Las pruebas (The Maze Runner #2)



Abajo era un lugar frío, húmedo y espantoso. Thomas casi prefería la completa oscuridad a poder ver lo que le rodeaba. Las paredes y los suelos eran de un tono gris apagado, de cemento sin pintar, y unos hilos de agua caían por los laterales aquí y allá. Pasaron por delante de una puerta cada tres metros, pero comprobaron que la mayoría estaban cerradas con llave cuando intentaron abrirlas. El polvo cubría las lámparas del techo hacía mucho tiempo apagadas. Al menos la mitad de ellas estaban rotas y los cristales irregulares se incrustaban en los agujeros oxidados.

En conjunto, aquel lugar tenía el aspecto de una tumba embrujada. Abajo era un nombre tan bueno como cualquier otro. Se preguntó para qué habrían construido aquella estructura subterránea en un principio. ?Para qué serían aquellos pasillos y oficinas? ?Una forma de pasar de un edificio a otro los días de lluvia? ?Rutas de emergencia? ?Vías de escape para situaciones tales como erupciones solares o ataques de locos?

No habló mucho mientras seguía a Brenda por los túneles, a veces girando a la izquierda en intersecciones o bifurcaciones, a veces doblando a la derecha. Su cuerpo enseguida consumió cualquier atisbo de energía que le hubiera proporcionado su reciente comilona y, después de caminar lo que parecieron varias horas, al final la convenció para detenerse y volver a comer.

—Supongo que sabes a dónde vamos —le dijo cuando se pusieron en marcha de nuevo.

Todos los sitios por donde pasaban se le antojaban iguales. Monótonos y oscuros. Polvoriento, donde no estaba mojado. Los túneles se hallaban en silencio, salvo por las distantes gotas de agua, el roce de sus ropas al caminar y sus pisadas, golpes sordos sobre el cemento.

De repente, la chica se detuvo y se volvió hacia él, alumbrándose la cara desde abajo.

—?Bu! —susurró.

Thomas dio un bote y luego la empujó.

—?Deja esa mierda! —gritó. Se sentía como un idiota, estaba a punto de explotarle el corazón por el susto—. Pareces una…

Brenda dejó caer la luz de la linterna a su lado, pero siguió con los ojos clavados en Thomas.

—?Qué parezco?

—Nada.

—?Una rara?

Aquella palabra hirió a Thomas. No quería pensar en ella de ese modo.

—Bueno… sí—murmuró—. Perdona.

La chica se dio la vuelta otra vez y comenzó a caminar con la linterna apuntando al frente.

—Soy una rara, Thomas. Tengo el Destello y soy una rara. Y tú también lo eres.

Tuvo que correr un poco para alcanzarla.

—Sí, pero aún no te has ido del todo. Y… yo tampoco, ?verdad? Obtendremos la cura antes de volvernos dementes.

Ya podía ser verdad lo que había dicho el Hombre Rata.

—No puedo esperar. Ah, sí, por cierto. Sí, sé a dónde vamos. Gracias por preguntar.

Siguieron avanzando, giro tras giro, túnel largo tras túnel largo. El lento pero constante ejercicio hizo que Thomas dejara de pensar en Brenda y se sintió mejor de lo que se había sentido en días. Su mente se medio aturdió al pensar en el Laberinto, en sus turbios recuerdos y en Teresa.

Al final entraron en una gran sala con bastantes salidas a derecha e izquierda, más de las que había visto antes. Casi parecía el lugar donde confluían los túneles de todos los edificios.

—?Es esto el centro de la ciudad o algo parecido? —preguntó.

Brenda paró a descansar y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Thomas se unió a ella.

—Más o menos —respondió—. ?Lo ves? Ya hemos atravesado la mitad de la ciudad.

A Thomas le gustaba cómo sonaba aquello, pero no soportaba pensar en los otros, en Minho, Newt y los demás clarianos. ?Dónde estaban? Se sentía como un cara fuco por no estar buscándolos y ver si tenían problemas. ?Ya habrían salido de la ciudad?

Un golpe fuerte, como de una bombilla rompiéndose, sobresaltó a Thomas.

Brenda enfocó con su linterna en dirección al ruido y el pasillo quedó a oscuras, vacío, salvo por unos cuantos chorros de agua con mal aspecto que bajaban por las paredes, negros sobre el gris.

—?Qué ha sido eso? —susurró Thomas.

—Una vieja lámpara que se ha roto, supongo —su voz no mostraba preocupación. Dejó la linterna en el suelo de modo que iluminó la pared de enfrente.

—?Por qué iba una lámpara a romperse espontáneamente?

—No lo sé. ?Una rata?

—No he visto ninguna rata. Además, ?cómo iba una rata a caminar por el techo?

Ella le miró con un gesto burlón en su cara.

—Tienes razón. Debe de ser una rata voladora. Deberíamos salir pitando de aquí.

Una risita nerviosa se le escapó a Thomas antes de que pudiera contenerla.

—?Qué graciosa!