El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Minho continuó hablando:

—Aquí tienes una mochila, botellas de agua, una bolsa con el almuerzo, algunos pantalones cortos y camisetas, y otras cosas —le dio un empujoncito a Thomas y este levantó la cabeza. Minho le estaba dando un par de mudas apretadas, hechas de un material blanco brillante—. Estos son los gayumbos de los corredores. Te mantienen, ummm, bien cómodo.

—?Bien cómodo?

—Sí, ya sabes, cuando te…

—Vale, lo he pillado —Thomas cogió la ropa interior y las demás cosas—. Tenéis todo muy bien pensado, ?eh?

—Después de un par de a?os corriendo hasta romperte el culo cada día, acabas sabiendo lo que necesitas y lo pides —empezó a meter cosas en su propia mochila.

Thomas estaba sorprendido.

—?Se pueden pedir cosas? ?Lo que haga falta?

?Por qué les iba a ayudar tanto la gente que les había enviado allí?

—Pues claro que sí. Dejamos una nota en la Caja y ya está. Eso no significa que siempre recibamos lo que queremos de los creadores. A veces, sí y, a veces, no.

—?Alguna vez habéis pedido un mapa?

Minho se rió.

—Sí, lo probamos. También pedimos un televisor, pero no hubo suerte. Supongo que esos cara fuco no quieren que veamos lo maravillosa que es la vida cuando no vives en un puto laberinto.

Thomas dudó que la vida fuera tan estupenda en casa. ?Qué clase de mundo permitía que unos chavales vivieran así? Aquel pensamiento le dejó desconcertado, como si su origen fuera un recuerdo real, un hilo de luz en la oscuridad de su mente. Pero ya había desaparecido. Sacudió la cabeza y terminó de atarse las zapatillas; luego se levantó, trotó en círculos y saltó para probarlas.

—Están muy bien. Supongo que estoy listo.

Minho estaba todavía agachado sobre su mochila y levantó la vista para mirar a Thomas con cara de indignación.

—Pareces un idiota brincando por ahí como una fuca bailarina. Que tengas buena suerte ahí fuera sin desayuno, almuerzo ni armas.

Thomas ya había dejado de moverse cuando un escalofrío helado le recorrió el cuerpo.

—?Armas?

—Armas —Minho se puso de pie y volvió al armario—. Ven aquí, te lo ense?aré.

Thomas siguió a Minho hasta el peque?o cuarto y le observó sacar unas cajas de la pared del fondo. Debajo había una trampilla. Minho la levantó para revelar unas escaleras de madera que daban a la negrura.

—Las guardamos en el sótano para que los pingajos como Gally no puedan cogerlas. Vamos.

Minho bajó primero. La estructura crujía con cada pisada mientras descendían por aquella docena de escalones. El aire frío era refrescante, a pesar del polvo y el fuerte olor a moho. Llegaron a un suelo sucio y Thomas no vio nada hasta que Minho encendió una única bombilla al estirar de una cuerda.

La habitación era más grande de lo que Thomas esperaba; al menos medía tres metros cuadrados. Unas estanterías cubrían las paredes y había varias mesas de madera en forma de bloque; todo lo que había a la vista tenía encima un montón de cachivaches que le ponían los pelos de punta. Postes de madera, pinchos de metal, trozos grandes de malla como la que tapa los gallineros, rollos de alambre de espino, sierras, cuchillos, espadas. Una pared entera estaba dedicada al tiro con arco: arcos de madera, flechas y cuerdas de repuesto. En cuanto los vio, enseguida se acordó de cuando Alby disparó a Ben en los Muertos.

—Vaya —murmuró Thomas, y su voz sonó como un golpe sordo en aquel lugar cerrado. Al principio le asustó que necesitaran tantas armas, pero sintió alivio al ver que la mayoría estaba cubierta de una gruesa capa de polvo.

—Muchas no las usamos —le informó Minho—, pero nunca se sabe. Lo único que solemos llevar es un par de cuchillos afilados —se?aló con la cabeza un baúl grande de madera que había en un rincón con la tapa abierta, apoyada en la pared. Estaba hasta arriba de cuchillos de todas las formas y tama?os. Thomas sólo esperaba que aquella habitación siguiera siendo secreta para el resto de clarianos.

—Es un poco peligroso tener todo esto —dijo—. ?Y si Ben hubiera bajado aquí justo antes de volverse loco y atacarme?

Minho se sacó las llaves del bolsillo y las agitó con un claqueteo.

—Sólo un par de sapos con suerte tienen un juego de estas.

—Aun así…

—Deja de quejarte y coge un par. Asegúrate de que sean buenos y afilados. Luego iremos a desayunar y nos llevaremos el almuerzo. Quiero estar un rato en la Sala de Mapas antes de salir.

Thomas se despertó al oír aquello. Había tenido curiosidad por aquel edificio achaparrado desde que vio al primer corredor atravesar su amenazadora puerta. Eligió un pu?al corto plateado con una empu?adura de goma y otro con una larga hoja negra. Su entusiasmo decayó un poco. Aunque conocía muy bien lo que vivía ahí fuera, seguía sin querer pensar en por qué necesitaban armas para entrar en el Laberinto.



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