Las pruebas (The Maze Runner #2)

No se molestó en acabar la frase, pues aquellas pocas palabras habían minado su fuerza.

—Cómetela —dijo Minho, y a continuación se oyó un húmedo crujido.

Thomas levantó la vista para ver a su amigo masticando su propia manzana. Entonces, sacando los restos que le quedaban de energía de algún sitio muy profundo en su interior, se incorporó apoyado sobre un codo y cogió la fruta que había encima de la cama. Se la llevó a la boca y le dio un peque?o mordisco. El estallido de sabor y zumo fue algo maravilloso.

Con un gemido, atacó el resto y ya se había comido hasta el peque?o corazón antes de que Minho hubiera siquiera acabado la suya, a pesar de la ventaja que le llevaba.

—Córtate un poco y cálmate —dijo Minho—. Sigue comiendo así y lo vomitarás todo. Aquí tienes otra. Intenta tragar más despacio esta vez.

Le pasó una segunda manzana a Thomas, quien la aceptó sin dar las gracias y le dio un gran mordisco. Mientras masticaba, tragando antes de meterse otro trozo en la boca, se dio cuenta de que notaba cómo los primeros trazos de energía recorrían su cuerpo.

—?Qué bien! —masculló—. Esto está fucamente bien.

—Aún pareces un idiota cuando usas las palabras clarianas —dijo Minho antes de darle otro mordisco a la manzana.

Thomas lo ignoró.

—?De dónde ha salido esto?

Minho vaciló mientras masticaba; luego reanudó la conversación:

—Las encontramos en la zona común. Junto con… otra cosa. Los pingajos que lo encontraron afirman que unos minutos antes acababan de mirar y no había nada; pero, sea como sea, no me importa.

Thomas bajó las piernas de la cama y se sentó.

—?Qué más han encontrado?

Minho dio un mordisco y luego se?aló hacia la puerta con la cabeza.

—Ve a verlo por ti mismo.

Thomas puso los ojos en blanco y se levantó despacio. Aquella lamentable debilidad seguía presente, era como si le hubieran absorbido la mayoría de sus entra?as y todo lo que le quedara fueran unos cuantos huesos y tendones para seguir derecho. Pero se mantuvo estable y, después de unos segundos, sintió que estaba mejor que la última vez que había recorrido el largo y anodino trayecto al cuarto de ba?o.

En cuanto creyó tener equilibrio, se acercó a la puerta y entró en la zona común. Tan sólo hacía tres días, la sala estaba llena de cadáveres. Ahora estaba llena clarianos cogiendo cosas de una gran pila de comida que parecía haber caído allí sin orden ni concierto. Fruta, verdura y paquetes peque?os.

Pero apenas se dio cuenta de aquello cuando algo extra?o que vio al otro lado de la sala atrajo su atención. Para estabilizarse, extendió los brazos hacia la pared que tenía detrás.

Habían colocado un gran escritorio de madera enfrente de la puerta del otro dormitorio. Detrás del escritorio, sentado en una silla y con los pies en alto, cruzados por los tobillos, se hallaba un hombre delgado con un traje blanco.

El hombre estaba leyendo un libro.





Capítulo 10


Thomas se quedó allí un minuto entero, mirando al hombre que leía sentado de manera informal en el escritorio. Era como si hubiera estado leyendo de esa manera y en aquel sitio todos los días de su vida. El pelo negro y fino lo llevaba peinado por encima de una cabeza calva y pálida; tenía una larga nariz, torcida ligeramente a la derecha; y unos furtivos ojos marrones seguían las líneas mientras leía. En cierto modo, aquel hombre parecía relajado y nervioso al mismo tiempo.

E iba vestido de blanco. Los pantalones, la camisa, la corbata. Los calcetines. Los zapatos. Todo era blanco.

??Qué demonios era aquello?!

Thomas miró a los clarianos que masticaban la fruta y un aperitivo que habían sacado de una bolsa, una mezcla de frutos secos y semillas. Hacían caso omiso al hombre del escritorio.

—?Quién es ese tío?

Thomas no se dirigió a nadie en particular.

Uno de los chicos alzó la vista y dejó de masticar por un segundo. Entonces terminó rápido su bocado y lo tragó.

—No nos contará nada. Dice que tenemos que esperar aquí hasta que esté preparado.

El chico se encogió de hombros como si no fuera importante y le dio otro mordisco a una naranja pelada.

Thomas volvió a centrar su atención en el desconocido. Aún estaba sentado allí, seguía leyendo. Pasó una página con un roce susurrante y continuó recorriendo con la mirada las palabras.

Perplejo, y a pesar de que el estómago le pedía más comida, Thomas no pudo evitar acercarse al hombre para investigar. De entre todas las cosas extra?as con las que podía toparse…

—Cuidado —le dijo uno de los clarianos, pero era demasiado tarde.