Las pruebas (The Maze Runner #2)

A Thomas le dio un pinchazo en el pecho al oír aquel comentario. Minho se acercó de nuevo al agujero y se asomó.

—?Eh, panda de maricas, no hay pingajos malos! ?Coged toda la comida y subid!



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Ningún clariano se quejó del plan.

Thomas observó cómo todos ellos hacían lo mismo que él había hecho al salir de las escaleras; se esforzaban por respirar, entrecerraban los ojos y parecían desesperados. Se apostaría cualquier cosa a que al principio habían estado convencidos de que el Hombre Rata les había mentido; que en realidad lo peor había sido el Laberinto. Pero estaba seguro de que después de las cosas aquellas plateadas que comían cabezas, y tras haber visto esa tierra baldía, nadie volvería a ser tan optimista.

Tuvieron que hacer algunos ajustes mientras se preparaban para el viaje. La comida y las bolsas de agua las guardaron más apretadas en la mitad de los fardos originales. Las sábanas sobrantes las usaron para cubrir a dos personas mientras caminaban. En conjunto funcionó sorprendentemente bien, incluso para Jack y el pobre Winston, y pronto ya estaban atravesando el duro terreno lleno de rocas. Thomas compartió su sábana con Aris, aunque no sabía cómo habían terminado así. Quizá se negaba a reconocer que quería estar con el chico, que tal vez él fuera la única conexión posible para averiguar qué le había sucedido a Teresa.

Thomas sostenía un extremo de la sábana hacia arriba con la mano izquierda y tenía un fardo colocado sobre su hombro derecho. Aris estaba a su derecha; habían acordado llevar cada uno el fardo más pesado cada treinta minutos. Paso a paso, recorrieron el polvoriento camino hacia la ciudad, con un calor a cada cien metros parecía absorber todo un día de sus vidas.

No hablaron durante un buen rato, pero Thomas al final rompió el silencio:

—Así que nunca antes has oído el nombre de Teresa, ?no?

Aris le miró con dureza y Thomas se dio cuenta de que probablemente su voz tenía un tono de acusación no demasiado sutil. Pero no dio vuelta atrás.

—?Bueno? ?Lo has oído antes o no?

Aris volvió a mirar al frente, pero en su actitud había algo sospechoso.

—No. Nunca. No sé quién es ni adonde ha ido. Pero al menos no la viste morir delante de tus narices.

Aquello fue como un pu?etazo en el estómago, pero por alguna razón hizo que a Thomas le gustara más Aris.

—Lo sé, perdona —antes de realizar las siguientes preguntas, pensó por un segundo—. ?Qué relación teníais? ?Cómo has dicho que se llamaba?

—Rachel —Aris hizo una pausa y, por un segundo, Thomas pensó que la conversación ya se había terminado—. éramos más que amigos. Pasaron cosas. Recordábamos cosas y creamos nuestros propios recuerdos.

Thomas sabía que Minho se hubiera partido de risa con ese último comentario, pero para él eran las palabras más tristes que había oído en su vida. Sentía que tenía que decir algo, ofrecerle algo.

—Sí. Yo también vi morir a un buen amigo. Cada vez que pienso en Chuck vuelvo a enfadarme. Si le han hecho lo mismo a Teresa, no me podrán parar. Nada lo hará. Morirán todos.

Thomas se detuvo —y obligó a Aris a hacer lo mismo—, impresionado por las palabras que acababan de salir de su boca. Era como si algo se hubiera apoderado de él y hubiera dicho esas cosas. Pero así era cómo se sentía. Era un sentimiento muy fuerte.

—?Qué crees…?

Pero antes de que pudiera terminar aquel pensamiento, Fritanga empezó a gritar. Estaba se?alando algo.

Thomas tan sólo tardó un segundo en advertir qué había alterado al cocinero.

A lo lejos, en dirección a la ciudad, dos personas corrían hacia ellos; sus cuerpos parecían formas fantasmagóricas de oscuridad en el espejismo del calor, mientras unas columnas de polvo se levantaban a su paso.





Capítulo 18


Thomas se quedó mirando a los corredores. Advirtió que los demás clarianos a su alrededor también se había detenido, como si les hubieran dado la orden tácita de hacerlo. Thomas tembló, algo que parecía completamente imposible con aquel calor sofocante. No sabía por qué sentía un escalofrío de miedo por la espalda —los clarianos sobrepasaban en número a los extra?os que se acercaban, casi diez veces más—, pero la sensación era innegable.

—Que todo el mundo se junte más —dijo Minho—. Preparaos para luchar con esos pingajos al primer indicio de problemas.