Las pruebas (The Maze Runner #2)

Thomas lanzó un sí con esfuerzo y Newt dijo:

—Estoy segurísimo de que hemos llegado al pu?etero infierno. Siempre pensé que tú terminarías aquí, Minho, pero no yo.

—Qué bueno —contestó Minho—. Me duelen los ojos, pero creo que por fin me estoy empezando a acostumbrar a la luz.

Thomas abrió los suyos un poco y miró al suelo, a tan sólo unos centímetros por debajo de su cara. Tierra y polvo. Unas cuantas rocas marrones grisáceas. La sábana le cubría totalmente, pero brillaba tan blanca que era como una extra?a pieza de futurista tecnología lumínica.

—?De quién te escondes? —preguntó Minho—. Levántate, pingajo. No veo a nadie.

A Thomas le avergonzó que pensaran que estaba encogido de miedo. Debía de parecer un ni?o peque?o gimoteando debajo de las sábanas, intentando no ser visto. Se puso de pie y, muy despacio, levantó la sábana hasta que pudo echar un vistazo a su alrededor.

Era una tierra yerma.

Ante él, una plana capa de tierra seca y sin vida se extendía a lo lejos, hasta donde le alcanzaba la vista. No había ni un árbol ni un arbusto. Ni colinas ni valles. Tan sólo un mar naranja amarillento de polvo y rocas; corrientes oscilantes de aire caliente que hervían en el horizonte como vapor, flotando hacia arriba, como si la vida ahí fuera se fundiera con el despejado cielo azul pálido.

Thomas se dio la vuelta y no vio muchos cambios hasta que miró en dirección opuesta. Una fila de monta?as áridas e irregulares se alzaba en la distancia. Enfrente de aquellas monta?as, tal vez a medio camino entre allí y donde ellos estaban en ese momento, había un grupo de edificios colocados como un montón de cajas abandonadas. Tenía que ser una ciudad, pero era imposible determinar su tama?o por lo lejos que estaba. El aire caliente brillaba delante de él y desdibujaba cualquier cosa cerca del suelo.

El candente sol ya estaba a la izquierda de Thomas y parecía hundirse en aquel horizonte, lo que significaba que aquello era el oeste y, por lo tanto, la ciudad y la franja de roca negra y roja que había detrás tenían que ser el norte, adonde se suponía que tenían que dirigirse. Su sentido de la orientación le sorprendió, como si un trozo de su pasado se hubiera alzado de sus cenizas.

—?A qué distancia creéis que están esos edificios? —preguntó Newt. Después de los sonidos huecos y retumbantes que había emitido su conversación en el largo y oscuro túnel y las escaleras, su voz era como un susurro apagado.

—?Tal vez a unos ciento sesenta kilómetros? —le preguntó Thomas a nadie en particular—. Está claro que eso es el norte. ?Es ahí donde debemos ir?

Minho negó con la cabeza bajo la sábana que le hacía de capucha.

—Ni de co?a, tío. Bueno, se supone que tenemos que ir en esa dirección, pero no son ciento sesenta kilómetros. Cincuenta a lo sumo. Y las monta?as deben de estar a cien o ciento quince.

—No sabía que supieras calcular la distancia tan bien con nada más que tu maldita vista —dijo Newt.

—Soy un corredor, cara fuco. Te acostumbras a cosas como esa en el Laberinto, incluso si la escala es mucho menor.

—El Hombre Rata no estaba de broma cuando mencionó aquellas erupciones solares —dijo Thomas mientras trataba de no desanimarse demasiado—. Aquí fuera parece que haya habido un desastre nuclear. Me pregunto si estará así todo el mundo.

—Esperemos que no —respondió Minho—. Me gustaría ver algún árbol por ahí ahora mismo. Tal vez un arroyo.

—Yo me conformaría con un trozo de césped —dijo Newt con un suspiro.

Cuanto más miraba, más cerca le parecía a Thomas la ciudad. Cincuenta kilómetros quizá fueran demasiados. Apartó los ojos y volvió a mirar a los otros.

—?Acaso esto podría ser más diferente de lo que nos hicieron pasar en el Laberinto? Allí estábamos atrapados entre paredes y teníamos todo lo que necesitábamos para sobrevivir. Ahora no estamos encerrados en ningún sitio, pero no hay forma de sobrevivir a menos que vayamos adonde nos han dicho. ?No se llama eso ironía o algo parecido?

—Algo parecido —afirmó Minho—. Eres una maravilla filosofando —se?aló con la cabeza hacia la salida de las escaleras—. Vamos. Traigamos a esos pingajos aquí fuera y empecemos a caminar. No debemos perder el tiempo y dejar que el sol absorba toda el agua de nuestros cuerpos.

—Quizá deberíamos esperar a que se pusiera —sugirió Newt.

—?Y quedarnos con esas fucas bolas de metal? Ni de co?a.

Thomas estuvo de acuerdo en que deberían seguir moviéndose.

—Creo que estamos bien. Parece que tan sólo quedan unas pocas horas para el atardecer. Podemos resistir un rato, descansar y luego ir lo más rápido posible durante la noche. No puedo aguantar ni un minuto más ahí abajo.

Minho asintió con firmeza.

—Es un plan —dijo Newt—. De momento, vayamos a esa polvorienta y antigua ciudad y esperemos que no esté llena de colegas de esos raros.