El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—?Por qué no, Tommy? Lo ha admitido ella misma.

Thomas se volvió hacia Teresa, pálido por la tristeza que reflejaban sus ojos azules. Era como si algo se le hubiera metido en el pecho y le oprimiera el corazón.

—Alégrate de no acompa?arla, Thomas —dijo Alby. Les lanzó una mirada asesina a los dos antes de marcharse. Thomas nunca había tenido tantas ganas de darle un pu?etazo a alguien.

Billy y Jackson avanzaron y cogieron a Teresa por ambos brazos para llevársela, aunque, antes de que cruzaran por entre los árboles, Newt les detuvo.

—Quedaos con ella. Pase lo que pase, nadie va a tocar a esta chica. Juradlo por vuestras vidas.

Los dos guardias asintieron y, después, se marcharon con Teresa a la zaga. A Thomas le dolió incluso más ver que ella no oponía resistencia. No podía creerse lo triste que se sentía; quería seguir hablando con ella.

?Pero la acabo de conocer —pensó—. Ni siquiera sé quién es?.

Sin embargo, él sabía que aquello no era cierto. Sentía que tenían una estrecha relación y eso sólo podía ser porque la conocía de antes de que le borraran la memoria al enviarlo al Claro.

Ven a verme —le dijo ella en su mente.

No sabía cómo hacerlo, cómo hablar con ella de ese modo. Pero lo intentó de todas formas:

Iré. Al menos, allí estarás a salvo.

No contestó.

?Teresa?

Nada.

Los siguientes treinta minutos fueron un estallido de confusión en masa.

Aunque no se había producido ningún cambio perceptible en la luz desde que el sol y el cielo azul no habían aparecido aquella ma?ana, era como si la oscuridad se extendiera por el Claro. Mientras Newt y Alby reunían a los guardianes para que asignaran las tareas y metieran a sus grupos en la Hacienda en una hora, Thomas no se sentía más que como un espectador, sin estar seguro de si podía ayudar.

A los constructores —sin su líder, Gally, que seguía perdido— les ordenaron que levantaran barricadas a ambos lados de cada puerta abierta; obedecieron, aunque Thomas sabía que no quedaba tiempo suficiente y no había materiales que sirvieran de mucho. Casi le parecía que los guardianes querían que la gente estuviera ocupada, que querían retrasar los inevitables ataques de pánico. Thomas ayudó a los constructores a reunir todas las cosas sueltas que pudieron encontrar para apilarlas en los espacios vacíos y las aseguraron tanto como fue posible para que no se cayeran. Tenían muy mala pinta y le parecían patéticas, además de darle un miedo de muerte, pues de ningún modo iban a impedir que los laceradores entraran.

Mientras Thomas trabajaba, alcanzó a ver el resto de actividades que tenían lugar en el Claro.

Juntaron todas las linternas que había y las repartieron entre todos los que pudieron; Newt dijo que habían previsto que todo el mundo durmiera en la Hacienda esa noche y que apagarían las luces, salvo en caso de emergencia. La tarea de Fritanga era sacar toda la comida no perecedera de la cocina y almacenarla en la Hacienda, en caso de que se quedaran allí atrapados. Thomas se imaginó lo horrible que sería aquello. Otros estaban recogiendo provisiones y herramientas. Thomas vio a Minho llevando armas del sótano al edificio principal. Alby había dejado claro que no podían arriesgarse: iban a convertir la Hacienda en su fortaleza y debían hacer lo que fuese necesario para defenderla.

Al final, Thomas se escabulló de los constructores y ayudó a Minho a llevar unas cajas de cuchillos y unos palos envueltos en alambre de espino. Entonces Minho dijo que Newt le había mandado hacer algo especial; más o menos, le ordenó a Thomas que se perdiera y se negó a contestar a ninguna de sus preguntas.

Aquello hirió los sentimientos de Thomas, pero se marchó de todos modos, pues quería hablar con Newt sobre otra cosa. Finalmente, le encontró mientras cruzaba el Claro hacia la Casa de la Sangre.

—?Newt! —le llamó, corriendo para alcanzarle—. Tienes que escucharme.

Newt se paró tan de pronto que Thomas casi chocó con él. El chico mayor se volvió y le miró con tal desdén que se lo pensó dos veces antes de decir nada.

—Rapidito —dijo Newt.

Thomas casi enmudeció, pues no estaba seguro de cómo decir lo que estaba pensando.

—Tienes que soltar a la chica. Teresa —sabía que ella sólo iba a ayudar y que aún podía recordar algo valioso.

—Ah, me alegra saber que ahora sois colegas —Newt empezó a caminar—. No me hagas perder el tiempo, Tommy.

Thomas le agarró del brazo.

—?Escúchame! Hay algo en ella… Creo que nos enviaron para ayudar a terminar con todo esto.

—Sí, ?ayudar a que entren los laceradores y nos maten a todos? He oído planes malísimos, verducho, pero este se lleva la palma.

Thomas resopló para que Newt viera lo frustrado que sentía.

—No, no creo que el hecho de que los muros estén abiertos sea para eso.

Newt se cruzó de brazos; parecía exasperado.