Las pruebas (The Maze Runner #2)

Un movimiento de Brenda atrajo la atención de Thomas. La miró para ver cómo apartaba el cuchillo de Minho, se retiraba y, distraídamente, limpiaba el peque?o rastro de sangre que había en sus pantalones.

—Te hubiera matado de verdad, ?sabes? —espetó con una voz un poco rasposa, casi ronca—. Como vayas a por Jorge otra vez, te cortaré una arteria.

Minho se limpió la peque?a herida con el pulgar y miró la mancha de color rojo intenso.

—Eso sí que es un cuchillo afilado. Ahora me gustas más.

Newt y Fritanga refunfu?aron a la vez.

—Parece que no soy la única rara de aquí —respondió Brenda—. Tú estás incluso más ido que yo.

—Ninguno de nosotros se ha vuelto loco todavía —a?adió Jorge, que se acercó a ella—. Pero no tardaremos mucho. Vamos; tenemos que llegar al alijo para que comáis algo, gente. Parecéis un pu?ado de zombis famélicos.

A Minho no pareció gustarle la idea.

—?Crees que voy a sentarme tan campante con vosotros, psicópatas, y a dejar que luego me cortéis los pu?eteros dedos?

—Cállate por una vez —soltó Thomas, intentando comunicar algo distinto con sus ojos—. Vamos a comer. No me importa lo que les pase a tus bonitas manos después de eso.

Minho entrecerró los ojos, confuso, pero pareció captar que había algo que no sabía.

—Lo que tú digas. Vamos.

De improviso, Brenda se colocó delante de Thomas con la cara a tan sólo unos centímetros de él. Tenía los ojos tan oscuros que el iris parecía brillar con fuerza.

—?Eres el líder?

Thomas negó con la cabeza.

—No, es el tío al que acabas de pinchar con tu cuchillo.

Brenda miró a Minho y de nuevo a Thomas. Sonrió abiertamente.

—Bueno, pues es una estupidez. Sé que estoy a punto de volverme loca, pero yo te habría elegido a ti. Tienes pinta de líder.

—Um, gracias —Thomas notó que se abochornaba y luego recordó el tatuaje de Minho. Recordó el suyo propio, según el que se suponía que iban a matarle. Trató de decir algo para ocultar su repentino cambio de humor—. Yo, eh…, también te habría elegido a ti en vez de a Jorge.

La chica se inclinó hacia delante y besó a Thomas en la mejilla.

—Eres un cielo. Espero en serio que no acabemos matándote a ti, al menos.

—Muy bien —intervino Jorge, que estaba haciéndole se?as para que atravesaran las puertas rotas que llevaban afuera—. Ya basta de pasteladas. Brenda, tenemos mucho de que hablar cuando lleguemos al alijo. Venga, vamos.

Brenda no le quitaba los ojos de encima a Thomas. En cuanto a él, todavía notaba el hormigueo que había sentido en todo el cuerpo cuando sus labios le rozaron.

—Me gustas —le informó ella.

Thomas tragó saliva, sin tener una respuesta. La lengua de Brenda rozó la comisura de su boca cuando sonrió, entonces por fin se apartó de él, se dirigió a las puertas y guardó su cuchillo en el bolsillo de sus pantalones.

—?Vamos! —gritó sin mirar atrás.

Thomas sabía que hasta el último de los clarianos le estaba mirando, pero se negó a mantener contacto visual con ninguno de ellos. En su lugar, se remangó la camisa y continuó avanzando, sin importarle la ligera sonrisa de su rostro. Los demás no tardaron en seguirle y el grupo abandonó edificio para salir al calor blanco del sol, que pegaba fuerte sobre el pavimento resquebrajado del exterior.



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Brenda iba delante y Jorge se quedó al final. A Thomas le costó mucho adaptarse al resplandor; se tapaba los ojos y los entrecerraba mientras caminaba cerca de la pared para mantenerse bajo la escasa sombra. Los otros edificios y las calles a su alrededor parecían brillar con una luminiscencia sobrenatural, como si estuvieran hechos de alguna especie de piedra mágica.

Brenda se movió por las paredes de la estructura que acababan de dejar hasta que alcanzaron lo que Thomas supuso que sería la parte trasera. Allí, unas escaleras que desaparecían bajo el pavimento le recordaron a algo de su vida pasada: la entrada de un tipo de sistema ferroviario subterráneo, tal vez.

La joven no vaciló. Sin esperar a asegurarse de si los demás estaban detrás de ella, bajó brincando las escaleras. Pero Thomas advirtió que su cuchillo había reaparecido en su mano derecha y lo agarraba con fuerza, a unos centímetros de su costado, en un sigiloso intento de estar preparada para atacar o defenderse de un momento a otro.

La siguió, con ganas de alejarse del sol y, lo que era más importante, de llegar a la comida. Sus entra?as ansiaban alimento a cada paso que daba. De hecho, le sorprendía que aún pudiera moverse; la debilidad era como un veneno creciendo en su interior y apoderándose de sus partes vitales como un doloroso cáncer.