Las pruebas (The Maze Runner #2)




Capítulo 23


Thomas se despertó con el viento dándole en la cara, el pelo y la ropa. Parecía que unas manos invisibles intentaran arrancárselos. Aún era de noche y hacía frío; le temblaba todo el cuerpo. Se incorporó sobre los codos, miró a su alrededor y apenas pudo ver las formas acurrucadas que dormían cerca de él con las sábanas bien apretadas contra sus cuerpos.

Sus sábanas.

Dejó escapar un grito frustrado y se levantó de un salto. En algún momento de la noche su propia sábana se había soltado y había salido volando. Con aquel furioso vendaval, podría estar a quince kilómetros.

—Foder —susurró, pero el aullido del viento robó la palabra incluso antes de que pudiera oírla.

Volvió a su mente el sue?o, ?o era un recuerdo? Tenía que serlo. Aquella breve visión de un tiempo en el que Teresa y él eran más jóvenes y aprendían a usar el truco de la telepatía. Notó que se desanimaba un poco; la echaba de menos, se sentía culpable al comprobar una vez más que había sido parte de CRUEL antes de ir al Laberinto.

Se lo quitó de la cabeza, no quería pensar en eso. Podía apartarlo de su mente si se esforzaba lo bastante.

Alzó la vista hacia el cielo negro y aspiró un instante al recordar fugazmente el sol desapareciendo del Claro. Aquel había sido el principio del final. El principio del terror.

Pero el sentido común pronto calmó su alma. El viento. El aire frío. Una tormenta. Tenía que ser una tormenta.

Nubes.

Avergonzado, se volvió a recostar y luego se tumbó de lado para hacerse una bola mientras se abrazaba. El frío no era insoportable, tan sólo un enorme cambio después del horrible calor del último par de días. Exploró su mente y se preguntó por los recuerdos que había tenido hacía poco. ?Podrían ser resultados persistentes del Cambio? ?Estaba recuperando la memoria?

Aquella idea provocó una mezcla de sentimientos. Quería que terminara de una vez por todas su bloqueo mental; quería saber quién era y de dónde venía. Pero aquel deseo estaba atenuado por el miedo a averiguar más cosas sobre sí mismo, sobre el papel que tenía en lo que le había llevado a aquella situación, en lo que les había hecho aquello a sus amigos.

Necesitaba desesperadamente dormir. Con el viento rugiendo sin cesar en sus oídos, por fin se escabulló, esta vez a la nada.

La luz le despertó a un alba apagada y gris que al final reveló una gruesa capa de nubes por el cielo. Eso hizo que la interminable extensión del desierto a su alrededor pareciera todavía más lóbrega. La ciudad estaba ahora muy cerca, tan sólo a unas pocas horas. Los edificios eran realmente altos; uno de ellos se alzaba incluso hasta desaparecer en una niebla baja. Y los cristales en todas aquellas ventanas rotas eran como los dientes irregulares de unas bocas abiertas para atrapar la comida que arrastrara el viento tormentoso.

El aire racheado todavía tiraba de él y una gruesa capa de tierra parecía habérsele incrustado para siempre en la cara. Se frotó la cabeza y notó el pelo acartonado debido a la mugre reseca por el viento.

Casi todos los demás clarianos estaban levantados y en marcha, asumiendo el inesperado cambio de tiempo, inmersos en conversaciones que él no podía oír; tan sólo había un rugido en sus oídos. Minho advirtió que estaba despierto y se acercó; se inclinó por el viento mientras caminaba con la ropa agitándose a su alrededor.

—?Ya era hora de que te despertaras! —estaba gritando a pleno pulmón.

Thomas se limpió la tierra de los ojos y se puso en pie.

—?De dónde viene todo esto? —gritó—. ?Pensaba que estábamos en medio del desierto!

Minho alzó la vista hacia la turbia masa de nubes grises y luego volvió a centrarse en Thomas. Se inclinó más para hablarle directamente al oído:

—Bueno, supongo que alguna vez tiene que llover en el desierto. Date prisa y come, tenemos que irnos. Quizá lleguemos allí y encontremos un sitio donde escondernos antes de que nos empape la tormenta.

—?Y si cuando lleguemos un pu?ado de raros intenta matarnos?

—Entonces, ?lucharemos contra ellos! —Minho frunció el entrecejo como si le decepcionara que Thomas preguntara tal estupidez—. ?Qué otra cosa quieres hacer? Casi nos hemos quedado sin agua y sin comida.

Thomas sabía que Minho tenía razón. Además, si pudieron luchar contra un montón de laceradores, un grupo de enfermos medio locos y muertos de hambre no debería suponer un gran problema.

—Muy bien, vale. Vamos. Me comeré una de esas barritas de cereales por el camino.

Unos minutos más tarde, se dirigían de nuevo a la ciudad con el cielo gris sobre sus cabezas, dispuesto a estallar y verter agua en cualquier momento.