Las pruebas (The Maze Runner #2)

Minho hizo una larga pausa.

—Muy bien. Ve, pingajillo valiente —le dio una palmada bastante dolorosa a Thomas en la espalda.

—Es una gilipullez —interrumpió Newt, que dio un paso al frente—. Yo iré con él.

—?No! —exclamó Thomas—. Es que… dejadme hacer esto. Algo me dice que debemos tener cuidado. Si me pongo a llorar como un bebé, venid a salvarme.

Y antes de que nadie pudiera discutírselo, se alejó caminando rápido hacia la chica y su edificio.

Salvó la distancia enseguida. Sus zapatos crujieron contra el suelo arenoso y las piedras, rompiendo el silencio. Inhaló los olores puros del desierto mezclados con un aroma lejano de algo que se quemaba, y cuando miró fijamente la silueta de la chica que había junto al edificio, de repente lo tuvo claro. Quizá fue por la forma de su cabeza o de su cuerpo. Quizá fue por su postura, por la manera de cruzar los brazos a un lado y sacar la cadera hacia el otro. Pero lo supo: era ella.

Era Teresa.

Cuando llegó a unos pasos de ella, justo antes de que la tenue luz por fin revelase su rostro, la joven se dio la vuelta y atravesó una puerta abierta para desaparecer en el interior del peque?o edificio. Era un rectángulo, con un tejado ligeramente inclinado en el medio, a lo largo. Por lo que veía, no tenía ventanas. Unos grandes cubos negros colgaban de las esquinas; unos altavoces, tal vez. Quizás hubieran emitido el sonido y se tratara de un enga?o. Eso explicaría por qué lo había podido oír desde tan lejos.

La puerta, un gran trozo de madera, se abrió del todo y se apoyó en la pared. Dentro estaba incluso más oscuro que fuera.

Thomas se movió. Cruzó la puerta y, al hacerlo, se dio cuenta de lo imprudente y estúpido que podía ser aquello. Pero era ella. No importaba qué había pasado, no importaba el motivo de su desaparición ni que no hubiera querido hablar con él telepáticamente; sabía que no iba a hacerle da?o. Ni hablar.

En el interior, el aire estaba más fresco, casi húmedo. Era maravilloso. Al dar tres pasos, se detuvo y escuchó en la oscuridad total. Podía oírla respirar.

—?Teresa? —preguntó en voz alta, conteniendo la tentación de volvérselo a decir con la mente—. Teresa, ?qué pasa?

No respondió, pero oyó una inhalación, seguida de un sollozo entrecortado, como si estuviera llorando, pero intentara ocultárselo.

—Teresa, por favor. No sé qué ha pasado o qué te han hecho, pero estoy aquí ahora. Esto es una locura. Dime…

Se calló cuando una luz se encendió con un rápido destello que se apagó hasta convertirse en una peque?a llama. Thomas clavó la vista en la mano que sostenía la cerilla. Observó cómo bajaba despacio, con cuidado, para encender una vela que había en una mesita. Cuando esta se prendió, y la mano sacudió la cerilla para apagarla, Thomas alzó por fin la mirada y la vio. Comprobó que estaba bien, después de todo. Pero la breve y casi aplastante emoción de ver a Teresa viva enseguida se cortó y fue sustituida por la confusión y el dolor.

Estaba limpia, de arriba abajo. Thomas se había esperado que estuviera sucia después de todo aquel tiempo en un polvoriento desierto. Que tuviera la ropa raída y hecha jirones, el pelo grasiento y la cara emborronada y quemada por el sol. Pero, en cambio, llevaba ropa nueva y el pelo limpio le caía en cascada sobre los hombros. Nada estropeaba la piel pálida de su rostro o sus brazos. Nunca la había visto tan guapa en el Laberinto ni tampoco en los turbios recuerdos que podía arrancar de lo recuperado tras el Cambio.

Pero sus ojos brillaban por las lágrimas; su labio inferior temblaba de miedo; sus manos se agitaban en los costados. Por su mirada supo que le había reconocido, que no se había olvidado de él, pero que detrás de todo aquello había un terror puro y absoluto.

—Teresa —susurró, angustiado en su interior—. ?Qué pasa?

Ella no respondió, pero sus ojos se movieron hacia un lado y luego volvieron a mirarle. Brotaron un par de lágrimas, que rodaron por sus mejillas y cayeron al suelo. Le temblaron los labios aún más que antes y el pecho se le agitó por lo que únicamente podrían ser sollozos reprimidos.

Thomas dio un paso hacia delante y acercó las manos a ella.

—?No! —gritó—. ?Apártate de mí!

Thomas se detuvo; era como si algo enorme le hubiera golpeado las entra?as. Levantó las manos.

—Vale, vale. Teresa, ?qué…?

No sabía qué decir o preguntar. No sabía qué hacer. Pero la terrible sensación de que algo se rompía en su interior y amenazaba con ahogarlo se intensificó conforme crecía en su garganta.