Las pruebas (The Maze Runner #2)

Esperó, buscando en el rostro de Jorge alguna reacción ante su arranque de extra?a información. Pero el raro no mostraba ninguna se?al de confusión o reconocimiento. Nada en absoluto.

Así que Thomas se lo contó todo. Lo que sucedió en el Laberinto, cómo habían escapado, que pensaban que estaban a salvo, pero acabó siendo otra parte del plan de CRUEL. Le habló del Hombre Rata y la misión que les había impuesto: sobrevivir lo suficiente para llegar a ciento sesenta kilómetros al norte, a un lugar que llamó ?refugio seguro?. Le contó que habían atravesado un largo túnel, que les había atacado un pegote plateado volador y que habían recorrido los primeros kilómetros de su viaje.

Le relató a Jorge toda la historia. Y mientras hablaba, le parecía cada vez más una locura revelárselo. Aun así, continuó hablando porque no se le ocurría otra cosa que hacer. Lo hizo con la esperanza de que CRUEL fuera un enemigo para los raros al igual que lo era para ellos.

No obstante, no mencionó a Teresa. Fue lo único que se calló.

—Así que debemos de tener algo especial —dijo Thomas, intentando concluir—. No pueden estar haciendo esto sólo por maldad. Porque, si no, ?cuál sería su intención?

—Hablando de intenciones —respondió Jorge. Era la primera vez que hablaba en al menos diez minutos; el tiempo establecido ya se había agotado—, ?cuál es la tuya?

Thomas esperó. Ya estaba. Era su única oportunidad.

—?Y bien? —insistió Jorge.

Thomas no se cortó:

—Si… nos ayudáis… Bueno, si al menos unos cuantos venís con nosotros y nos ayudáis a llegar al refugio seguro…

—?Sí?

—A lo mejor también estaréis vosotros a salvo… —y eso era lo que Thomas había planeado todo el rato, ese era su objetivo: propagar la esperanza que les había dado el Hombre Rata—. Nos dijeron que teníamos el Destello y que, si lográbamos llegar al refugio seguro, nos curaríamos. Dicen que tienen un remedio. Si nos ayudáis a llegar allí, quizá también os lo den a vosotros.

Thomas dejó de hablar y miró a Jorge con seriedad. Algo había cambiado —un poco— en la cara del raro al oír esto último, y Thomas supo que había ganado. Aquella expresión fue breve, pero sin duda reflejó esperanza, que pronto fue sustituida por una total indiferencia. Aunque Thomas sabía lo que había visto.

—Una cura —musitó el raro.

—Una cura —repitió Thomas, decidido a decir lo mínimo posible desde aquel momento. Había hecho todo lo que estaba en sus manos.

Jorge se recostó en la silla, provocando que la madera crujiese como si fuera a romperse, y se cruzó de brazos. Frunció el ce?o como si reflexionara.

—?Cómo te llamas?

A Thomas le sorprendió aquella pregunta. En realidad, estaba seguro de que ya se lo había dicho. O al menos le parecía que debería habérselo dicho en algún momento. Pero aquel escenario no era el más propicio para hacer amigos.

—?Cómo te llamas? —repitió Jorge—. Supongo que tienes nombre, hermano.

—Ah, sí. Perdona. Me llamo Thomas.

Jorge adoptó otra expresión por un instante, esta vez de reconocimiento… mezclado con sorpresa.

—Thomas, ?eh? ?Te llaman Tommy? ?Tom, quizá?

Lo último le dolió, le recordó su sue?o con Teresa.

—No —contestó, probablemente demasiado deprisa—. Sólo… Thomas.

—Vale, Thomas. Déjame que te pregunte una cosa: ?tienes la más mínima idea en ese blando cerebro tuyo de lo que les pasa a los que tienen el Destello? ?Te parezco alguien que padece una horrible enfermedad?

Aquella pregunta parecía imposible de responder sin recibir a cambio una bofetada, pero Thomas fue a la apuesta más segura:

—No.

—?No? ?No a las dos preguntas?

—Sí. Bueno, no. Bueno…, sí; la respuesta a las dos preguntas es no.

Jorge sonrió —nada más que un ligero movimiento en la comisura derecha de su boca— y Thomas pensó que debía de estar disfrutando cada segundo de aquello.

—El Destello funciona por fases, muchacho. Todos los de esta ciudad lo tienen y no me sorprende oír que tú y tus amigos maricas también lo tenéis. Yo estoy empezando, y sólo soy raro porque me llaman así. Me contagié hace tan sólo unas semanas y di positivo en el control de la cuarentena. El gobierno hace todo lo posible por mantener separados a los enfermos de los que están bien. Pero no está funcionando. He visto todo mi mundo irse directo a un agujero de mierda. Me enviaron aquí y luché para hacerme con este edificio con un pu?ado de otros novatos.

Al oír aquella palabra, a Thomas se le atascó la respiración en la garganta como una mota de polvo. Le trajo muchos recuerdos del Claro.

—Esos amigos que tengo ahí fuera con armas están todos en mi mismo barco. Pero ve a darte una vuelta por la ciudad y verás lo que ocurre cuando el tiempo pasa. Verás las fases, cómo es pasar al Ido, aunque no vivirás para recordarlo mucho tiempo. Aquí ni siquiera tenemos el agente anestesiante. Ni el éxtasis. Nada.