Las pruebas (The Maze Runner #2)

Sintió la misma impresión que los otros chicos. En conjunto, la habitación estaba más o menos como la habían dejado antes; pero había una diferencia monumental: en cada ventana, sin excepción, se había levantado una pared de ladrillos rojos, justo por detrás de los barrotes de hierro, que bloqueaba completamente el espacio abierto. La única luz de la habitación provenía de los paneles del techo.

—Aunque hubieran sido muy rápidos con los cadáveres —dijo Newt—, estoy segurísimo de que no tuvieron tiempo de construir estas malditas paredes de ladrillo. ?Qué está pasando aquí?

Thomas se quedó observando mientras Minho se acercaba a una de las ventanas y sacaba la mano entre los barrotes para empujar los ladrillos rojos.

—Es sólida —dijo, y le dio unas palmaditas.

—Ni siquiera parece recién hecha —murmuró Thomas, que se acercó a una para tocarla. Estaba dura y fría—. La argamasa está seca. Nos han enga?ado de alguna manera, eso es todo.

—?Nos han enga?ado? —preguntó Fritanga—. ?Cómo?

Thomas se encogió de hombros y volvió a su indiferencia. Seguía deseando desesperadamente poder hablar con Teresa.

—No lo sé. ?Te acuerdas del Precipicio? Saltamos al aire y atravesamos un agujero invisible. Quién sabe lo que puede hacer esta gente.

La siguiente media hora la pasaron aturdidos. Thomas deambulaba, como el resto, inspeccionando las paredes de ladrillos, buscando se?ales de alguna cosa más que hubiera cambiado. Encontró varias, cada una tan extra?a como la anterior. Todas las camas del dormitorio de los clarianos estaban hechas y no había ni rastro de la ropa sucia que llevaban antes de ponerse el pijama que les dieron la noche antes. Habían cambiado las cómodas de sitio, aunque la diferencia era sutil y algunos no estaban de acuerdo con que las hubieran movido. Fuera como fuera, todos los chicos tenían ahora ropa limpia, zapatos y un nuevo reloj digital.

Pero el cambio más grande de todos —descubierto por Minho— fue el cartel que había fuera de la habitación donde habían encontrado a Aris. En vez de poner ?Teresa Agnes. Grupo A, Sujeto A-l. La traidora?, ahora se leía:

Aris Jones. Grupo B, Sujeto B-l.

El compa?ero.

Todos le echaron un vistazo al nuevo letrero y se alejaron, pero Thomas se encontró delante, incapaz de apartar los ojos de él. Para Thomas fue como si la nueva etiqueta lo hiciera oficial: le habían quitado a Teresa y la habían sustituido por Aris. Nada tenía sentido y tampoco ya importaba. Volvió al dormitorio de los chicos, encontró el catre en el que se había acostado la otra noche —o al menos en el que creía haberse acostado— y se puso la almohada encima de la cabeza, como si aquel gesto hiciera que todos desaparecieran.

?Qué le había ocurrido a Teresa? ?Qué les había sucedido a ellos? ?Dónde estaban? ?Qué se suponía que tenían que hacer? Y los tatuajes…

Movió la cabeza a un lado, luego el cuerpo entero, apretó los ojos con fuerza, cruzó los brazos y encogió las piernas hasta tumbarse en posición fetal. Entonces, decidido a seguir intentándolo hasta oírla de nuevo, la llamó con sus pensamientos.

?Teresa?—una pausa—. ?Teresa?—una pausa más larga—. ?Teresa!—gritó mentalmente, y todo su cuerpo se tensó con el esfuerzo—. ?Teresa! ?Dónde estás??Por favor, contéstame!?Por qué no intentas ponerte en contacto conmigo? Ter…

?Sal de mi cabeza!

Las palabras explotaron en el interior de su mente con tanta intensidad y de forma tan extra?amente audible dentro de su cráneo que sintió una punzada de dolor detrás de los ojos y en los oídos. Se sentó en la cama y luego se puso de pie. Era ella. Estaba claro que era ella.

?Teresa? —apretó los dedos índice y corazón de ambas manos contra sus sienes—. ?Teresa?

?Quien quiera que seas, sal de mi fuca cabeza!

Thomas retrocedió a trompicones hasta que se sentó de nuevo en la cama. Tenía los ojos cerrados mientras se concentraba.

Teresa, ?qué estás diciendo? Soy yo. Thomas. ?Dónde estás?

?Cállate! —era ella, no tenía duda, pero su voz estaba llena de miedo y rabia—. ?Cállate! ?No sé quién eres! ?Déjame en paz!

Pero… —empezó a decir Thomas sin saber qué hacer—. Teresa, ?qué pasa?

La chica hizo una pausa antes de responder, como si estuviera aclarando sus ideas, y cuando por fin habló, Thomas percibió en ella una calma casi perturbadora:

Déjame en paz o te encontraré y te cortaré el cuello. Lo juro.

Y entonces se fue. A pesar de su amenaza, intentó llamarla otra vez, pero volvió el mismo vacío que había sentido desde aquella ma?ana y su presencia se desvaneció.

Thomas se recostó en la cama con algo horrible quemándole por dentro. Enseguida hundió de nuevo la cabeza en la almohada y lloró por primera vez desde que habían matado a Chuck. No obstante, las palabras del letrero al otro lado de la puerta, ?La traidora?, no paraban de volver a su mente y, cada vez que lo hacían, él las echaba.

Por increíble que parezca, nadie le molestó ni le preguntó qué le pasaba. Sus sollozos reprimidos se convirtieron en una esporádica respiración dificultosa y al final se quedó dormido. Una vez más, so?ó.