El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Minho cogió una piedra de la pila.

—Sí. Vale, turnémonos para tirarlas en zigzag. Si hay alguna clase de salida mágica, espero que también funcione con las piedras, que las haga desaparecer.

Thomas cogió una piedra y, con cuidado, la lanzó hacia su izquierda, justo enfrente de donde la pared izquierda del pasillo que daba al Precipicio se encontraba con el borde. El trozo de roca irregular cayó. Y cayó. Luego desapareció en el vacío gris.

Minho iba a continuación. Tiró su piedra medio metro más lejos que Thomas. También cayó hacia abajo. Thomas tiró otra, un poco más allá. Después, Minho. Todas las piedras caían a las profundidades. Thomas siguió las órdenes de Minho; continuaron hasta que marcaron una línea que se separaba al menos tres metros del Precipicio y, luego, cambiaba su objetivo a medio metro a la derecha y empezaba a acercarse al Laberinto.

Todas las piedras caían. Una línea hacia fuera, otra línea hacia dentro. Todas las piedras caían. Tiraron piedras suficientes para tapar todo el lado izquierdo que se extendía frente a ellos, cubriendo así la distancia que cualquier persona —o cualquier cosa— podría saltar. Conforme lanzaba las piedras, Thomas se desanimaba cada vez más, hasta que empezó a verlo como una gran tontería. No podía evitar reprenderse; había sido una idea estúpida.

Entonces, la siguiente piedra que arrojó Minho desapareció. Fue la cosa más extra?a y difícil de creer que Thomas había visto en su vida.

Minho había tirado un trozo grande de roca que se había caído de una grieta en la pared. Thomas había observado, muy concentrado, cómo caían todas las piedras. Esta abandonó la mano de Minho, salió hacia delante, casi en la misma línea central del Precipicio, y empezó su descenso hacia el suelo invisible de allí abajo. Pero, entonces, desapareció, como si hubiese caído en una superficie de agua o en la niebla.

Estaba allí, cayendo, y, al segundo siguiente, había desaparecido. Thomas se quedó sin habla.

—Antes habíamos tirado cosas al Precipicio —dijo Minho—. ?Cómo no se nos había ocurrido esto? Nunca había visto que desapareciera nada. Nunca.

Thomas tosió; notaba la garganta irritada.

—Repítelo. Quizás hemos parpadeado o algo así.

Minho le obedeció y tiró otra piedra al mismo sitio. Una vez más, se desvaneció.

—A lo mejor no os fijasteis bien las otras veces que tirasteis cosas —sugirió Thomas—. Bueno, debería ser imposible. A veces no nos fijamos en las cosas que no creemos que pasen o que puedan llegar a pasar.

Lanzaron el resto de piedras, apuntando al lugar inicial y a varios centímetros alrededor. Para sorpresa de Thomas, el sitio por el que las piedras desaparecían resultó medir sólo un par de metros cuadrados.

—No me extra?a que no nos diéramos cuenta —dijo Minho al tiempo que anotaba dimensiones frenéticamente, esforzándose por hacer un diagrama—. Es bastante peque?o.

—Los laceradores apenas deben de caber por ese espacio —Thomas seguía con los ojos clavados en la zona del cuadrado invisible flotante, intentando grabar en su memoria la distancia y la ubicación, recordar dónde estaba exactamente—. Y, cuando salen, tienen que mantener el equilibrio antes de atravesar el agujero y saltar en el espacio vacío hacia el borde del Precipicio. No está tan lejos. Si pudiera saltar… Estoy seguro de que para ellos es fácil.

Minho terminó de dibujar y, después, alzó la vista hacia aquel lugar concreto.

—?Cómo es esto posible, tío? ?Qué estamos mirando?

—Como has dicho, no es magia. Debe de ser algo como que el cielo se haya vuelto gris. Algún tipo de ilusión óptica u holograma que esconde una entrada. En este sitio pasa algo raro.

Y Thomas admitió para sus adentros que también era muy guay. Su mente se moría por saber qué tipo de tecnología podía haber detrás de todo aquello.

—Sí, pasa algo raro. Vamos —Minho se levantó con un resoplido y se puso la mochila—. Será mejor que corramos lo más rápido posible por el Laberinto. Con la nueva decoración del cielo, quizás hayan pasado más cosas extra?as ahí fuera. Se lo contaremos a Newt y a Alby esta noche. No sé si servirá de ayuda, pero al menos ahora sabemos adonde van los fucos laceradores.

—Y seguramente de dónde vienen —dijo Thomas al tiempo que le echaba un último vistazo a la entrada oculta—. El Agujero de los Laceradores.

—Sí, un nombre tan bueno como cualquier otro. Vamos.

Thomas se quedó con la vista fija mientras esperaba a que Minho se moviera. Pasaron varios minutos en silencio y Thomas se dio cuenta de que su amigo debía de estar tan fascinado como él. Finalmente, sin decir ni una palabra, Minho se dio la vuelta para marchase. Thomas le siguió a su pesar y corrieron para adentrarse en el Laberinto gris oscuro.



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