Las pruebas (The Maze Runner #2)

Thomas quería gritar, deseaba oír su propia voz, aunque sólo fueran las vibraciones amortiguadas en su cráneo. Pero sabía que el aire lleno de polvo le ahogaría; ya era bastante difícil inspirar breve y rápidamente por la nariz. Sobre todo con la tormenta de relámpagos que se estrellaban contra el suelo a su alrededor, quemando el aire, haciendo que todo oliera a cobre y ceniza.

El cielo se oscureció aún más y la nube de polvo ganó densidad. Thomas se dio cuenta de que ya no veía a nadie, tan sólo a aquellos que estaban justo delante de él. La luz de los rayos destellaba contra ellos y un corto estallido de un blanco radiante les iluminó durante un brevísimo momento. Aquello cegó a Thomas todavía más que antes. Tenían que llegar a aquel edificio. Tenían que llegar o no durarían mucho más.

?Y dónde estaba la lluvia?, se preguntó. ?Dónde estaba la lluvia? ?Qué tipo de tormenta era aquella?

Un relámpago de un blanco puro zigzagueó desde el cielo y cayó en el suelo justo delante de él. Gritó, pero no pudo oírse y apretó los ojos cuando algo —un arranque de energía o una oleada de aire— le tiró a un lado. Aterrizó sobre su espalda, golpeado desde el pecho, al tiempo que caía sobre él una lluvia de arena y piedras. Escupió, se limpió la cara e intentó respirar a la vez que se incorporaba sobre manos y rodillas para luego ponerse de pie. El aire por fin fluyó y lo atrajo hacia sus pulmones.

Oyó una alarma, un constante y agudo zumbido que notaba como u?as en sus tímpanos. El viento trataba de comerse su ropa, la arena hacía que la piel le picase y la oscuridad giraba a su alrededor como una noche viviente, interrumpida tan sólo por los destellos de los relámpagos. Entonces vio una espantosa escena que le asustó aún más por la luz parpadeante.

Era Jack. Estaba en el suelo, dentro de un peque?o cráter, retorciéndose mientras se agarraba la rodilla. Debajo no había nada: la espinilla, el tobillo y el pie habían desaparecido por el estallido de electricidad pura que había caído del cielo. La sangre, que parecía alquitrán, salía a borbotones de una herida horrible, que se convertía en una pasta horrorosa mezclada con la arena. La ropa se le había quemado y estaba desnudo, con heridas por todo el cuerpo. No tenía pelo. Y parecía que sus ojos tenían…

Thomas se dio la vuelta, se desplomó en el suelo, tosió y vomitó todo lo que llevaba en el estómago. No podía hacer nada por Jack. Ni hablar. Nada. Pero seguía vivo. Aunque le daba vergüenza pensarlo, Thomas se alegraba de no poder oír sus gritos. Ni siquiera sabía si podría soportar volver a mirarlo.

Entonces alguien le agarró y le puso de pie. Minho. Dijo algo y Thomas se concentró para leerle los labios. ?Tenemos que irnos. No hay nada que podamos hacer?.

?Jack —pensó—. Oh, tío, Jack?.

Avanzó a trompicones detrás de Minho, con los músculos del estómago doloridos por vomitar, los oídos pitándole muchísimo e impresionado por la terrible visión de Jack roto en mil pedazos por el rayo. Vio unas sombras a izquierda y derecha: otros clarianos, pero sólo unos pocos. Estaba demasiado oscuro para ver nada más allá y los relámpagos iban y venían demasiado rápido para revelar algo. Tan sólo polvo, escombros y esa amenazante forma del edificio que ahora estaba casi encima de ellos. Habían perdido todo vestigio de organización y toda esperanza de permanecer unidos. Cada clariano iba por su cuenta. Tan sólo esperaban que todos pudieran conseguirlo.

Viento. Explosiones de luz. Viento. Polvo asfixiante. Viento. Pitido de oídos, dolor. Viento. Continuó con la vista clavada en Minho, que caminaba a unos pasos por delante de él. No sentía nada por Jack. No le importaba si se quedaba permanentemente sordo. Ya no le importaban los demás. El caos a su alrededor parecía haberle arrebatado su humanidad, haberle convertido en un animal. Lo único que quería era sobrevivir, llegar hasta aquel edificio y entrar. Vivir. Ganar un día más.

Una abrasadora luz blanca detonó delante de él y le lanzó por los aires de nuevo. Incluso cuando volaba hacia atrás, gritaba e intentaba ponerse de pie. La explosión había ocurrido justo donde Minho estaba corriendo. ?Minho! Thomas aterrizó con un golpazo discordante que le hizo sentir como si se le soltara cada articulación de su cuerpo para luego volver a su sitio. Ignoró el dolor, se puso de pie, corrió hacia delante, con la única visión de la oscuridad, mezclada con imágenes remanentes, borrosas, amebas de luz purpúrea. Entonces vio las llamas.

A su cerebro le costó unos segundos comprender lo que estaba viendo. Unas varas de fuego bailaban como por arte de magia, unos zarcillos calientes golpearon a la derecha por el viento. Entonces todo cayó al suelo, un montón de llamas que se agitaban. Thomas alargó el brazo y lo entendió.

Era Minho. Su ropa estaba en llamas.