Las pruebas (The Maze Runner #2)

Y entonces aparecieron otros. Una pareja. Luego tres. Después, cuatro más. Hombres y mujeres. Todos se arrastraban en la oscuridad para colocarse junto al primer raro. Todos estaban igual de idos. Horribles, consumidos del todo por el Destello, absolutamente locos y heridos de los pies a la cabeza. Y Thomas se dio cuenta de que a todos les faltaba la nariz.

—No me ha dolido tanto —dijo el raro al frente—. Tienes una nariz muy bonita. Me gustaría mucho volver a tener nariz —se calló y alargó la lengua lo bastante para lamerse los labios; luego volvió a guardarla. Era una horripilante cosa lila, llena de cicatrices como si se la mordiera cuando se aburría—. Y a mis amigos también.

El miedo subió y atravesó el pecho de Thomas como un gas tóxico rechazado por su estómago. Ahora sabía mejor que nunca lo que el Destello le hacía a la gente. Lo había visto en las ventanas del dormitorio, pero ahora se enfrentaba a una visión más cercana. Estaban justo delante de él, sin barrotes que los mantuvieran alejados. Las caras de los raros eran primitivas y salvajes. El hombre a la cabeza dio otro paso torpe y, luego, otro.

Había llegado la hora de irse.

Brenda no dijo nada. No tuvo que hacerlo. Tras sacar otra lata y lanzarla contra los raros, Thomas se dio la vuelta con ella y echaron a correr. Los estridentes gritos psicóticos de sus perseguidores se elevaron tras ellos como la llamada a la batalla de un ejército demoníaco.

La luz de la linterna de Brenda cruzaba temblorosamente a izquierda y derecha, rebotando mientras pasaban a toda velocidad el montón de giros en ambas direcciones. Thomas sabía que tenía una ventaja: los raros parecían medio rotos, llenos de heridas. Seguramente no podrían mantener su ritmo. Pero la idea de que quizás había más raros allí abajo, de que tal vez les estuvieran esperando más adelante…

Brenda se detuvo y dobló a la derecha al tiempo que cogía a Thomas del brazo para arrastrarle con ella. El chico avanzó a trompicones los primeros pasos, pero mantuvo el equilibrio y continuó a toda velocidad. Los gritos de enfado y los silbidos de los raros disminuyeron un poco.

Entonces Brenda giró a la izquierda. Luego, a la derecha. Tras su segundo giro, apagó la linterna, pero no redujo el ritmo.

—?Qué estás haciendo? —preguntó Thomas.

Extendió una mano al frente porque estaba seguro de que se chocaría con una pared en cualquier instante. La única respuesta que recibió fue un ??silencio!?. Se preguntó hasta qué punto confiaba en Brenda. Había puesto la vida en sus manos, pero no veía qué otras opciones tenía, sobre todo en aquel momento.

Se detuvo de nuevo unos segundos más tarde y no continuó. Se quedaron en la oscuridad para recuperar el aliento. Los raros estaban lejos, pero, aun así, se les oía lo bastante para saber que se acercaban.

—Vale —susurró la chica—. Ahora… aquí.

—?Qué? —preguntó.

—Entra conmigo aquí. Hay un escondite perfecto. Lo encontré mientras exploraba un día. No hay manera de que se topen con él. Vamos.

Su mano apretó la suya y tiró de él hacia la derecha. Thomas notó que atravesaban una puerta estrecha y entonces Brenda le bajó al suelo.

—Por aquí hay una vieja mesa —anunció la chica—. ?La notas?

Palpó con la mano hasta que tocó la madera dura y lisa.

—Sí —contestó.

—Cuidado con la cabeza. Vamos a meternos debajo y luego por un agujero que hay en la pared que lleva al compartimento oculto. No sé para qué sirve, pero esos raros no lo encontrarán. Incluso aunque tuviesen luz, dudo mucho que lo consiguieran.

Thomas se preguntó cómo habían llegado hasta allí sin la linterna encendida, pero se guardó la duda para más adelante. Brenda ya se había agachado y no quería perderla. Se mantuvo cerca, los dedos rozaron sus pies mientras ella avanzaba a cuatro patas debajo de la mesa hacia la pared. Entonces entraron a gatas por una peque?a abertura cuadrada que conducía a un largo y estrecho compartimento. Thomas lo palpó, dando unos golpecitos por la superficie para saber dónde estaba. El techo se hallaba a tan sólo medio metro del suelo, así que continuó arrastrándose hacia la grieta.

Brenda estaba tumbada con la espalda apoyada en la otra pared del escondite cuando Thomas entró con torpeza. No les quedaba más remedio que permanecer estirados, de costado. Estaban apretados, pero cabían de frente en la misma dirección, con la espalda de Thomas apretada contra el pecho de la chica. Notaba su aliento en la nuca.

—Esto es muy confortable —susurró.

—Cállate.