El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

A Thomas se le secó la boca. Los había visto cara a cara, se acordaba de todo demasiado bien; tuvo que recordarse respirar. Los demás en la habitación estaban callados; nadie hacía ningún ruido. El miedo parecía flotar en el aire como una tormenta de nieve negra.

Uno de los laceradores sonó como si estuviera moviéndose hacia la casa. Entonces, de repente, el chasquido de sus pinchos contra la piedra se convirtió en un sonido más profundo y apagado. Thomas se lo imaginó: los pinchos de la criatura hundiéndose en los laterales de madera de la Hacienda, aquel bicho enorme rodando su cuerpo, subiendo a la habitación, desafiando la gravedad con su fuerza. Thomas oyó cómo los pinchos de los laceradores hacían a?icos la madera que se ponía en su camino mientras se desenganchaban y rotaban para agarrarse de nuevo. Todo el edificio tembló.

Los crujidos y chasquidos de la madera se convirtieron en los únicos ruidos del mundo para Thomas, que estaba aterrado. Cada vez eran más fuertes y estaban más cerca. El resto de chicos se hallaba al otro lado de la habitación, lo más apartado posible de la ventana. Thomas terminó por hacer lo mismo con Newt a su lado. Todos se acurrucaron en la pared más lejana, con la vista clavada en la ventana.

Justo cuando ya no aguantaban más, justo cuando Thomas advirtió que el lacerador estaba al otro lado de la ventana, todo quedó en silencio. Thomas casi oía los latidos de su propio corazón.

Unas luces parpadearon en el exterior y proyectaron unos rayos extra?os a través de las rendijas de las tablas de madera. Entonces, una fina sombra interrumpió la luz y se movió adelante y atrás. Thomas supo que las sondas y las armas del lacerador habían salido en busca de un festín. Se imaginó las cuchillas escarabajo ahí fuera, ayudando a las criaturas a encontrar su camino. Unos minutos más tarde, la sombra se detuvo; la luz se quedó quieta, proyectando tres planos inmóviles de brillo en la habitación.

Había una gran tensión en el ambiente. Thomas no oía a nadie respirar. Pensó que en las otras habitaciones de la Hacienda debía de estar produciéndose la misma situación. Luego se acordó de que Teresa se encontraba en el Trullo.

Estaba deseando que ella le dijera algo cuando la puerta que daba al pasillo se abrió de golpe. Unos gritos de sorpresa inundaron la habitación. Los clarianos esperaban que entrara algo por la ventana, no detrás de ellos. Thomas se dio la vuelta para ver quién había abierto la puerta, esperando que fuera Chuck, aterrorizado, o, quizás, Alby, que hubiese recapacitado. Pero, al ver quién estaba allí, el cráneo pareció contraérsele y estrujarle el cerebro por la impresión.

Era Gally.





Capítulo 39


Los ojos de Gally ardían de locura. Tenía la ropa hecha jirones y estaba sucio. Se dejó caer de rodillas y permaneció allí, con el pecho sacudiéndosele por la agitada respiración. Echó un vistazo a la habitación como un perro rabioso que busca a quién morder. Nadie pronunció palabra. Era como si todos creyeran, al igual que Thomas, que Gally sólo era producto de su imaginación.

—?Os matarán! —gritó Gally, con babas volando por todos sitios—. ?Los laceradores os matarán a todos, uno cada noche hasta que se haya acabado!

Thomas observó estupefacto cómo Gally se ponía de pie tambaleándose y avanzaba, arrastrando la pierna derecha con una fuerte cojera. Nadie en la habitación movió un músculo mientras le miraban, sin duda demasiado atónitos para hacer nada. Hasta Newt estaba boquiabierto. Thomas tenía casi más miedo de la visita sorpresa que de los laceradores al otro lado de la ventana.

Gally se detuvo a unos pasos frente a Thomas y Newt, y se?aló a Thomas con un dedo lleno de sangre.

—Tú —espetó con un aire despectivo tan acusado que pasó por completo de cómico a perturbador—, ?es todo culpa tuya!

Sin previo aviso, apretó la mano izquierda hasta convertirla en un pu?o para intentar pegar a Thomas y le dio en la oreja. El muchacho gritó y se cayó, más por la sorpresa que por el da?o. Se puso de pie como pudo en cuanto tocó el suelo.

Finalmente, Newt salió de su aturdimiento y empujó a Gally, que retrocedió a trompicones hasta caer encima del escritorio que había junto a la ventana. La lámpara se volcó y cayó al suelo, donde se rompió en mil pedazos. Thomas supuso que Gally contraatacaría, pero se irguió y miró a todos con sus ojos de loco.

—No puede resolverse —dijo con una voz calmada y distante que daba miedo—. El fuco Laberinto os matará a todos, pingajos… Os matarán los laceradores…, uno cada noche hasta que se acabe… Yo… Es mejor así… —bajó la vista al suelo—. Sólo matarán a uno por noche… Sus estúpidas Variables…

Thomas escuchó sobrecogido, intentando contener su miedo para poder memorizar todo lo que decía el chico desquiciado. Newt dio un paso adelante.

—Gally, cierra el maldito pico. Hay un lacerador al otro lado de la ventana. Siéntate y cállate; tal vez se marche.

Gally alzó la vista con los ojos entrecerrados.