Varios chicos daban vueltas por el Claro a aquellas horas, pero por lo demás reinaba el silencio, como si todos quisieran irse a dormir y acabar el día de una vez por todas. Thomas no se quejaba; eso era exactamente lo que le hacía falta.
Las mantas que alguien había dejado para él la noche anterior todavía estaban allí. Las recogió y se acurrucó contra el cómodo rincón donde las paredes de piedra se encontraban en un manto de hiedra blanda. Al respirar hondo para intentar relajarse, recibió una mezcla de olores del bosque. El aire parecía perfecto y, de nuevo, le hizo preguntarse por el clima de aquel lugar. Nunca llovía, nunca nevaba, nunca hacía demasiado calor ni demasiado frío. Si no fuera por el peque?o detalle de que les habían apartado de sus amigos y sus familias, y de que estaban atrapados en un Laberinto con un pu?ado de monstruos, podría ser el paraíso.
Algunas cosas eran demasiado perfectas. Lo sabía, pero no encontraba ninguna explicación.
Empezó a pensar en lo que Minho le había dicho en la cena sobre el tama?o y la escala del Laberinto. Se lo creía, se había dado cuenta de lo enorme que era cuando había estado en el Precipicio. Pero no sabía cómo podían haber construido una estructura como aquella. El Laberinto se extendía kilómetros y kilómetros. Los corredores debían tener una forma física casi sobrenatural para hacer lo que hacían cada día. Y, aun así, no habían encontrado una salida. Y, a pesar de eso, a pesar de la completa falta de esperanza en aquella situación, seguían sin rendirse.
En la cena, Minho le había contado una vieja historia, una de las cosas extra?as y al azar de las que se acordaba, sobre una mujer atrapada en un laberinto. Había escapado por no apartar nunca la mano derecha de las paredes del laberinto y por deslizaría a lo largo de ellas durante todo el camino. Al hacerlo, se vio obligada a doblar a la derecha en cada giro, y las simples leyes de la física y la geometría le aseguraron al final encontrar la salida. Tenía sentido.
Pero aquí, no. Aquí, todos los caminos llevaban al Claro. Tenían que estar saltándose algo.
Ma?ana comenzaría su entrenamiento. Ma?ana podría empezar a ayudarles a encontrar lo que se estaban saltando. En ese preciso instante, Thomas tomó una decisión: se olvidaría de todo lo raro, de todo lo malo. De todo. No pararía hasta resolver el puzzle y encontrar el camino a casa.
?Ma?ana?. Aquella palabra flotó en su mente hasta que, por fin, se quedó dormido.
Capítulo 32
Minho despertó a Thomas antes de que amaneciera y le hizo una se?al con la linterna para que le siguiera a la Hacienda. Thomas enseguida se quitó de encima el aturdimiento matutino, entusiasmado por empezar su entrenamiento. Salió de debajo de la manta y siguió con ilusión a su profesor, abriéndose camino entre la multitud de clarianos dormidos sobre el césped, cuyos ronquidos eran la única se?al de que no estaban muertos. Un tenue resplandor iluminaba el Claro y lo volvía todo azul oscuro, lleno de sombras. Thomas nunca había visto aquel lugar tan tranquilo. Un gallo cantó en la Casa de la Sangre.
Finalmente, en un rincón tortuoso junto a la parte trasera de la Hacienda, Minho sacó una llave y abrió una puerta vieja que daba a un peque?o armario que servía como trastero. A Thomas le dio un escalofrío antes de ver lo que había en su interior. Distinguió unas cuerdas, unas cadenas y otros chismes mientras la linterna de Minho apuntaba al armario. Al final, la luz cayó sobre una caja abierta de zapatillas para correr. Thomas casi se rió; parecía algo tan normal…
—Ahí tienes lo mejor que recibimos —anunció Minho—. Al menos, para nosotros. Envían zapatillas nuevas en la Caja con bastante frecuencia. Si nos las dieran de mala calidad, tendríamos los pies que parecerían Marte —se inclinó hacia delante y rebuscó en una pila—. ?Qué número calzas?
—?Número? —Thomas se quedó pensando un segundo—. Yo… no sé —a veces era muy raro lo que podía o no recordar. Se agachó, se quitó uno de los zapatos que llevaba desde que había llegado al Claro y echó un vistazo por dentro—. El cuarenta y cinco.
—?Dios, pingajo, sí que tienes unos pies grandes! —Minho se levantó con un par de zapatillas plateadas y lustrosas—. Pero, por lo visto, sí que tengo unas. Tío, se podría ir en piragua con esto.
—Esas son todo un lujo.
Thomas las cogió y se apartó del armario para sentarse en el suelo, con ganas de probárselas. Minho cogió un par de cosas más antes de salir a reunirse con él.
—Sólo los corredores y los guardianes tenemos de esto —dijo Minho, y, antes de que Thomas pudiera levantar la vista mientras se ataba las zapatillas, un reloj de plástico le cayó en el regazo. Era negro y muy simple, y su esfera tan sólo mostraba un visualizador digital con la hora—. Póntelo y no te lo quites nunca. Tu vida puede depender de él.
Thomas se alegró de tenerlo. Aunque el sol y las sombras parecían bastar para saber más o menos la hora que era, probablemente necesitaría más precisión ahora que se había convertido en un corredor. Se puso el reloj en la mu?eca y, después, siguió calzándose.
El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)
James Dashner's books
- The Eye of Minds
- The Kill Order (The Maze Runner 0.5)
- Virus Letal
- The Maze Runner Files (Maze Runner Trilogy)
- Rising Fears
- The Hunt for Dark Infinity (The 13th Reality #2)
- The Blade of Shattered Hope (The 13th Reality #3)
- The Void of Mist and Thunder (The 13th Reality #4)
- The Rule of Thoughts (The Mortality Doctrine #2)
- The Journal of Curious Letters (The 13th Reality, #1)