Las pruebas (The Maze Runner #2)

—?Tormenta! ?Tormenta! ?Tormenta!

No paró de repetirlo una y otra vez; al final, una hebra de saliva, densa y mucosa, se le pegó al labio inferior, y salía y entraba como el péndulo de un hipnotizador. Le soltó el brazo y, de inmediato, Thomas retrocedió para alejarse. Incluso mientras lo hacía, el viento se intensificó y pareció pasar de fuertes ráfagas a un absoluto vendaval con la fuerza de un huracán, que provocaba terror, justo como había dicho el hombre. El mundo estaba perdido en el sonido de los rugidos y aullidos del aire. Thomas tenía la impresión de que en cualquier instante iba a arrancarle el pelo y la ropa. Casi todas las sábanas de los clarianos habían salido volando, se agitaban sobre el suelo y en el aire como ejércitos de fantasmas. La comida se dispersó por todas partes.

Thomas se puso de pie, una tarea casi imposible con aquel viento tratando de tumbarle. Se tambaleó hacia delante varios pasos hasta que volvió a inclinarse al tiempo que unas manos invisibles le mantenían erguido.

Minho estaba cerca y empezó a agitar los brazos como un desesperado para atraer la atención de todos. La mayoría le vio y se reunió a su alrededor, incluido Thomas, que luchaba por deshacerse del pánico que se arremolinaba en sus entra?as. Tan sólo era una tormenta. Mucho mejor que los laceradores o los raros con cuchillos. O cuerdas.

El anciano había perdido sus mantas por el viento y ahora se acurrucaba en posición fetal, con sus flacas piernas apretadas contra el pecho y los ojos cerrados. Thomas tuvo la fugaz idea de que debían llevarlo a algún lugar seguro, salvarlo porque al menos había tratado de avisarles de la tormenta. Pero algo le decía que el hombre lucharía con u?as y dientes si intentaban tocarlo o cogerle en brazos.

Los clarianos estaban ahora todos juntos. Minho se?aló la ciudad. El edificio más cercano se hallaba a una media hora si corrían a buen ritmo. Por la manera en que el viento tiraba de ellos, la manera en que las nubes de arriba se espesaban, se arremolinaban y adquirían un tono morado, casi negro; por la manera en que el polvo y los escombros volaban por el aire, alcanzar aquel edificio parecía la única opción sensata.

Minho empezó a correr. Los otros le siguieron y Thomas esperó hasta el final, pues sabía que Minho así lo quería. Después empezó a correr con energía, contento de no ir contra el viento. Sólo entonces le vinieron a la mente algunas de las palabras que había dicho el anciano. El sudor que le causaron enseguida se evaporó y su piel quedó seca y salada.

?Manteneos alejados. Mala gente?.





Capítulo 24


A medida que se acercaban a la ciudad, a Thomas le costaba cada vez más verla. El polvo en el aire se había condensado hasta convertirse en una niebla parduzca y lo notaba en cada respiración. Se le acumulaba en los ojos, que le lloraban, y se le formaba un pegote que debía limpiarse sin parar. El gran edificio que les tranquilizaba se había convertido en una sombra imponente detrás de las nubes, que se hacía más y más alta, como un gigante que no dejaba de crecer.

El viento soplaba amenazante y le arrojaba arena hasta el punto de dolerle. De vez en cuando, objetos más grandes pasaban volando y le daban un susto de muerte. Una rama, algo que parecía un ratón peque?o, un trozo de teja. E innumerables trocitos de papel. Todo se arremolinaba en el aire como copos de nieve.

Entonces llegaron los relámpagos.

Habían reducido a la mitad la distancia hasta el edificio —quizás incluso más— cuando los rayos aparecieron de la nada y el mundo a su alrededor estalló en luces y truenos. Caían del cielo de forma irregular, como barras de luz blanca, golpeaban el suelo y levantaban grandes cantidades de tierra chamuscada. Aquel sonido abrumador era insoportable y a Thomas se le empezaron a entumecer los oídos por el ruido espantoso, transformado en un lejano susurro mientras se quedaba sordo.

Continuó corriendo, casi ciego ahora, incapaz de oír, sin apenas ver el edificio. Los chicos se caían y volvían a levantarse. Thomas tropezó, pero recuperó el equilibrio. Ayudó a Newt a volver a ponerse de pie y luego a Fritanga. Les empujó hacia delante mientras él seguía avanzando. Era sólo cuestión de tiempo que a alguien le alcanzara uno de los relámpagos, similares a gruesas dagas, y lo friera hasta quedar carbonizado. Tenía el pelo de punta, a pesar del viento desgarrador; la electricidad estática en el aire era atroz y pinchaba como agujas voladoras.