Las pruebas (The Maze Runner #2)

—Vamos —dijo Newt alzando la voz, como si no les quedara más remedio que hacer lo que les habían dicho. Aunque su cara revelaba la verdad: quería alejarse del pobre Winston tanto como Thomas.

Thomas asintió y pasó por encima de Winston, intentando no mirar otra vez la piel de su cabeza herida. Se estaba poniendo enfermo. Se apartó para dejar que Fritanga, Jack y Aris pasaran al lado e hicieran sus trabajos, y luego empezó a subir las escaleras de dos en dos. Siguió a Newt y Minho hasta arriba, donde parecía esperarlos el mismo sol con la puerta abierta.





Capítulo 17


Los otros clarianos se apartaron de su camino, al parecer más que contentos de dejarles a ellos tres la tarea de investigar lo que había allí fuera. Thomas entrecerró los ojos y, conforme se acercaron, se los protegió. Le costaba mucho creer que de verdad pudieran cruzar la puerta hacia aquel horrible resplandor y sobrevivir.

Minho se detuvo en el último escalón, justo antes de la línea de luz directa. Entonces sacó despacio la mano hasta que entró en el cuadrado de resplandor. A pesar de la tez aceitunada del chico, a Thomas le pareció que la piel de Minho brillaba como fuego blanco.

Tras unos pocos segundos, Minho volvió a meter la mano y la sacudió en su costado como si se hubiera golpeado el pulgar con un martillo.

—Está muy caliente. Muy caliente —se volvió para mirar a Thomas y Newt—. Si vamos a hacer esto, será mejor que nos envolvamos con algo o tendremos quemaduras de segundo grado en cinco minutos.

—Vaciemos nuestros fardos —dijo Newt, quitándose ya el suyo del hombro—. Llevaremos estas sábanas como togas mientras comprobamos la situación. Si funciona bien, podemos meter la comida y el agua en la mitad de nuestras sábanas y usar la otra mitad para protegernos.

Thomas ya había soltado su sábana para ayudar a Winston.

—Pareceremos fantasmas y espantaremos a los tipos malos que anden por ahí.

Minho no tuvo el mismo cuidado que Newt; puso en vertical su fardo y dejó que cayera todo. Los clarianos más cerca de ellos echaron mano del instinto para evitar que las cosas se cayeran por las escaleras.

—?Qué gracioso, este Thomas! Esperemos que no nos dé la bienvenida ninguno de esos raros —dijo mientras empezaba a desatar los nudos que había hecho en la sábana—. No sé cómo alguien podría estar por ahí con este calor. Esperemos que haya árboles o algún tipo de refugio.

—No sé —dijo Newt—. Puede que estén escondidos, esperando para atraparnos o algo así.

Thomas se moría por ir a comprobarlo. Quería dejar de hacer suposiciones y ver por sí mismo a lo que tenían que enfrentarse.

—No lo sabremos hasta que no investiguemos. Vamos —sacudió su sábana, se la echó por encima y se la envolvió bien alrededor de la cara como una anciana con un chal—. ?Qué pinta tengo?

—La de la pingaja más fea que he visto en mi vida —respondió Minho—. Más vale que les des gracias a los dioses de ahí arriba por haber nacido tío.

—Gracias.

Minho y Newt hicieron lo mismo que Thomas, aunque ambos se encargaron de agarrar la sábana con ambas manos por debajo para quedar cubiertos del todo. También la sostuvieron de tal manera que sus caras quedaran protegidas. Thomas les imitó.

—?Estáis preparados, pingajos? —preguntó Minho, y miró a Newt y, luego, a Thomas.

—La verdad es que estoy algo entusiasmado —respondió Newt.

Thomas no sabía si aquella era la palabra adecuada, pero tenía las mismas ganas de actuar.

—Yo también. Vamos.

Los escalones que les quedaban por subir ascendían como la salida de una antigua bodega y los últimos brillaban con el resplandor del sol. Minho vaciló, pero subió corriendo, sin detenerse hasta que desapareció, como absorbido por la luz.

—?Vamos! —gritó Newt, y le dio una palmada a Thomas en la espalda.

Thomas sintió un torrente de adrenalina. Respiró hondo y salió detrás de Minho al tiempo que oía a Newt pisándole los talones.

En cuanto Thomas salió a la luz, se dio cuenta de que lo mismo habría dado que se hubieran cubierto con plástico transparente. La sábana no hacía nada por bloquear la luz cegadora ni el calor abrasador que caía de lleno sobre sus cabezas. Al abrir la boca para hablar, una vaharada de calor seco se le coló hacia la garganta y borró cualquier rastro de aire o humedad en su camino. Desesperado, intentó atraer oxígeno, pero en cambio parecía como si alguien hubiera encendido un fuego en su pecho.

Aunque sus recuerdos eran pocos y aislados, Thomas no pensaba que el mundo fuera así.

Con los ojos bien cerrados para protegerse del blanco resplandor, se chocó contra Minho y casi se cayó. Recuperó el equilibrio, flexionó las rodillas y se agachó para cubrirse todo el cuerpo con la sábana mientras continuaba esforzándose por respirar. Al final lo captó y absorbió aire para soltarlo enseguida al tiempo que intentaba serenarse. Aquel primer instante tras la salida de la escalera le había aterrorizado. Los otros dos clarianos también respiraban con dificultad.

—?Estáis bien, tíos? —preguntó Minho por fin.