Las pruebas (The Maze Runner #2)

El borroso espejismo del calor que ascendía ocultó a las dos figuras hasta que estuvieron a tan sólo unos cien metros de distancia. Los músculos de Thomas se tensaron cuando pudo verlos mejor. Recordaba demasiado bien lo que había visto por la ventana con barrotes hacía tan sólo unas pocas ma?anas. Los raros. Pero aquellas personas le asustaban de un modo diferente.

Se pararon a unos siete metros delante de los clarianos. Uno era un hombre; la otra, una mujer, aunque Thomas sólo lo supo por su figura ligeramente curvilínea. Aparte de eso, tenían la misma constitución: altos y esqueléticos. Sus cabezas y sus caras estaban casi completamente tapadas, envueltas en una tela beige hecha jirones, en la que habían hecho unas peque?as rendijas para ver y respirar. Sus camisetas y pantalones eran un batiburrillo de ropa sucia cosida, atada con tiras raídas de tela vaquera por algunos lados. Nada quedaba expuesto al fustigador sol, salvo sus manos, que estaban rojas, agrietadas y llenas de costras.

Los dos se quedaron allí, jadeando mientras recuperaban el aliento, emitiendo el ruido de dos perros enfermos.

—?Quiénes sois? —preguntó Minho.

Los desconocidos no respondieron, no se movieron. Sus pechos se inflaban y se desinflaban. Thomas les observó desde debajo de su capucha improvisada. No se podía imaginar cómo alguien podía correr tan rápido sin que le diera un golpe de calor.

—?Quiénes sois? —repitió Minho.

En vez de contestar, los dos desconocidos se separaron y empezaron a caminar en círculo alrededor del grupo de clarianos. Sus ojos, ocultos tras las rendijas en aquellas vendas de momia, permanecían fijos en los jóvenes mientras recorrían su amplio arco, como si los estuvieran evaluando para matarlos. Thomas notó cómo empezaba a aumentar la tensión en su interior. Esta se tornó insoportable cuando no pudo verlos a los dos a la vez. Se dio la vuelta para ver cómo volvían a reunirse detrás del grupo y les daban la cara de nuevo para quedarse quietos.

—Somos muchos más nosotros que vosotros —dijo Minho con una voz que revelaba frustración. Amenazarles tan pronto parecía desesperado—. Empezad a hablar. Decidnos quiénes sois.

—Somos raros.

Aquellas dos palabras salieron de la mujer con un breve estallido de irritación gutural. Sin ninguna razón aparente, se?aló más allá de los clarianos, hacia la ciudad de la que habían salido corriendo.

—?Raros? —repitió Minho, que se había abierto paso entre los del grupo para volver a acercarse a los desconocidos—. ?Cómo los que intentaron entrar en nuestro edificio hace un par de días?

Thomas se encogió. Aquella gente no tendría ni idea de lo que Minho estaba hablando. De algún modo, los clarianos habían hecho un largo viaje desde donde estuvieran al atravesar el Trans Plano.

—Somos raros —esta vez fue el hombre el que habló, con una voz sorprendentemente más suave y menos ronca que la de la mujer. Pero no era amable. Se?aló más allá de los clarianos, al igual que había hecho su compa?era—. Hemos venido a ver si erais raros. Hemos venido a ver si tenéis el Destello.

Minho se volvió para mirar a Thomas y luego a otros tantos, con las cejas arqueadas. Nadie dijo nada. Se dio la vuelta.

—Un tío nos dijo que teníamos el Destello, sí. ?Qué podéis contarnos sobre esta enfermedad?

—No os preocupéis —respondió el hombre; las tiras de tela que le envolvían la cara se movían a cada palabra—. Si lo tenéis, lo sabréis pronto.

—Bien, ?y qué pu?etas queréis? —preguntó Newt, que se acercó a donde estaba Minho—. ?A vosotros qué os importa si somos raros o no?

Esta vez fue la mujer quien respondió, y actuó como si no hubiera oído las preguntas:

—?Cómo habéis llegado a la Quemadura? ?De dónde venís? ?Cómo habéis llegado aquí?

Thomas estaba sorprendido por la… inteligencia evidente de sus palabras. Los raros que habían visto en el dormitorio parecían dementes, como si fueran animales. Aquella gente estaba lo bastante consciente para darse cuenta de que su grupo había salido de la nada. No se veía ninguna otra cosa en dirección opuesta a la ciudad.

Minho se inclinó para consultarle a Newt, luego se dio la vuelta y se acercó a Thomas.

—?Qué le decimos a esta gente?

Thomas no tenía ni idea.

—No lo sé. ?La verdad? No puede hacerle da?o a nadie.

—?La verdad? —repitió Minho con sarcasmo—. ?Menuda idea, Thomas! Eres la leche de inteligente, como siempre —se volvió para mirar a los raros—. Nos ha enviado CRUEL. Salimos de un agujero que hay por ahí, tras recorrer un túnel. Se supone que tenemos que caminar ciento sesenta kilómetros al norte, cruzar la Quemadura. ?Significa eso algo para vosotros?

Una vez más fue como si no hubieran oído ni una palabra de lo que había dicho.

—No se han ido todos los raros —dijo el hombre—. No todos ellos han pasado al Ido —pronunció la última palabra como si se refiriese a un lugar—. Son diferentes con distintos niveles. Será mejor que sepáis de quién haceros amigos y a quién evitar. O matar. Será mejor que aprendáis rápido si venís adonde estamos nosotros.