Las pruebas (The Maze Runner #2)

Una vez más las preguntas y discusiones de los clarianos llenaron el aire, pero Thomas se marchó. Necesitaba algo de espacio y sabía que el cuarto de ba?o era su único escape. Así que, en vez de dirigirse al dormitorio de los chicos, fue al que había usado Teresa y, luego, Aris. Se apoyó en el lavabo, con los brazos cruzados, mirando al suelo. Por suerte, nadie le había seguido.

No sabía cómo empezar a procesar toda la información. Unos cadáveres colgando del techo, que apestaban a muerte y putrefacción, terminaban desapareciendo en cuestión de minutos. Un desconocido —?y su escritorio!— aparecían de la nada con un escudo imposible que les servía de protección. Y luego desaparecían.

Y eso no era nada comparado con otras de sus preocupaciones. Ahora estaba claro que el rescate del Laberinto había sido una farsa. Pero ?quiénes eran los títeres que CRUEL había utilizado para sacar a los clarianos de la cámara de los creadores y ponerlos en aquel autobús que les había llevado hasta allí? ?Los habían matado de verdad? El Hombre Rata había dicho que no tenían que creer lo que vieran sus ojos o sus mentes. ?Cómo iban entonces a creer en nada?

Y lo peor de todo era que tenían la enfermedad del Destello y que sólo las Pruebas les harían ganar la cura…

Thomas apretó los ojos y se restregó la frente. Habían alejado a Teresa de él. Ninguno tenía familia. A la ma?ana siguiente se suponía que empezarían algo ridículo llamado la Fase 2, que, por lo que parecía, iba a ser peor que el Laberinto. ?Qué iban a hacer con todos aquellos locos de ahí fuera, los raros? De repente pensó en Chuck y en lo que él habría dicho si hubiese estado allí.

Algo simple, probablemente. Algo como: ??Qué asco!?.

?Tendrías razón, Chuck —pensó Thomas—. El mundo es un asco?.

Tan sólo habían pasado unos días desde que había visto cómo apu?alaban a su amigo en el corazón; el pobre Chuck había muerto mientras Thomas le sostenía. Y ahora Thomas no podía evitar pensar que, aunque había sido horrible, quizá fuera lo mejor que podía haberle pasado. Quizá la muerte era mejor que lo que les esperaba. Su mente se desvió al tatuaje de su cuello…

—Tío, ?cuánto se tarda en plantar un pino?

Era Minho.

Thomas alzó la vista para verle de pie en la puerta del ba?o.

—No soporto estar ahí fuera. Todos hablan entre sí como un pu?ado de bebés. Que digan lo que quieran, ya sabemos lo que vamos a hacer.

Minho se acercó a él y apoyó el hombro en la pared.

—?La alegría de la huerta! Mira, macho, esos pingajos de ahí fuera son tan valientes como tú. Hasta el último de nosotros cruzará eso… como quiera que se llame… ma?ana por la ma?ana. ?A quién le importa si quieren desga?itarse cotorreando?

Thomas puso los ojos en blanco.

—Nunca he dicho ni jota sobre que yo sea más valiente que nadie. Tan sólo estoy harto de oír las voces de la gente. La tuya incluida.

Minho se rió por lo bajo.

—Gilipullo, cuando tratas de ser malo, eres la monda.

—Gracias —Thomas hizo una pausa—. Trans Plano.

—?Eh?

—Así es como llamó el pingajo del traje blanco a la cosa que tenemos que atravesar. Un Trans Plano.

—Ah, sí. Debe de ser algún tipo de entrada.

Thomas le miró.

—En eso estaba pensando. Es algo como el Precipicio. Es plano y te transporta a otro sitio. Trans Plano.

—Eres un fuco genio.

Entonces entró Newt.

—?Qué hacéis vosotros dos aquí escondidos?

Minho extendió el brazo y pegó a Thomas en el hombro.

—No nos estamos escondiendo. Thomas se está quejando de su vida y deseando volver con su mamá.

—Tommy —dijo Newt, que no parecía verle la gracia—, pasaste por el Cambio y recuperaste parte de la memoria. ?Cuánto de todo esto recuerdas?

Thomas había estado mucho tiempo pensando en eso. Mucho de lo que había recuperado después de que el lacerador le picara no estaba muy claro.

—No sé. No puedo imaginarme el mundo real del exterior o cómo era estar con la gente a la que ayudé a dise?ar el Laberinto. La mayoría se ha desvanecido o ya no está. He tenido un par de sue?os extra?os, pero nada sirve de ayuda.

Entonces entraron en una discusión sobre algunas cosas de las que habían oído hablar al extra?o visitante. Sobre las erupciones solares, la enfermedad y lo diferente que podría haber sido todo si hubieran sabido que les estaban sometiendo a una prueba o que estaban experimentando con ellos. Había muchas cosas sin respuesta, todas rociadas de un miedo no expresado por el virus con el que supuestamente les habían contagiado. Al final terminaron callándose.

—Bueno, tenemos cosas que averiguar —resumió Newt—. Y yo necesito ayuda para asegurarme de que la maldita comida no se acabe antes de que nos marchemos ma?ana. Algo me dice que vamos a necesitarla.

Thomas ni siquiera había pensado en eso.

—Tienes razón. ?La gente aún está atragantándose ahí fuera?

Newt negó con la cabeza.

—No, Fritanga se ha hecho cargo. Para ese pingajo la comida es sagrada. Creo que se ha alegrado de volver a tener algo en lo que es el jefe. Pero me da miedo que se pongan muy nerviosos e intenten comer de todas formas.