El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Ella se quedó pensando un segundo.

—?Qué raro! Me imagino que recuerdo algunas cosas. A menos que haya oído hablar a la gente mientras estaba en coma.

—Bueno, supongo que ahora mismo no tiene importancia. Sólo quería verte antes de pasar la noche dentro.

Pero no se quería marchar, casi deseaba meterse en el Trullo con ella. Sonrió para sus adentros; se imaginaba lo que diría Newt ante aquella petición.

—?Tom? —dijo Teresa.

Thomas se dio cuenta de que estaba en las nubes.

—Ah, perdona. ?Sí?

Ella retiró las manos hacia dentro y estas desaparecieron. Lo único que podía ver eran sus ojos y el brillo pálido de su piel blanca.

—No sé si podré pasar la noche encerrada en esta cárcel.

Thomas sintió una tristeza increíble. Quería robar las llaves de Newt y ayudarla a escapar. Pero sabía que era una tontería. Tendría que sufrir y apa?árselas. Se quedó con la vista clavada en aquellos ojos brillantes.

—Al menos, no estarás totalmente a oscuras. Por lo visto, ahora estamos atrapados en esta especie de crepúsculo las veinticuatro horas del día.

—Sí… —miró detrás de él, hacia la Hacienda, y luego volvió a centrarse en Thomas—. Soy una chica fuerte, estaré bien.

El chico se sintió fatal por tener que dejarla allí, pero sabía que no le quedaba otra opción.

—Me aseguraré de que lo primero que hagan ma?ana sea sacarte de aquí, ?vale?

Ella sonrió para hacerle sentir mejor.

—?Me lo prometes?

—Prometido —Thomas se dio unos golpecitos en la sien derecha—. Y si te sientes sola, puedes hablarme con tu… truco todo lo que quieras. Intentaré responderte.

Ya lo había aceptado y casi quería que lo hiciera. Sólo esperaba saber cómo contestarle para poder mantener una conversación.

No tardarás en conseguirlo —le aseguró Teresa en su mente.

—Ojalá.

Se quedó allí, sin ningunas ganas de marcharse. En absoluto.

—Será mejor que te vayas —dijo la muchacha—. No quiero que te maten brutalmente por mi culpa.

Thomas se las arregló para sonreír al oír sus palabras.

—Muy bien. Hasta ma?ana.

Y, antes de que pudiera cambiar de opinión, se escabulló por una esquina hacia la puerta principal de la Hacienda, justo cuando el último par de clarianos entraba y Newt los empujaba como si fuesen gallinas descarriadas. Thomas también entró, seguido de Newt, que cerró la puerta detrás de él.

Justo antes de que pasara el pestillo, Thomas creyó oír el primer gemido estremecedor de los laceradores, que venían de algún sitio del interior del Laberinto.

La noche había empezado.





Capítulo 38


Normalmente, la mayoría dormía fuera, así que meter todos aquellos cuerpos en la Hacienda hizo que todos estuvieran muy apretados. Los guardianes habían organizado y distribuido a los clarianos por las habitaciones, con mantas y almohadas. A pesar del número de personas y del caos que suponía aquel cambio, un silencio inquietante acompa?aba las actividades, como si nadie quisiera llamar la atención.

Para cuando todos estuvieron instalados, Thomas ya se encontraba arriba con Newt, Alby y Minho, y por fin pudieron terminar la discusión que habían empezado antes en el patio. Alby y Newt estaban sentados en la única cama de la habitación. Thomas y Minho se sentaron junto a ellos en unas sillas. Los otros muebles eran un tocador de madera inclinado y una mesa peque?a sobre la que había una lámpara que les daba toda la luz que tenían. La oscuridad gris parecía presionar en la ventana desde fuera, con promesas de que algo malo iba a llegar.

—Es lo más cerca que he estado de tirar la toalla —estaba diciendo Newt—, de mandarlo todo a la clonc y darle a un lacerador un beso de buenas noches. Nos quitan las provisiones, el maldito cielo se vuelve gris y los muros no se cierran. Pero no podemos rendirnos, y todos lo sabemos. Los cabrones que nos enviaron aquí o nos quieren ver muertos o nos están dando un empujón. Sea una cosa u otra, tenemos que ponernos a currar hasta que estemos muertos o no.

Thomas asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Estaba totalmente de acuerdo, pero no tenía ninguna idea concreta sobre qué hacer. Si sobrevivían a aquella noche, quizá Teresa y él pudieran pensar en algo para ayudar.

Thomas miró a Alby, que tenía la vista clavada en el suelo, al parecer perdido en sus propios pensamientos sombríos. Su rostro aún reflejaba un cansado aspecto de depresión, con los ojos hundidos y vacíos. El Cambio hacía honor a su nombre, teniendo en cuenta lo que le había hecho.

—?Alby? —le llamó Newt—. ?Vas a arrimar el hombro?

Alby levantó la vista y la sorpresa le atravesó el rostro como si no hubiera advertido que había alguien más en la habitación.