puede que te den un codazo en la cara o una patada en los huevos, pero nadie intentará comerte.

—?En los huevos? —repitió Brenda—. ?Perdona?

El hombre se?aló a Thomas.

—Estaba hablando con el chico. Las cosas pueden ponerse peor para ti si no te pegas a nosotros. Al ser una chica y todo eso.

Aquella conversación estaba poniendo enfermo a Thomas.

—Parece divertido, pero tenemos que irnos para encontrar a nuestros amigos. A lo mejor volvemos luego.

El otro hombre dio un paso adelante. Era bajo, pero guapo; tenía el pelo rubio, rapado.

—Vosotros dos no sois más que unos chavales. Ha llegado la hora de que aprendáis de la vida. De que os divirtáis. Os estamos invitando oficialmente a la fiesta —pronunció cada palabra de la última frase con cuidado y sin la menor amabilidad.

—Gracias, pero no, gracias —repuso Brenda.

Rubiales sacó un arma del bolsillo de su chaquetón. Era una pistola, plateada, pero sucia y sin brillo. Aun así, parecía más amenazadora y mortífera que cualquier cosa que hubiera visto Thomas.

—Creo que no me habéis entendido —dijo el hombre—. Estáis invitados a nuestra fiesta. No es algo que podáis rechazar.

Alto y Feo sacó un cuchillo. Coleta tenía un destornillador con la punta manchada de negro; tenía que tratarse de sangre seca.

—?Qué decís? —preguntó Rubiales—. ?Queréis venir a nuestra fiesta?

Thomas observó a Brenda, pero ella no le devolvió la mirada. Tenía los ojos clavados en el rubio y su rostro revelaba que estaba a punto de cometer una estupidez muy grande.

—Vale —respondió Thomas enseguida—. Iremos. Vamos.

Brenda giró de repente la cabeza.

—?Qué?

—Tiene una pistola. El otro, un cuchillo. ?Y ella tiene un fuco destornillador! No me apetece que me chafen un ojo en el cráneo.

—Por lo visto, tu novio no es imbécil —dijo Rubiales—. Ahora vamos a divertirnos un poco —se?aló las escaleras con la pistola y sonrió—. Podéis ir en cabeza.

Era evidente que Brenda estaba enfadada, pero sus ojos reflejaban también que sabía que no les quedaba más remedio.

—Muy bien.

Rubiales sonrió de nuevo, una expresión que habría parecido natural en una serpiente.

—Así me gusta. Estupendo, no hay nada por qué preocuparse.

—Nadie os va a hacer da?o —a?adió Alto y Feo—. A menos que nos lo pongáis difícil. A menos que actuéis como unos mocosos. Al final de la fiesta, os uniréis a nuestro grupo. Fiaos de mí.

Thomas tuvo que contener el pánico que inundaba todo su ser.

—Vamos —le dijo a Rubiales.

—Te estamos esperando.

El hombre volvió a se?alar hacia las escaleras. Thomas extendió el brazo y le cogió la mano a Brenda para acercarla a él.

—Vamos a la fiesta, cari?o —puso tanto sarcasmo como pudo—. ?Esto va a ser genial!

—?Qué bonito! —dijo Coleta—. Me entran ganas de llorar cuando veo a dos enamorados —fingió secarse las lágrimas de las mejillas.

Con Brenda a su lado, Thomas se volvió hacia las escaleras, consciente todo el tiempo de la pistola que le apuntaba a la espalda. Bajaron los pelda?os hacia la vieja tabla que hacía de puerta; el espacio era lo bastante amplio para que pudieran ir el uno junto al otro. Cuando llegaron al fondo, Thomas no vio un pomo. Enarcó las cejas y miró a Rubiales, que estaba dos escalones detrás de ellos.

—Tienes que llamar de un modo especial —explicó el hombre—. Tres golpes de pu?o lentos, tres rápidos y dos toques de nudillos.

Thomas odiaba a aquella gente. No soportaba su manera de hablar tan calmada, con esas palabras tan amables, todas ellas llenas de burla. En cierto modo, aquellos raros eran peores que el tipo sin nariz al que había apu?alado el día anterior. Al menos, con él sabía a lo que se estaban enfrentando.

—Hazlo —susurró Brenda.

Thomas cerró la mano en un pu?o y asestó los golpes lentos y luego los rápidos. Después, dio dos veces a la madera con los nudillos. La puerta se abrió al instante y la música atronadora se escapó como una ráfaga de viento.

El tío que les dio la bienvenida era enorme, llevaba las orejas y el rostro agujereados en varios lugares y tenía tatuajes por todas partes. Su pelo, largo y blanco, le llegaba por debajo de los hombros. Pero a Thomas apenas le dio tiempo a darse cuenta de todo ello antes de que el hombre hablara: —Eh, Thomas. Te estábamos esperando.





Capítulo 37