—?No puedes hablar en serio! —exclamó Newt—. ?No puedes salir ahora!
—Voy a ir y punto —Alby cogió las llaves de su bolsillo y las sacudió con sorna. Thomas no podía creerse aquel valor repentino—. Nos vemos por la ma?ana, pingajos. Y se marchó.
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Era raro saber que avanzaba la noche, que la oscuridad tenía que haberse tragado el mundo que les rodeaba, pero afuera tan sólo se veía una pálida luz gris. Thomas se sentía raro, como si las ganas de dormir, que aumentaban sin cesar conforme pasaban los minutos, de algún modo no fuesen naturales.
Los demás clarianos se instalaron y se acostaron con sus mantas y sus almohadas para lograr la imposible tarea de dormir. Nadie hablaba mucho; los ánimos estaban apagados, por los suelos. Lo único que se oía eran pies arrastrándose y susurros.
Thomas intentó con todas sus fuerzas ponerse a dormir, pues así pasaría el tiempo más rápido, pero al cabo de dos horas seguía sin tener suerte. Estaba tumbado en el suelo de una de las habitaciones del primer piso, sobre una manta gruesa, metido allí dentro con varios clarianos, casi pegados cuerpo a cuerpo. La cama se la había quedado Newt.
Chuck había acabado en otra habitación y, por algún motivo, Thomas se lo imaginaba acurrucado en un rincón oscuro, llorando, apretando las mantas contra su pecho como si fueran un oso de peluche. Aquella imagen entristeció tanto al muchacho que intentó reemplazarla, pero fue en vano.
Casi todos tenían una linterna a su lado en caso de emergencia. Por otro lado, Newt había ordenado que apagaran todas las luces, a pesar del resplandor pálido y mortecino de su nuevo cielo; no tenía sentido atraer más atención de la necesaria. Todo lo que se podía preparar con tan poco tiempo contra el ataque de los laceradores se había hecho: se habían cerrado las ventanas con tablas, se habían colocado los muebles delante de las puertas, se habían repartido cuchillos para usarlos como armas…
Pero nada de aquello hacía que Thomas se sintiera a salvo. El hecho de saber lo que podía ocurrir era agobiante, un manto asfixiante de miedo y sufrimiento que empezaba a cobrar vida. Casi deseaba que aquellos cabrones llegaran y acabaran con todo. La espera era insoportable. Los gemidos distantes de los laceradores se iban acercando a medida que la noche avanzaba, y cada minuto parecía durar más que el anterior.
Pasó otra hora. Y otra. Al final, le llegó el sue?o, pero en condiciones lamentables. Thomas supuso que eran las dos de la madrugada cuando se dio la vuelta para ponerse bocabajo por millonésima vez aquella noche. Colocó las manos bajo la barbilla y se quedó mirando los pies de la cama, casi una sombra bajo aquella luz tenue.
Entonces, todo cambió.
Una avalancha de maquinaria motorizada se oyó en el exterior, seguida de los familiares chasquidos de los laceradores rodando sobre el suelo de piedra, como si alguien hubiera esparcido un pu?ado de clavos. Thomas se puso de pie enseguida, como casi todos los demás.
Pero Newt se levantó antes que nadie y empezó a hacer se?as con los brazos; luego, silenció a la habitación poniéndose un dedo en los labios. Sin forzar la pierna mala, caminó de puntillas hasta la ventana, que estaba tapada con tres tablones clavados a toda prisa. Los espacios entre ellos permitían asomarse para ver lo que ocurría fuera. Con cuidado, Newt echó un vistazo y Thomas se acercó hasta allí para hacer lo mismo.
Se agachó junto a Newt, apoyado en el tablón de madera más bajo, colocando el ojo en la rendija. Era aterrador estar tan cerca de la pared. Pero lo único que vio fue el Claro. No había bastante sitio para mirar arriba, abajo o a los lados; sólo al frente. Al cabo de un minuto, más o menos, se dio por vencido y volvió a sentarse con la espalda apoyada en la pared. Newt también se apartó de la ventana y se sentó en la cama.
Pasaron unos cuantos minutos más; varios sonidos de los laceradores penetraban las paredes cada diez o veinte segundos. El ruido de los motores venía seguido de un chirrido del metal girando. El chasquido de los pinchos contra la dura piedra. Cosas rompiéndose, abriéndose y partiéndose. Cada vez que oía algo, Thomas se encogía lleno de miedo. Sonaba como si fuera hubiese tres o cuatro. Por lo menos.
Oía cómo los retorcidos animales-máquina se acercaban todavía más y esperaban en los bloques de piedra que tenían debajo. No había más que zumbidos y traqueteos metálicos.
El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)
James Dashner's books
- The Eye of Minds
- The Kill Order (The Maze Runner 0.5)
- Virus Letal
- The Maze Runner Files (Maze Runner Trilogy)
- Rising Fears
- The Hunt for Dark Infinity (The 13th Reality #2)
- The Blade of Shattered Hope (The 13th Reality #3)
- The Void of Mist and Thunder (The 13th Reality #4)
- The Rule of Thoughts (The Mortality Doctrine #2)
- The Journal of Curious Letters (The 13th Reality, #1)