Las pruebas (The Maze Runner #2)

—?Ves? —dijo Minho—. Eres igual de cruel que yo. Y tienes razón.

Thomas recordó la imagen de los raros en las ventanas del dormitorio. Eran como pesadillas vivientes a las que sólo les faltaba un certificado de defunción para convertirlos oficialmente en zombis.

—Sí, será mejor que sepamos lo que vamos a hacer antes de que aparezca un pu?ado de esos locos. Pero antes tenemos que comer. Tenemos que encontrar comida.

Aquella última palabra casi le dolió; tenía muchísima hambre.

—?Comida?

Thomas soltó un grito ahogado de sorpresa; la voz procedía de arriba. Alzó la vista cuando el resto hizo lo mismo. Un rostro les miró desde lo que quedaba del tercer piso; un joven hispano. Sus ojos parecían revelar algo de locura. Thomas sintió un nudo de tensión en su interior.

—?Quién eres? —gritó Minho.

Entonces, para sorpresa de Thomas, el chico saltó por el agujero irregular del techo y cayó hacia ellos. En el último segundo, se hizo una bola y dio tres volteretas para levantarse de un salto y aterrizar a sus pies.

—Me llamo Jorge —contestó con los brazos extendidos, como si esperara un aplauso por sus acrobacias—. Y soy el raro que manda en este sitio.





Capítulo 26


Por un instante, a Thomas le costó mucho creer que el chico que se había dejado caer —literalmente— fuera real. No se lo esperaban y había una extra?a ridiculez en lo que había dicho y en cómo lo había dicho. Pero allí estaba, sí. Y aunque no daba la impresión de estar tan ido como los otros que habían visto, ya había confesado que era un raro.

—?Os habéis olvidado de cómo se habla? —preguntó Jorge con una sonrisa en la cara que parecía totalmente fuera de lugar en aquel edificio hecho a?icos—. ?O es que tenéis miedo de los raros? ?Miedo de que os tiremos al suelo y os comamos los ojos? Mmm, qué ricos. Me encantan unos buenos ojos cuando la manduca escasea. Saben a huevos poco hechos.

Minho se arriesgó a contestar e hizo un gran trabajo al ocultar su dolor:

—?Admites que eres un raro? ?Qué eres un pu?etero loco?

—Acaba de decir que le gusta cómo saben los ojos —terció Fritanga—. Creo que eso lo convierte en loco.

Jorge se rió con un evidente tono amenazador.

—Venid, venid, mis nuevos amigos. Sólo me comería vuestros ojos si ya estuvierais muertos. Por supuesto, os ayudaría a llegar a ese estado si así lo necesitara. ?Entendéis lo que digo? —todo el alborozo desapareció de su expresión y fue sustituido por un aire de severa advertencia. Casi como si los estuviera animando a enfrentarse a él.

Nadie habló durante un buen rato. Entonces, Newt preguntó:

—?Cuántos de vosotros hay aquí?

Jorge miró rápidamente a Newt.

—?Cuántos? ?Cuántos raros? Todos somos raros aquí, hermano.

—No me refería a eso y lo sabes —replicó Newt.

Jorge empezó a caminar, pasando por encima y alrededor de los clarianos, mientras hablaba:

—Tenéis que aprender muchas cosas sobre cómo funciona esta ciudad. Sobre los raros y CRUEL, sobre el gobierno, sobre por qué nos dejaron aquí para que nos pudriéramos en nuestra enfermedad, nos matáramos y nos volviéramos totalmente locos. Sobre que hay diferentes niveles del Destello, sobre que es demasiado tarde para vosotros. Os contagiaréis si no lo tenéis ya.

Thomas había seguido al extra?o con los ojos mientras caminaba por la estancia pronunciando aquellas horribles palabras. El Destello. Pensaba que se había ido acostumbrando al miedo de tener la enfermedad, pero con aquel raro delante de él, estaba más asustado que nunca. Y se sentía impotente por no poder hacer nada.

Jorge se detuvo cerca de él y sus amigos con los pies casi pegados a los de Minho. Continuó hablando:

—Pero no es así como funciona, ?comprendéis? Los menos favorecidos son los que hablan primero. Quiero saber todo de vosotros. De dónde venís, por qué estáis aquí, cuál es vuestra intención, por Dios. Ya.

Minho soltó una risita baja que sonaba peligrosa.

—?Y nosotros somos los que estamos en desventaja? —Minho miró a su alrededor con sorna—. A menos que la tormenta eléctrica haya frito mis retinas, diría que somos once y tú nada más que uno. Quizá deberías empezar a hablar tú.

Thomas deseó que Minho no hubiera dicho eso. Era estúpido y arrogante, y podría haberlos matado. Estaba claro que aquel tío no se encontraba solo. Podría haber cientos de raros escondidos entre las ruinas de los pisos superiores, espiándolos, esperando con a saber qué tipo de horribles armas. O peor: con la ferocidad de sus propias manos, dientes y locura.

Jorge se quedó mirando a Minho durante un buen rato, con la expresión perdida.

—No acabas de decirme eso, ?verdad? Por favor, dime que no acabas de hablarme como a un perro. Tienes diez segundos para disculparte.

Minho miró a Thomas con una sonrisita de suficiencia.

—Uno —contó Jorge—. Dos. Tres. Cuatro.

Thomas intentó lanzarle una mirada de advertencia a Minho y le hizo un gesto con la cabeza. ?Hazlo?.