Las pruebas (The Maze Runner #2)

—Lo siento —masculló al final Thomas—. Fue bastante traumático.

Los otros clarianos ya les habían alcanzado. La mitad estaban doblados para recuperar el aliento y la otra mitad se esforzaba por oír lo que Thomas y Minho decían. Newt estaba ahí, pero parecía contento de dejar a Minho hacer todas las averiguaciones de lo que había pasado.

—?Traumático? —repitió Minho—. ?A quién viste ahí dentro? ?Qué te dijeron?

Thomas sabía que no le quedaba otra opción. Aquello no era algo que pudiera o debiera ocultar a los demás.

—Era… era Teresa.

Esperaba gritos ahogados, exclamaciones de sorpresa, acusaciones de ser un pu?etero mentiroso. Pero no hubo más que silencio; podía oírse el viento de la ma?ana escabulléndose entre el terreno polvoriento que les rodeaba.

—?Qué? —dijo por fin Minho—. ?En serio?

Thomas se limitó a asentir y se quedó con la vista fija en una roca triangular que había en el suelo. El aire se había levantado considerablemente en los últimos minutos.

Minho estaba impresionado, algo comprensible.

—?Y la dejaste ahí? Tío, tienes que empezar a hablar y contarnos lo que ha pasado.

A pesar de lo que le dolía, a pesar de que al acordarse se le partía el corazón, Thomas les contó la historia. Cómo temblaba y lloraba cuando la vio, cómo actuaba como Gally —casi poseído— antes de matar a Chuck y la advertencia que le había hecho. Se lo contó todo. Lo único que omitió fue el beso.

—?Vaya! —exclamó Minho con una voz cansada, resumiéndolo todo con una simple palabra.

Pasaron varios minutos. El viento seco ara?aba el suelo y llenaba el aire de polvo mientras la brillante cúpula naranja del sol alcanzó el horizonte y oficialmente empezó el día. Nadie habló. Thomas oyó que se sorbían la nariz y tosían un poco. Sonidos de gente bebiendo de sus bolsas de agua. La ciudad parecía haber crecido durante la noche y sus edificios se extendían hacia el cielo despejado de color púrpura azulado. Tan sólo tardarían uno o dos días en llegar.

—Era una especie de trampa —dijo al final—. No sé qué hubiera pasado o cuántos de nosotros hubiéramos muerto. Quizá todos. Pero vi que no había duda en sus ojos cuando se separó de lo que la dominaba. Nos salvó y apuesto lo que sea a que… —tragó saliva—… a que le harán pagar por ello.

Minho extendió la mano para apretar el hombro de Thomas.

—Tío, si esos fucos de CRUEL la quisieran muerta, se estaría pudriendo bajo un montón de rocas. Es tan fuerte como cualquiera o incluso más. Sobrevivirá.

Thomas respiró hondo y soltó el aire. Se sentía mejor. Aunque fuera increíble, se sentía mejor. Minho tenía razón.

—Lo sé. De alguna forma, lo sé.

Minho se levantó.

—Deberíamos haber parado hace dos horas para dormir un poco; pero, gracias al se?or Corredor del Desierto aquí presente —le golpeó suavemente a Thomas en la cabeza—, nos hemos agotado hasta que ha vuelto a salir el pu?etero sol. Sigo pensando que necesitamos descansar un rato. Pongámonos debajo de las sábanas o lo que sea, pero intentémoslo.

Aquello no supuso el menor problema para Thomas. El sol resplandeciente hacía que el dorso de sus párpados se ti?era de un turbio carmesí de manchas negras y se durmió enseguida, con la sábana sobre su cabeza para protegerse de las quemaduras del sol… y de sus problemas.





Capítulo 22


Minho les dejó dormir casi cuatro horas, aunque no tuvo que despertar a muchos. El sol naciente e intenso ardía con furia sobre la tierra y se volvía insoportable, imposible de ignorar. Cuando Thomas se levantó y recogió la comida después del desayuno, el sudor ya empapaba sus ropas. El olor de los cuerpos flotaba entre ellos como una niebla apestosa y esperaba no ser él el más culpable. Las duchas del dormitorio parecían ahora todo un lujo.

Los clarianos permanecieron malhumorados y en silencio mientras se preparaban para el viaje. Cuanto más lo pensaba Thomas, más se daba cuenta de que no había mucho por lo que alegrarse. Aun así, había dos cosas que le hacían seguir adelante, y esperaba que los demás sintieran lo mismo. Primero, una irresistible curiosidad por averiguar qué había en esa estúpida ciudad —conforme se acercaban parecía más una gran ciudad—. Y segundo, la esperanza de que Teresa estuviera viva y bien. Quizás hubiera pasado por uno de esos Trans Planos. Quizás ahora se hallase delante de ellos. En la ciudad, incluso. Thomas sintió una oleada de ánimo.

—Vamos —dijo Minho cuando todo el mundo estuvo preparado. Entonces partieron.