El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Te hizo sentir mejor, ?eh? Es raro cómo funciona.

Pasaron unos minutos en silencio; Thomas esperó que Chuck no se hubiese marchado.

—Eh, ?Thomas? —le llamó Chuck.

—Sigo aquí.

—?Crees que tengo padres? ?Padres de verdad?

Thomas se rió, sobre todo para apartar la repentina oleada de tristeza que le provocó aquella pregunta.

—Pues claro que los tienes, pingajo. ?Necesitas que te explique lo de los pájaros y las abejas? —le dolió en el alma. Recordaba aquella charla, pero no quién se la había dado.

—No me refiero a eso —dijo Chuck con la voz totalmente falta de alegría. Era grave y sombría, casi como si hablara entre dientes—. La mayoría de chicos que ha pasado por el Cambio recuerda cosas terribles de las que ni siquiera quiere hablar, lo que me hace dudar de si tengo algo bueno que me espere en casa. Bueno, lo que quiero decir es si crees que es posible que yo tenga una madre y un padre en algún lugar, que me echen de menos. ?Crees que ellos llorarán por la noche?

A Thomas le impactó darse cuenta de que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Había habido tanto alboroto desde su llegada que nunca había pensado en los clarianos como personas de verdad, con familias de verdad que les echaran de menos. Era raro, pero ni siquiera había pensado en él en ese sentido. Sólo en lo que aquello significaba, en quién les había enviado allí y en cómo podrían salir.

Por primera vez, sintió algo por Chuck que le hizo enfadarse tanto como para querer matar a alguien. Aquel ni?o debería estar en el colegio, en un hogar, jugando con los hijos de los vecinos. Se merecía volver a casa por la noche, con una familia que le quisiera, que se preocupara por él. Una madre que le hiciera ducharse todos los días y un padre que le ayudara a hacer los deberes.

Thomas odiaba a la gente que había cogido a aquel pobre ni?o inocente y lo había apartado de su familia. Los odiaba con una intensidad que no sabía que alguien pudiera sentir. Quería matarlos, incluso torturarlos. Quería que Chuck fuera feliz. Pero les habían arrebatado la felicidad de sus vidas. Al igual que el amor.

—Escúchame, Chuck —Thomas hizo una pausa para calmarse todo lo que pudo y asegurarse de que la voz no se le quebraba—. Estoy convencido de que tienes padres. Lo sé. Suena fatal, pero me apostaría lo que fuera a que tu madre está sentada en tu habitación ahora mismo, sujetando tu almohada, contemplando el mundo que te apartó de ella. Y sí, seguro que está llorando. Mucho. Con los ojos hinchados y la nariz moqueante.

Chuck no dijo nada, pero Thomas creyó oír que se sorbía la nariz.

—No te rindas, Chuck. Vamos a solucionarlo, vamos a salir de aquí. Ahora soy corredor y te prometo por mi vida que te devolveré a tu habitación. Haré que tu madre deje de llorar —lo decía de verdad. Lo sentía con todo su corazón.

—Espero que tengas razón —dijo Chuck con voz temblorosa. Asomó un pulgar alzado por la ventana y se marchó.

Thomas se levantó para caminar un poco por la peque?a habitación, echando chispas por el intenso deseo de mantener su promesa.

—Te lo juro, Chuck —susurró para sí mismo—. Juro que te llevaré de vuelta a casa.





Capítulo 31


Justo después de oír el chirrido y el estruendo de la piedra rozando la piedra, anunciando que se cerraban las puertas por aquel día, Alby apareció para liberarle, lo que fue una gran sorpresa. Sonó la llave de metal en la cerradura y, luego, se abrió la celda.

—No estás muerto, ?no, pingajo? —preguntó Alby.

Tenía muchísimo mejor aspecto que el día anterior y Thomas no pudo evitar mirarlo fijamente. Su piel había recuperado el color y los ojos ya no estaban llenos de venas rojas. Parecía haber engordado siete kilos en veinticuatro horas.

Alby advirtió que tenía los ojos abiertos como platos.

—Foder, chaval, ?qué estás mirando?

Thomas sacudió un poco la cabeza, como si hubiera vuelto de un trance. Su mente daba vueltas y se preguntaba qué recordaría Alby, qué sabría, qué habría dicho de él.

—?Qué…? Nada. Es impresionante que te hayas curado tan rápido. ?Estás bien ya?

Alby sacó músculo con su bíceps derecho.

—Nunca he estado mejor. Sal.

Thomas salió y esperó que sus ojos no parpadearan e hicieran visible su preocupación. Alby cerró la puerta del Trullo y se volvió para mirarle.

—La verdad es que es mentira. Me siento como un trozo de clonc cagada dos veces por un lacerador.

—Sí, así estabas ayer —cuando Alby le fulminó con la mirada, Thomas esperó que fuese en broma y enseguida se aclaró—: Pero hoy pareces como nuevo, te lo juro.

Alby se guardó las llaves en el bolsillo y apoyó la espalda en la puerta del Trullo.

—Menuda charla que tuvimos ayer, ?eh?

El corazón de Thomas latió con fuerza.

—Eeeh…, sí, me acuerdo.