El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Chuck le estaba mirando con las cejas arqueadas.

—Perdona —dijo Thomas mientras se levantaba, actuando tan normal como le era posible—. Sólo estaba pensando. Vamos a comer, me muero de hambre.

—Bien —respondió Chuck, y le dio a Thomas una palmada en la espalda.

Se dirigieron a la Hacienda y Chuck no dejó de hablar en todo el rato. Thomas no se quejó. Era lo más parecido a algo normal en su vida.

—Newt te encontró ayer por la noche y le dijo a todo el mundo que te dejara dormir. Y también nos contó lo que el Consejo había decidido hacer contigo. Pasarás un día en una celda y luego entrarás en el programa de entrenamiento de los corredores. Algunos pingajos se quejaron, otros aplaudieron y la mayoría actuó como si no le importara lo más mínimo. En mi opinión, creo que es impresionante —Chuck hizo una pausa para coger aliento y, después, continuó—: Aquella primera noche, cuando te pusiste a fanfarronear de que querías ser un corredor y toda esa clonc, ?foder!, me reí por dentro a carcajada limpia. No paraba de repetirme: ?Este primo se va a llevar una sorpresa desagradable?. Bueno, has demostrado que me equivocaba, ?eh?

A Thomas no le apetecía hablar sobre eso.

—Sólo hice lo que cualquiera hubiera hecho. No es culpa mía que Newt y Minho quieran que sea corredor.

—Sí, claro. No te hagas el modesto.

Ser corredor era lo último en lo que Thomas estaba pensando. En lo que no podía dejar de pensar era en Teresa, en la voz de su cabeza, en lo que decía.

—Supongo que estoy un poco entusiasmado —Thomas forzó una sonrisa abierta, aunque se encogió al pensar en que antes de empezar estaría metido en el Trullo un día.

—A ver cómo te sientes después de correr hasta echar el bofe. Bueno, mientras sepas lo orgulloso que está de ti Chucky…

Thomas sonrió por el entusiasmo de su amigo.

—Si fueras mi madre —murmuró Thomas—, la vida sería estupenda.

?Mi madre?, pensó. El mundo pareció oscurecerse por un instante. No podía acordarse ni de su propia madre. Apartó aquel pensamiento de su mente antes de que le consumiera.

Llegaron a la cocina, cogieron algo rápido para desayunar y se sentaron en dos sillas vacías de una mesa grande en el interior. Cada vez que entraba o salía un clariano por la puerta, se quedaba mirando a Thomas; algunos se acercaron para felicitarle. Salvo alguna que otra mirada sucia, la mayoría de la gente parecía estar de su lado. Entonces se acordó de Gally.

—Oye, Chuck —dijo después de darle un bocado a los huevos, intentando sonar despreocupado—, ?encontraron a Gally?

—No. Te lo iba a contar. Alguien dijo que lo vio salir corriendo hacia el Laberinto después de marcharse de la Reunión y no le han visto desde entonces.

Thomas dejó caer el tenedor, sin saber lo que se había esperado. De todos modos, aquella noticia le dejó atónito.

—?Qué? ?Lo dices en serio? ?Entró en el Laberinto?

—Sí. Todo el mundo sabe que se volvió loco. Un pingajo incluso te ha acusado de matarle ayer cuando saliste.

—No me lo puedo creer…

Thomas se quedó con la vista fija en su plato, tratando de comprender por qué Gally había hecho eso.

—No te preocupes, tío. A nadie le caía bien, sólo a sus fucos amigotes. Son los que te acusan de esas cosas.

Thomas no se podía creer que Chuck hablara de aquello como si nada.

—?Sabes?, el chaval seguramente esté muerto y tú hablas de él como si se hubiese ido de vacaciones.

Chuck le miró, pensativo.

—No creo que esté muerto.

—?Eh? Entonces, ?dónde está? ?No somos Minho y yo los únicos que hemos sobrevivido ahí fuera durante la noche?

—Eso es lo que te digo. Creo que sus colegas le han escondido en el interior del Claro, en algún sitio. Gally era un idiota, pero no creo que fuera tan tonto como para pasar la noche en el Laberinto. Como tú.

Thomas negó con la cabeza.

—A lo mejor ese es el motivo por el que lo ha hecho. Quizá quería demostrar que podía hacer lo mismo que yo. Ese tío me odia —hizo una pausa—. Me odia.

—Bueno, da igual —Chuck se encogió de hombros como si estuvieran discutiendo sobre lo que iban a tomar para desayunar—. Si está muerto, al final seguro que lo encontráis. Si no, le acabará entrando hambre y tendrá que salir para comer. No me importa.

Thomas cogió su plato y lo llevó a la encimera.

—Lo único que quiero es un día normal, un día para relajarme.

—Entonces, se ha cumplido tu maldito deseo —contestó una voz desde la puerta de la cocina, detrás de él.

Thomas se dio la vuelta para ver a Newt allí de pie, sonriendo. Aquella amplia sonrisa reconfortó a Thomas, como si hubiese descubierto que todo iba bien otra vez.