El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Vamos, pu?etero delincuente —dijo Newt—. Te podrás relajar mientras estés encerrado en el Trullo. Vamos. Chuck te llevará algo de comer a mediodía.

Thomas asintió y salió por la puerta, detrás de Newt. De repente, un día en la cárcel le parecía una idea excelente. Un día para estar sentado y relajarse. Aunque algo le decía que había más posibilidades de que Gally le llevara flores que de pasar un día en el Claro sin que sucediera nada extra?o.





Capítulo 30


El Trullo estaba situado en un lugar recóndito entre la Hacienda y la pared norte del Claro, oculto detrás de unos matorrales espinosos y descuidados que, al parecer, no habían podado en siglos. Era un gran bloque de cemento mal cortado, con una diminuta ventana con barras y una puerta de madera, cerrada con un amenazador pestillo de metal oxidado que parecía sacado de la Edad Media. Newt cogió una llave de su bolsillo, la abrió y luego le hizo un gesto a Thomas para que entrara.

—Sólo hay una silla ahí dentro y nada que puedas hacer. Que te diviertas.

Thomas refunfu?ó en su interior al entrar y ver el único mueble, una silla fea y destartalada con una pata obviamente más corta que las demás, puede que a propósito. Ni siquiera tenía un cojín.

—Pásatelo bien —a?adió Newt antes de cerrar la puerta.

Thomas se volvió hacia su nuevo hogar y oyó el pestillo y la cerradura que se cerraban detrás de él. La cabeza de Newt asomó por la ventanita sin cristal y miró por entre las barras, con una sonrisita en el rostro.

—Menuda recompensa por romper las reglas. Has salvado algunas vidas, Tommy, pero aún tienes que aprender a mantener el…

—Sí, ya lo sé. El orden.

Newt sonrió.

—No eres tan malo, pingajo. Pero, seamos amigos o no, tengo que hacer las cosas como es debido para mantenernos con vida. Piensa en ello mientras estés aquí sentado mirando las malditas paredes.

Y luego se marchó.



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Pasó la primera hora; Thomas sentía cómo el aburrimiento se arrastraba hasta allí como ratas por debajo de la puerta. En la segunda hora, quiso darse de cabezazos contra la pared. Dos horas más tarde, empezó a pensar que cenar con Gally y los laceradores sería mejor que estar dentro del estúpido Trullo. Se quedó allí sentado, intentando traer a la mente recuerdos, pero los esfuerzos se evaporaban en la olvidadiza niebla antes de que llegaran a formarse.

Por suerte, a mediodía llegó Chuck con la comida y liberó a Thomas de sus pensamientos. Después de pasarle unos trozos de pollo y un vaso de agua por la ventana, adoptó su habitual papel de comerle la oreja a Thomas:

—Todo está volviendo a la normalidad —anunció el ni?o—. Los corredores están en el Laberinto, todos están trabajando; a lo mejor sobrevivimos, después de todo. Todavía no se sabe nada de Gally. Newt les dijo a los corredores que volvieran en un pispás si encontraban el cuerpo. Ah, sí, y Alby se ha levantado y anda por ahí. Parece que está bien. Newt está contento porque ya no tiene que hacer más de jefazo.

La mención de Alby hizo que Thomas dejara de prestarle atención a la comida. Se imaginó al chico retorciéndose y estrangulándose el día anterior. Entonces recordó que nadie más sabía lo que Alby había dicho después de que Newt saliera de la habitación, antes del ataque. Pero eso no significaba que Alby lo guardara para ellos dos ahora que se había levantado y estaba paseándose por allí.

Chuck continuó hablando y dio un giro totalmente inesperado:

—Thomas, estoy hecho un lío, macho. Es raro estar triste y echar de menos tu casa, pero no tener ni idea de adonde quieres regresar, ?sabes? Lo único que sé es que no quiero estar aquí. Quiero volver con mi familia. Sea lo que sea lo que me espere, lo que me hayan quitado. Quiero recordar.

Thomas se sintió un poco sorprendido. No había oído nunca a Chuck decir algo tan profundo y tan auténtico.

—Sé a lo que te refieres —murmuró.

Chuck era demasiado bajito para que Thomas le viera mientras hablaban, pero, por su siguiente frase, se imaginó que tenía los ojos llenos de una deprimente tristeza y, tal vez, incluso de lágrimas:

—Antes lloraba. Todas las noches.

Aquello hizo que Thomas dejara de pensar en Alby.

—?Sí?

—Como un bebé que moja la cama. Casi hasta el día en que llegaste aquí. Luego supongo que me acostumbré. Esto se convirtió en mi casa, aunque tengamos la esperanza de salir algún día.

—Yo sólo he llorado una vez desde que aparecí aquí, pero eso fue después de que casi se me comieran vivo. Seguramente sea un cara fuco superficial.

Thomas quizá no lo hubiese admitido si Chuck no se hubiera sincerado.

—?Lloraste? —oyó que Chuck decía por la ventana—. ?Allí fuera?

—Sí. Cuando el último por fin cayó por el Precipicio, me vine abajo y sollocé hasta que me dolieron el pecho y la garganta —Thomas lo recordaba demasiado bien—. Todo se me echó encima a la vez. Estoy seguro de que me hizo sentir mejor. No te sientas mal por llorar. Nunca.