—Cinco. Seis.
—Hazlo —ordenó al final Thomas en voz alta.
—Siete. Ocho.
La voz de Jorge se elevaba con cada número. Thomas creyó ver un movimiento en algún sitio encima de sus cabezas, una sombra que pasó como un rayo. Quizá Minho la hubiera notado también, puesto que su rostro perdió todo rastro de arrogancia.
—Nueve.
—Lo siento —soltó Minho sin demasiada emoción.
—No creo que lo digas de verdad —espetó Jorge, y le dio una patada a Minho en la pierna.
Thomas apretó los pu?os cuando su amigo dio un grito de dolor. El raro debía de haberle pegado en una de las quemaduras.
—Dilo de verdad, hermano.
Thomas levantó la vista hacia el raro; le odiaba. Unos pensamientos irracionales comenzaron a nadar por su mente. Quería saltar sobre él y atacarle, golpearle como había golpeado a Gally tras escapar del Laberinto.
Jorge echó atrás la pierna y volvió a golpear a Minho con dos fuertes patadas en el mismo sitio.
—?Dilo de verdad! —soltó la última palabra con tanta dureza que sonó enloquecido.
Minho gimió, agarrándose la herida con ambas manos.
—Lo… siento —dijo entre fuertes respiraciones, con la voz tensa, llena de dolor.
Pero en cuanto Jorge sonrió y se relajó, satisfecho por la humillación causada, Minho golpeó al raro en plena barbilla. El chico saltó sobre su otro pie y se cayó al suelo con un aullido, en parte de sorpresa y en parte de dolor.
Entonces Minho se echó sobre él, gritando una sarta de aberraciones que Thomas nunca antes le había oído proferir. Luego apretó los muslos para atrapar el cuerpo de Jorge y empezó a darle pu?etazos.
—?Minho! —gritó Thomas—. ?Para!
Se puso de pie, ignorando el anquilosamiento de sus articulaciones, el dolor de sus músculos. Echó un vistazo rápido arriba mientras se acercaba a Minho, dispuesto a sacarlo de encima de Jorge aunque fuera a golpes. Hubo movimientos en varios puntos de los pisos superiores. Después vio a varias personas mirando hacia abajo, preparándose para saltar, y aparecieron unas cuerdas que colgaban por los costados de los agujeros irregulares.
Thomas se lanzó sobre Minho y le apartó del cuerpo de Jorge hasta que cayeron al suelo. Enseguida se dio la vuelta para agarrar a su amigo, le rodeó el pecho con los brazos y le apretó para contener sus esfuerzos por escapar.
—?Hay más ahí arriba! —le gritó Thomas al oído desde atrás—. ?Tienes que parar! ?Te matarán! ?Nos matarán a todos!
Jorge se puso de pie tambaleándose y se limpió despacio un hilo de sangre que salía de la comisura de su boca. Su expresión bastó para que el miedo atravesara el corazón de Thomas. No sabía qué podía hacer aquel tipo.
—?Espera! —gritó Thomas—. ?Por favor, espera!
Jorge intercambió una mirada con él justo cuando unos cuantos raros cayeron al suelo desde arriba. Algunos dieron el salto y la voltereta como Jorge, otros se deslizaron por las cuerdas y aterrizaron directamente sobre sus pies. Todos se reunieron de inmediato en grupo, detrás de su líder; serían tal vez unos quince. Hombres y mujeres, algunos adolescentes. Todos iban sucios, vestidos con ropa hecha jirones. La mayoría, flacos y de aspecto débil.
Minho había dejado de luchar y Thomas por fin le soltó. Por lo que intuía, le quedaban tan sólo unos segundos antes de que una situación grave se convirtiera en un matadero. Presionó una mano con firmeza sobre la espalda de Minho y alzó la otra hacia Jorge con gesto conciliador.
—Por favor, dame un minuto —pidió Thomas mientras rogaba a su corazón y su voz que se calmaran—. No os beneficiará en nada… hacernos da?o.
—?No nos beneficiará en nada? —repitió el raro, y escupió un montón de porquería roja—. A mí me beneficiará mucho. Eso te lo puedo garantizar, hermano —cerró las manos hasta convertirlas en dos pu?os a sus costados.
Después ladeó la cabeza tan poco que apenas se notó. Pero en cuanto lo hizo, los raros de detrás sacaron todo tipo de objetos desagradables de las profundidades de sus ropas andrajosas: cuchillos, machetes oxidados, unos pinchos negros que alguna vez pudieron haber formado parte de un ferrocarril. Fragmentos de vidrio, manchados de rojo en sus puntas afiladísimas. Una chica que no podía tener más de trece a?os sostenía una pala astillada cuyo extremo de metal acababa en una punta irregular parecida a los dientes de una sierra.
Thomas tuvo la repentina y absoluta certeza de que ahora estaba suplicando por sus vidas. Los clarianos no podían ganar una pelea contra aquella gente. Ni hablar. No había laceradores, pero tampoco un código mágico que los apagara.
—Escucha —dijo Thomas mientras se ponía poco a poco de pie y esperaba que Minho no fuera lo bastante estúpido como para intentar nada—, tenemos algo que contarte. No somos simples pingajos colocados al azar en la puerta de vuestra casa. Somos valiosos… vivos, no muertos.
Las pruebas (The Maze Runner #2)
James Dashner's books
- The Eye of Minds
- The Kill Order (The Maze Runner 0.5)
- Virus Letal
- The Maze Runner Files (Maze Runner Trilogy)
- Rising Fears
- The Hunt for Dark Infinity (The 13th Reality #2)
- The Blade of Shattered Hope (The 13th Reality #3)
- The Void of Mist and Thunder (The 13th Reality #4)
- The Rule of Thoughts (The Mortality Doctrine #2)
- The Journal of Curious Letters (The 13th Reality, #1)
- El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)
- A Mutiny in Time (Infinity Ring #1)