Las pruebas (The Maze Runner #2)



Viajaron hasta que se hizo de noche, evitando el contacto con nadie. Oyeron algunos gritos ocasionales a lo lejos o, de vez en cuando, cosas que hacían ruido dentro de un edificio. En una ocasión, Thomas vio a un grupo de gente correteando por una calle varias manzanas más allá, pero no parecieron advertir su presencia.

Justo antes de que desapareciera el sol por completo, doblaron una esquina y se toparon de frente con los límites de la ciudad, a tan sólo un par de kilómetros. Los edificios terminaban de repente y detrás de ellos las monta?as se elevaban con gran majestuosidad. Eran mucho mayores de lo que Thomas hubiera imaginado la primera vez que las vio días atrás, y eran áridas y rocosas. No había maravillas coronadas de nieve —un vago recuerdo del pasado— en aquella parte del mundo.

—?Deberíamos recorrer lo que nos queda de camino? —preguntó Thomas.

Brenda estaba ocupada buscando un lugar donde esconderse.

—Tentador, pero no. Primero, porque tenemos que salir de aquí, es demasiado peligroso estar en esta zona de noche. Segundo, porque aunque lo consiguiéramos, no tendríamos con qué cubrirnos a menos que recorriéramos todo el camino hasta las monta?as, y no creo que podamos.

A pesar de lo mucho que le horrorizaba a Thomas pasar otra noche en aquella espantosa ciudad, estuvo de acuerdo. Pero la frustración y la preocupación por los clarianos le consumían por dentro.

—Vale ?Adónde vamos, entonces? —contestó con voz débil.

—Sígueme.



? ? ?





Se metieron en un callejón que terminaba en una gran pared de ladrillos. Al principio Thomas pensó que era una idea terrible dormir en un sitio que tan sólo tenía una salida, pero Brenda le convenció de lo contrario. Los raros no tendrían motivos para entrar en el callejón, puesto que no llevaba a ninguna parte. Además, se?aló, había varios camiones grandes y oxidados en los que podían esconderse.

Acabaron dentro de uno que parecía haber sido destrozado para convertirlo en algo útil. Los asientos estaban hechos jirones, pero eran blandos y la cabina, grande. Thomas se sentó detrás del volante y retiró el asiento todo lo que pudo. Sorprendentemente, se sintió a gusto una vez colocado. Brenda estaba a medio metro a su derecha, acomodándose. Fuera, oscureció del todo y los sonidos distantes de los raros en activo atravesaron las ventanas rotas.

Thomas estaba agotado. Dolorido. Tenía sangre seca por toda la ropa. Antes se había limpiado las manos, restregándoselas hasta que Brenda le gritó que dejara de malgastar el agua. Pero el hecho de tener la sangre de aquel raro en los dedos, en las palmas… no lo soportaba. Se le caía el alma a los pies cada vez que lo pensaba, pero no podía seguir negando una terrible verdad: si antes no había tenido el Destello —aún le quedaba una peque?a esperanza de que el Hombre Rata hubiera mentido—, ahora sí que se había contagiado.

Y sentado en la oscuridad, con la cabeza apoyada en la puerta del camión, irrumpieron en su mente los recuerdos de lo que había hecho.

—He matado a ese tío —susurró.

—Sí —respondió Brenda en voz baja—. De lo contrario, él te habría matado a ti. Estoy segura de que has hecho lo correcto.

Quería creerla. Aquel tipo estaba completamente ido, consumido por el Destello. Hubiera muerto pronto de todas formas. Por no mencionar que estaba haciendo todo lo posible por hacerles da?o, por matarles. Thomas había hecho lo correcto. Pero aún seguía atormentándole la culpa, arrastrándose por sus huesos. Matar a otro ser humano no era fácil de aceptar.

—Lo sé —respondió al final—. Pero fue tan… salvaje. Tan brutal. Ojalá pudiera haberle disparado desde lejos con una pistola o algo parecido.

—Sí. Perdona que fuera de esa manera.

—?Y si veo su repugnante cara cada noche cuando me vaya a dormir? ?Y si sobrevive en mis sue?os?

Sintió que le invadía la rabia hacia Brenda por haberle obligado a apu?alar al raro, una rabia tal vez injustificada, se dijo al recordar lo desesperados que estaban.

Brenda cambió de postura en el asiento para mirarlo. La luz de la luna la iluminaba lo justo para que él pudiera ver sus ojos oscuros y su cara sucia pero bonita. Quizás estaba mal, quizás era un capullo, pero, al mirarla, quiso que volviera Teresa.

Brenda extendió el brazo, le cogió la mano y se la apretó. Thomas se lo permitió, pero no le devolvió el gesto.

—?Thomas? —le llamó aunque la estaba mirando a los ojos.

—?Sí?

—No has salvado tu propio pellejo, ?sabes? También me has salvado a mí. No creo que hubiera podido con ese raro yo sola.