Las pruebas (The Maze Runner #2)

Con un grito que envió un fuerte dolor a su cabeza, cayó al suelo junto a su amigo. Excavó en la tierra —por suerte, esta se había levantado debido a la explosión de electricidad— y empezó a tirarla encima de Minho con ambas manos, a toda velocidad, como un desesperado. Al apuntar a los sitios donde más ardían las llamas, hizo un avance mientras Minho ayudaba rodando de acá para allá y golpeándose la parte superior del cuerpo con ambas manos.

En cuestión de segundos, el fuego se había apagado y dejado a su paso la ropa chamuscada e innumerables heridas irritadas. Thomas se alegraba de no poder oír los gemidos de agonía que debía de estar emitiendo Minho. Sabía que no tenían tiempo para detenerse, así que agarró a su líder por los hombros y le arrastró hasta ponerlo de pie.

—?Vamos! —gritó Thomas, aunque la palabra pareció un par de vibraciones silenciosas en su cerebro.

Minho tosió y volvió a hacer un gesto de dolor, pero entonces asintió y rodeó con uno de sus brazos el cuello de Thomas. Juntos avanzaron lo más rápido que pudieron hacía el edificio, aunque Thomas era el que hacía la mayor parte del trabajo.

Los rayos continuaban cayendo como flechas de fuego blanco a su alrededor. Thomas notaba el silencioso impacto de las explosiones; cada una le sacudía el cráneo, le sacudía los huesos. Destellos de luz por todas partes. Más allá del edificio hacia el que avanzaban a trompicones, con grandes esfuerzos, habían surgido otros fuegos; en dos o tres ocasiones vio que los rayos entraban en contacto directo con la parte superior de una estructura y mandaban una lluvia de ladrillos y cristales a las calles de debajo.

La oscuridad empezó a adquirir un tono distinto, más gris que marrón, y Thomas se dio cuenta de que las nubes de tormenta debían de haberse espesado y descendían hacia el suelo, abriéndose camino entre el polvo y la niebla. El viento había amainado un poco, pero los rayos parecían más fuertes que nunca.

Había clarianos a izquierda y derecha, todos iban en la misma dirección. Parecían haber disminuido en número, pero Thomas seguía sin poder ver lo bastante bien como para estar seguro de ello. Localizó a Newt y, luego, a Fritanga. Y a Aris. Todos parecían igual de aterrorizados que él y corrían, sin quitar los ojos de encima a su objetivo, que ahora estaba a muy poca distancia.

Minho perdió el equilibrio y se cayó al soltarse de Thomas, que se paró, se dio la vuelta, volvió a poner de pie al chico y colocó el brazo de su amigo alrededor de sus hombros. Le agarró por el torso con ambos brazos para medio llevarlo, medio tirar de él. Un arco de luz cegadora pasó por encima de sus cabezas y golpeó la tierra tras ellos; Thomas no miró, siguió avanzando. Un clariano cayó a su izquierda; no supo quién era, no oyó el grito que sabía que vendría a continuación. Otro muchacho cayó a su derecha y volvió a levantarse. Un relámpago, delante y a la derecha. Otro a la izquierda. Uno justo enfrente. Thomas tuvo que pararse y parpadeó desenfrenadamente hasta que recuperó la vista. Se puso en marcha de nuevo, arrastrando a Minho con él.

Y entonces llegaron al primer edificio de la ciudad.

En la absorbente oscuridad de la tormenta, la estructura era gris. Bloques enormes de piedra, un arco de ladrillos más peque?os y ventanas medio rotas. Aris llegó el primero a la puerta y ni se molestó en abrirla. La habían hecho de cristal, pero ahora apenas quedaba nada, así que, cuidadosamente, quitó los fragmentos restantes con el codo. Les hizo una se?al a unos clarianos para que pasaran, luego les siguió y fueron tragados por el interior.

Thomas llegó a la vez que Newt y le hizo un gesto para que le ayudara. Newt y otro chico cogieron a Minho de sus brazos, con cuidado le arrastraron de espaldas por la puerta abierta de la entrada y sus pies tocaron el umbral mientras tiraban de él.

Y entonces Thomas, todavía impresionado por la energía de los estallidos de los rayos, siguió a sus amigos para adentrarse en la penumbra. Pero antes se dio la vuelta para ver la lluvia que caía fuera, como si la tormenta por fin hubiera decidido llorar, avergonzada de lo que les había hecho.





Capítulo 25


La lluvia caía en torrentes, como si Dios hubiera absorbido el océano y lo estuviera escupiendo sobre sus cabezas con furia.