Las pruebas (The Maze Runner #2)

Estaban a tan sólo un par de kilómetros del edificio más cercano cuando se cruzaron con un anciano tumbado en la arena boca arriba, envuelto en varias mantas. Jack fue el primero que lo vio y Thomas y el resto no tardaron en reunirse en círculo alrededor de aquel tipo, con los ojos clavados en él.

A Thomas se le revolvió el estómago al estudiar a aquel hombre con más detenimiento, pero no podía apartar la vista. El desconocido debía de tener cien a?os, aunque eso era difícil de saber; tal vez lo parecía a causa del deterioro provocado por el sol. Tenía un rostro arrugado y curtido, costras y llagas donde debería haber pelo; y una piel muy, muy oscura.

Estaba vivo, respiraba profundamente, pero miraba al cielo con los ojos vacíos, como si esperara que bajara algún dios y se lo llevara para poner fin a aquella vida miserable. No mostraba signos de haberse percatado del acercamiento de los clarianos.

—?Eh! ?Viejo! —gritó Minho, siempre tan diplomático—. ?Qué estás haciendo aquí fuera?

A Thomas le había costado mucho oír las palabras con aquel viento tan fuerte, así que se imaginaba que el anciano no se enteraría de nada. Pero ?estaba ciego también? Quizá.

Thomas apartó a Minho de un codazo y se arrodilló junto al rostro del hombre. La melancolía que vio allí le desgarró el corazón. Alargó la mano y la movió justo encima de los ojos del anciano. Nada. Ni un parpadeo ni un movimiento. Fue sólo después de que Thomas retirara la mano cuando los párpados del hombre se cerraron despacio y luego volvieron a abrirse. Tan sólo una vez.

—?Se?or? —preguntó Thomas—. ?Se?or? —le sonó extra?a aquella palabra, que salía de los recuerdos turbios de su pasado. Estaba seguro de no haberla usado desde que le enviaron al Claro y al Laberinto—. ?Puede oírme? ?Puede hablar?

El hombre volvió a parpadear lentamente, pero no dijo nada. Newt se arrodilló junto a Thomas y habló en voz alta por encima del viento:

—Este tipo sería una maldita mina de oro si consiguiéramos que nos contara cosas de la ciudad. Parece inofensivo; probablemente sepa lo que nos espera al llegar allí.

Thomas suspiró.

—Sí, pero ni siquiera parece ser capaz de oírnos, mucho menos de mantener una larga conversación.

—Sigue intentándolo —ordenó Minho desde detrás—. Eres nuestro embajador oficial en el extranjero, Thomas. Haz que se abra el tío y nos cuente algo de los viejos tiempos.

Por alguna extra?a razón, Thomas quería responder con algún comentario gracioso, pero no se le ocurrió nada. Si fue gracioso en su antigua vida, todo rastro de humor desde luego había desaparecido cuando le borraron la memoria.

—Vale —dijo.

Enseguida se acercó lo máximo posible a la cabeza del hombre y se colocó para mirarle a los ojos, a tan sólo medio metro de su rostro.

—?Se?or? ?Necesitamos su ayuda de verdad! —se sentía mal por gritar, le preocupaba que el anciano se lo tomara como un ataque, pero no tenía otra opción. El viento soplaba cada vez más fuerte—. ?Necesitamos que nos diga si es seguro entrar en la ciudad! Podemos llevarle hasta allí si necesita ayuda. ?Se?or? ?Se?or!

Los ojos oscuros del hombre habían estado mirando más allá, hacia el cielo, pero luego se movieron, despacio, para centrarse en él. La conciencia los llenó como un líquido negro vertido lentamente en un vaso. Sus labios se entreabrieron, pero no salió nada de ellos salvo una peque?a tos.

La esperanza de Thomas aumentó.

—Me llamo Thomas. Estos son mis amigos. Llevamos un par de días caminando por el desierto y necesitamos más agua y comida. ?Qué…? —dejó de hablar cuando los ojos del hombre se movieron de un lado a otro, con un repentino aire de pánico—. No pasa nada, no le haremos da?o —aclaró Thomas enseguida—. Somos… somos de los buenos. Pero le agradeceríamos muchísimo que…

El hombre sacó la mano izquierda de debajo de las sábanas que lo envolvían y le agarró la mu?eca a Thomas con tal fuerza que parecía imposible. Thomas gritó, sorprendido, y por instinto intentó soltarse, pero no pudo. Estaba impresionado por la fuerza del hombre. Apenas podía moverse con aquel pu?o a modo de grillete.

—?Eh! —gritó—. ?Suéltame!

El hombre negó con la cabeza; tenía los ojos más llenos de miedo que de agresividad. Sus labios volvieron a separarse y un áspero e indescifrable susurro salió de su boca. No le soltó.

Thomas dejó de esforzarse por liberar el brazo, se relajó y se inclinó para colocar la oreja junto a la boca del desconocido.

—?Qué ha dicho? —gritó.

El hombre volvió a hablar con un sonido áspero, perturbador y espeluznante. Thomas captó las palabras ?tormenta?, ?terror? y ?mala gente?. Ninguna de ellas sonaba muy inspiradora.

—?Una vez más! —gritó Thomas, con la cabeza aún ladeada, de modo que su oreja estaba a sólo unos centímetros de la cara del anciano.

Esta vez Thomas lo entendió casi todo y sólo le faltaron pocas palabras:

—Se avecina una tormenta… Mucho terror… Trae…, manteneos alejados… mala gente.

El hombre de pronto se incorporó, con los ojos abiertos de par en par y blancos alrededor del iris.