Las pruebas (The Maze Runner #2)

—?Dónde estáis vosotros? —preguntó Minho—. Venís de la ciudad, ?no? ?Es allí donde viven todos los raros? ?Hay comida y agua?

Thomas sintió las mismas ganas que Minho de hacer millones de preguntas; estuvo medio tentado de sugerir capturar a aquellos dos raros y obligarles a contestar. Pero por un momento pareció que no pretendían ayudarles: volvieron a separarse para volver a rodear a los clarianos y llegar a la parte más cercana a la ciudad.

En cuanto se reunieron en el sitio donde habían hablado al principio, con la lejana ciudad casi flotando entre ellos, la mujer dijo una última cosa:

—Si no lo tenéis aún, lo tendréis pronto. Lo mismo le pasó al otro grupo. Los que se supone que tienen que mataros.

Los dos desconocidos se dieron la vuelta y echaron a correr hacia el conjunto de edificios en el horizonte, para dejar a Thomas y al resto de clarianos en silencio, atónitos. Pronto, cualquier prueba de los raros se perdió en una masa de calor y polvo.

—?El otro grupo? —dijo alguien, quizá Fritanga. Thomas estaba demasiado en trance observando cómo desaparecían los raros y preocupado por cómo se notaría el Destello.

—Me pregunto si estarán hablando de mi grupo.

Aquel era sin duda Aris. Thomas por fin se obligó a apartar la mirada.

—?El grupo B? —le preguntó—. ?Crees que ya han llegado a la ciudad?

—?Hola! —soltó Minho—. ?A quién le importa? Creo que debería atraer más nuestra atención el peque?o detalle de que supuestamente tienen que matarnos. O quizá lo relativo al Destello.

Thomas pensó en el tatuaje que tenía en la nuca, aquellas sencillas palabras que le asustaban.

—A lo mejor cuando dijo eso no se refería a todos nosotros —se se?aló con el pulgar la espalda, hacia la amenazante marca—. Quizá se refería a mí en concreto. No sabría decir hacia dónde miraban.

—?Cómo van a saber quién eres? —replicó Minho—. Además, no importa. Si alguien intenta matarte a ti, a mí o a cualquier otro, tendrán que intentar cogernos a todos. ?Entendido?

—Eres un sol —dijo Fritanga con un resoplido—. Ve tú delante y muere con Thomas. Creo que yo me escabulliré y disfrutaré viviendo con la culpa.

Le lanzó una mirada especial que significaba que sólo estaba de broma, pero Thomas se preguntó si habría algo de verdad ahí oculta.

—?Qué opinas? —preguntó Newt, pero entonces le hizo un gesto a Minho con la cabeza.

Minho puso los ojos en blanco.

—Seguimos adelante, eso es lo que opino. Mira, no nos queda otra alternativa. Si no vamos a esa ciudad, moriremos aquí de una insolación o de hambre. Si vamos, tendremos refugio durante un rato, tal vez incluso comida. Haya raros o no, allí es donde vamos a ir.

—?Y el Grupo B? —preguntó Thomas y miró a Aris—. O de quienquiera que estuviesen hablando. ?Y si de verdad quieren matarnos? Lo único que tenemos para luchar son nuestras manos.

Minho flexionó su brazo derecho.

—Si esa gente son de verdad las chicas con las que iba Aris, les ense?aré las armas que tengo y saldrán corriendo.

Thomas siguió insistiendo:

—?Y si esas chicas tienen armas? ?O saben luchar? ?Y si no son ellas sino un pu?ado de cachas de dos metros a los que les gusta comer humanos? ?O mil raros?

—Thomas…, no, todos vosotros —Minho dejó escapar un suspiro exasperado—, ?podríais cerrar el pico y cortar el rollo de una vez? No hagáis más preguntas. A menos que se os ocurra una idea que no incluya una muerte segura, dejad de hablar, y aprovechemos la única oportunidad que tenemos. ?Lo pilláis?

Thomas sonrió, aunque no supo de dónde vino aquel impulso. De alguna manera, con unas pocas frases, Minho le había animado, o al menos le había dado un poco de esperanza. Tenían que marcharse, moverse; hacer algo. Eso era.

—Mucho mejor —dijo Minho con un gesto de satisfacción—. ?Alguien más quiere mearse en los pantalones y llamar llorando a mamá?

Se oyeron unas cuantas risitas, pero nadie dijo nada.

—Bien. Newt, ve delante, aunque tengas cojera. Thomas: tú, detrás. Jack, busca a alguien que te ayude con Winston para que puedas descansar. Vamos.

Y así lo hicieron. Aris llevó el fardo esta vez y Thomas se sintió muy bien, casi como si flotara sobre el suelo. Lo único que le costaba más era levantar la sábana; el brazo se le estaba debilitando y entumeciendo. Pero seguían avanzando, a veces caminando y otras, trotando.

Por suerte, el sol parecía caer con más rapidez a medida que se acercaba al horizonte. Según el reloj de pulsera que llevaba Thomas, los raros se habían marchado hacía una hora cuando el cielo se volvió de color naranja tirando a violeta y la intensa luz deslumbradora del sol empezó a fundirse con el horizonte, atrayendo la noche y las estrellas al cielo como una cortina.

Los clarianos continuaron moviéndose en dirección al débil centelleo de las luces que venían de la ciudad. Thomas casi podía disfrutarlo ahora que no sujetaba el fardo y se había quitado la sábana de encima.

Al final, cuando desapareció cualquier rastro del crepúsculo, se estableció la oscuridad total sobre la tierra como una niebla negra.