Las pruebas (The Maze Runner #2)

Justo a tres metros del escritorio, Thomas chocó contra una pared invisible. Primero se dio con la nariz, que se aplastó con lo que parecía una fría lámina de cristal. El resto de su cuerpo hizo lo mismo: se golpeó contra el muro invisible y le hizo retroceder a trompicones. Por instinto, alzó la mano para frotarse la nariz mientras entrecerraba los ojos para ver por qué no había advertido aquella barrera de cristal.

Pero no importaba lo mucho que se esforzara, no veía nada. Ni el más mínimo resplandor o reflejo, ni siquiera estaba manchada por algún lado. Lo único que veía era aire. En todo aquel rato, el hombre no se había molestado en moverse ni había dado la menor se?al de haber notado algo.

Thomas se acercó a aquel sitio, más despacio esta vez, con las manos extendidas hacia delante. No tardó en entrar en contacto con la pared totalmente invisible… ?Qué? Parecía vidrio —liso, duro y frío al tacto—, pero no vio nada en absoluto que indicara que allí había algo sólido.

Frustrado, Thomas se movió hacia la izquierda, luego a la derecha, palpando aún la sólida pared que no veía. Se extendía por toda la habitación; no había manera de acercarse al desconocido del escritorio. Thomas al final la aporreó con una serie de golpazos sordos, pero no pasó nada más. Algunos de los clarianos que había detrás de él, Aris incluido, comentaron que ya lo habían intentado ellos.

El hombre de la extra?a vestimenta, tan sólo a unos tres metros delante de él, dejó escapar un suspiro exagerado mientras bajaba los pies del escritorio hasta el suelo. Colocó un dedo en el libro para marcar dónde se había quedado y miró a Thomas sin esforzarse por ocultar su enfado.

—?Cuántas veces voy a tener que repetirlo? —dijo el hombre, cuya voz pegaba perfectamente con su piel pálida, su pelo fino y su cuerpo flacucho. Y con ese traje, ese estúpido traje blanco. Por extra?o que pareciera, sus palabras no quedaron amortiguadas por la barrera—. Aún quedan cuarenta y siete minutos antes de que me autoricen a ejecutar la Fase 2 de las Pruebas. Por favor, sed pacientes y dejadme en paz. Os han dado este momento para comer y reponeros, y te sugiero firmemente que lo aproveches, joven. Ahora, si no te importa…

Sin esperar una respuesta, se recostó en la silla y volvió a apoyar los pies encima del escritorio. Después abrió el libro por donde lo había dejado y retomó la lectura.

Thomas se había quedado mudo. Le dio la espalda al hombre y al escritorio, y se apoyó en la pared invisible, contra la dura superficie. ?Qué acababa de suceder? Seguramente estaba aún dormido, so?ando. Por alguna razón, la mera idea aumentó su hambre y se quedó mirando con ansia el montón de comida. Entonces vio que Minho estaba en la puerta del dormitorio, apoyado en el marco, cruzado de brazos.

Thomas se?aló con el pulgar por encima del hombro y enarcó una ceja.

—?Has conocido a nuestro nuevo amigo? —dijo Minho, con una sonrisita en la cara—. Menuda pieza el tío. Tengo que conseguir uno de esos fucos trajes. No veas qué elegante.

—?Estoy despierto? —preguntó Thomas.

—Estás despierto. Ahora come. Tienes una pinta horrible; casi estás tan mal como el Hombre Rata que tenemos aquí, leyendo un libro.

Thomas se sorprendió por lo rápido que dejó de darle importancia a lo extra?o que era aquel tipo vestido de blanco, que había salido de la nada, y la pared invisible. De nuevo le asaltó la indiferencia que le resultaba tan familiar. Tras la impresión inicial, ya nada le resultaba raro. Todo podía ser normal. Lo apartó todo de su mente y se obligó a comer. Otra manzana. Una naranja. Una bolsa de frutos secos variados y luego una barrita de cereales y pasas. Su cuerpo le pedía agua, pero aún no podía moverse.

—Tienes que cortarte —dijo Minho desde atrás—. Tenemos pingajos vomitando por todas partes porque han comido demasiado. Creo que ya es suficiente, tío.

Thomas se puso de pie, disfrutando de la sensación del estómago lleno. No echaba de menos en absoluto la bestia en su interior que le había atormentado durante tanto tiempo. Sabía que Minho tenía razón, tenía que parar ya. Le hizo un gesto de asentimiento a su amigo antes de pasar por su lado para ir a beber, sin dejar de pensar todo el tiempo en qué podría ser lo que les esperaba cuando el hombre del traje blanco estuviera listo para ejecutar la Fase 2 de las Pruebas.

Fuera lo que fuera lo que significase aquello.



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Media hora más tarde, Thomas estaba sentado en el suelo con el resto de los clarianos; Minho a su derecha y Newt a su izquierda, todos de cara a la pared invisible y a la rata aquella que permanecía sentada tras el escritorio. Todavía tenía los pies en alto y continuaba con la vista fija en las páginas del libro. Thomas notó que poco a poco recobraba la energía y la fuerza.