El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Shhh —susurró Minho—. Hay un pu?etero lacerador ahí delante.

Thomas abrió los ojos de un modo inquisitivo y notó que el corazón se le aceleraba, aunque antes ya latía rápido y a un ritmo constante. Minho se limitó a asentir y, después, se llevó el dedo índice a los labios. Soltó la camiseta de Thomas, retrocedió un paso y, luego, avanzó sigilosamente hasta una esquina desde la que podía ver el lacerador. Muy despacio, se inclinó hacia delante para echar un vistazo. Thomas quiso gritar que tuviera cuidado. Minho volvió la cabeza para mirarle.

—Está ahí sentado —su voz aún era un susurro—. Casi como el que vimos muerto.

—?Qué hacemos? —preguntó Thomas tan bajo como pudo, intentando ignorar el pánico que aumentaba en su interior—. ?Viene hacia nosotros?

—No, tonto. Ya te he dicho que está ahí sentado.

—?Y bien? —Thomas levantó las manos a los lados, lleno de frustración—. ?Qué hacemos? —estar tan cerca del lacerador le parecía muy mala idea.

Minho se quedó callado unos segundos al tiempo que pensaba antes de hablar.

—Tenemos que ir por ahí para llegar a nuestra sección. Nos quedaremos observando un rato. Si viene detrás de nosotros, correremos de vuelta al Claro —se volvió a asomar y, entonces, rápido, miró por encima de su hombro—. ?Mierda, se ha ido! ?Vamos!

Minho no esperó una respuesta ni vio la expresión de horror que cruzó la cara de Thomas. Echó a correr hacia donde había visto el lacerador. Aunque sus instintos le decían que no lo hiciera, Thomas le siguió.

Corrió a toda velocidad por el largo pasillo detrás de Minho, giró a la derecha y, después, a la izquierda. En cada giro aminoraban la marcha para que el guardián pudiera asomarse antes por la esquina y susurrarle a Thomas que había visto la parte de atrás del bicho desapareciendo por el siguiente giro. Continuaron haciendo lo mismo durante diez minutos más hasta que llegaron al largo pasillo que acababa en el Precipicio, donde más allá no había nada, salvo el cielo sin vida. El lacerador se dirigía hacia el cielo.

Minho se detuvo tan de golpe que Thomas casi se lo llevó por delante. Entonces, Thomas se quedó helado al ver que el lacerador hundía los pinchos y rodaba hacia el borde del Precipicio hasta caer en el abismo gris. La criatura desapareció de la vista. Las sombras se habían tragado una sombra.





Capítulo 35


—Esto lo deja muy claro —dijo Minho.

Thomas se colocó junto a él en el borde del Precipicio, con la vista clavada en la nada gris. No había ni rastro del lacerador, ni a izquierda, ni a derecha, ni arriba, ni abajo, ni delante, hasta donde se podía ver. No había nada más que una pared de vacío.

—?Qué es lo que está claro? —preguntó Thomas.

—Ya lo hemos visto tres veces. Algo pasa.

—Sí —Thomas sabía a lo que se refería, pero esperó de todos modos su explicación.

—El lacerador muerto que encontramos corrió en esta dirección y nunca llegamos a verlo regresar o adentrarse en el Laberinto. Luego vinieron esos cabrones a los que enga?amos para que saltaran al Precipicio.

—?Les enga?amos? —dijo Thomas—. A lo mejor no fue exactamente eso.

Minho le miró, pensativo.

—Hmmm. Bueno, luego ha pasado esto —se?aló el abismo—. Ya no me queda duda. De algún modo, los laceradores pueden abandonar el Laberinto por aquí. Parece magia, pero también lo es que el sol desaparezca.

—Si pueden irse por aquí —a?adió Thomas, continuando la línea de razonamiento de Minho—, nosotros también.

Un escalofrío de emoción le recorrió el cuerpo. Minho se rió.

—Ya vuelves a desear la muerte. ?Qué quieres, salir por ahí con los laceradores y comeros juntos un bocadillo?

Thomas notó que se le bajaban los ánimos.

—?Tienes una idea mejor?

—Cada cosa a su tiempo, verducho. Cojamos unas piedras para examinar este sitio. Tiene que haber alguna salida secreta.

Thomas ayudó a Minho a buscar por los rincones del Laberinto, recogiendo todas las piedras sueltas posibles. Consiguieron más pasando el dedo por las grietas de la pared hasta que caían al suelo. Cuando por fin obtuvieron una pila considerable, la llevaron hasta el borde y se sentaron con los pies colgando. Thomas bajó la vista y no vio nada más que un descenso gris.

Minho sacó su bloc y su lápiz y los dejó en el suelo junto a él.

—Muy bien, vamos a tomar notas. Y tú memorízalas también en esa fuca cabeza que tienes. Si hay algún tipo de ilusión óptica que esté ocultando la salida de este lugar, no quiero ser el único que la haya cagado cuando el primer pingajo salte al vacío.

—Ese pingajo debería ser el guardián de los corredores —dijo Thomas, intentando hacer un chiste para esconder su miedo. Estar en un sitio del que los laceradores podrían salir en cualquier momento le hacía sudar—. Te querrás sujetar a una bonita cuerda.