Las pruebas (The Maze Runner #2)

Siguieron caminando. El túnel se extendía hacia delante sin girar a la izquierda o a la derecha. La mano de Thomas apoyada en la pared y el suelo bajo sus pies eran las únicas cosas que le mantenían atado a la realidad o le daban sentido de movimiento. De otro modo, se habría sentido como si estuviera flotando por un espacio vacío, sin hacer el menor avance.

Los únicos sonidos eran los chirridos de los zapatos sobre el duro suelo de hormigón y los esporádicos murmullos de los clarianos. Thomas sentía cada latido de su corazón mientras marchaban por el interminable túnel de oscuridad. No podía evitar acordarse de la Caja, el cubo sin luz de aire viciado que le había llevado hasta el Claro; era un poco como aquello. Al menos ahora tenía una parte de memoria sólida, tenía amigos y sabía quiénes eran. Al menos ahora entendía lo que estaba en juego: necesitaban una cura y probablemente pasarían por cosas horribles para conseguirla.

Un repentino estallido de intensos murmullos inundó el túnel; parecía venir de arriba. Thomas se paró en seco. No había sido ninguno de los clarianos, de eso estaba seguro.

Desde delante, Minho le gritó al resto que se detuvieran y luego dijo:

—Tíos, ?habéis oído eso?

Cuando varios clarianos murmuraron que sí y empezaron a hacer preguntas, Thomas inclinó el oído hacia el techo y se esforzó por oír algo más allá de esas voces. Los susurros fueron tan sólo un instante, unas breves palabras que habían sonado como si vinieran de un hombre muy viejo y enfermo. Pero el mensaje había sido totalmente indescifrable.

Minho mandó callar de nuevo a todos y les ordenó que escucharan.

Aunque estaba a oscuras y, por lo tanto, no tenía sentido, Thomas cerró los ojos para concentrarse en su sentido del oído. Si volvía la voz, quería captar lo que decía.

Pasó menos de un minuto antes de que la misma voz anciana susurrara de nuevo con aspereza y resonara por el aire como si unos enormes altavoces estuvieran instalados en el techo. Thomas oyó a varios chicos dar un grito ahogado como si esta vez lo hubieran entendido y estuvieran impresionados por lo que habían oído; pero él seguía sin ser capaz de aislar ni tan siquiera una o dos palabras. Volvió a abrir los ojos, aunque nada cambió ante él. Completa oscuridad. Todo negro.

—?Alguien ha entendido lo que ha dicho? —dijo Newt.

—Un par de palabras —respondió Winston—. Sonaba como ?volved? justo a la mitad.

—Sí —asintió alguien.

Thomas pensó en lo que había oído y, en retrospectiva, sí parecía como si esa palabra hubiera estado allí, en algún sitio. ?Volved?.

—Que todo el mundo se calle y escuche con atención esta vez —ordenó Minho, y el oscuro pasillo quedó en silencio.

La próxima vez que se oyó la voz, Thomas entendió cada una de las sílabas:

—Es vuestra única oportunidad. Volved ahora y no os cortarán en rodajas.

A juzgar por las reacciones frente a él, esta vez todos lo habían oído.

—??No os cortarán en rodajas??

—?Qué se supone que significa eso?

—?Ha dicho que podemos volver!

—No podemos fiarnos de un pingajo al azar que suspira en la oscuridad.

Thomas intentó no pensar en lo mal que sonaban aquellas últimas palabras. ?No os cortarán en rodajas?. Sonaba fatal. Y el hecho de no poder ver nada era aún peor. Se estaba poniendo muy nervioso.

—?Seguid caminando! —le gritó a Minho—. No voy a poder aguantar mucho más. ?Seguid adelante!

—Espera un momento —dijo Fritanga—. La voz ha dicho que esta sería nuestra única oportunidad. Al menos tenemos que pensarlo.

—Sí —a?adió alguien—, quizá deberíamos volver.

Thomas negó con la cabeza aunque sabía que nadie podía verle.

—Ni hablar. Recordad lo que nos dijo el tipo del escritorio, que todos tendríamos una muerte horrible si regresábamos.

Fritanga insistió:

—Bueno, ?y acaso es eso peor que lo que susurra este tío? ?A quién se supone que tenemos que escuchar y a quién tenemos que ignorar?

Thomas sabía que era una buena pregunta, pero volver no le parecía bien.

—Me juego lo que sea a que la voz no es más que una prueba. Tenemos que seguir adelante.

—Tiene razón —dijo Minho desde el frente de la fila—. Venga, vamos.

Apenas había dicho la última palabra cuando la voz susurrante sonó por el aire de nuevo, esta vez marcada con un odio casi infantil:

—Estáis todos muertos. Os van a cortar a todos en rodajas. Muertos y en rodajas. A Thomas se le erizó todo el pelo de la nuca y un escalofrío le recorrió la espalda. Esperaba que los chicos insistieran en que tenían que regresar, pero, una vez más, los clarianos le sorprendieron.

Nadie dijo nada y no tardaron en continuar avanzando. Minho había tenido razón al decir que habían eliminado a todos los pusilánimes.

Se adentraron más en la oscuridad. El aire se calentó un poco y pareció estar más cargado de polvo. Thomas tosió varias veces; se moría por echar un trago, pero no quería arriesgarse a desatar la bolsa de agua sin poder verla. Era lo que le faltaba, verterla toda al suelo.

Adelante.

Más caliente.

Sediento.

Oscuridad.