—Oh, ya veo —dijo Bedford, contemplándole con gesto divertido. En ese momento, el teniente que había a su lado carraspeó. Bedford le miró de soslayo y después dijo—: Perdón. Me ha sorprendido tanto verle que le estoy entreteniendo aquí de pie, se?or Laurence. Por favor, venga por aquí. Lord Gardner quiere verle.
El almirante lord Gardner llevaba poco tiempo al mando de las fuerzas del canal, un puesto que había ocupado tras el retiro de Cornwallis. La presión de suceder a un líder de tanto éxito en un cargo tan comprometido le estaba pasando factura. Unos a?os antes, Laurence había servido como teniente en la flota del canal. Aunque nunca los habían presentado formalmente, Laurence, que había visto al almirante en varias ocasiones, observó que había huellas de envejecimiento en su rostro.
—Ya veo. Laurence, ?no es así? —dijo Gardner una vez que los presentó su asistente, y después musitó unas palabras que Laurence no alcanzó a escuchar—. Por favor, siéntese. He de leer estos despachos cuanto antes, y después escribiré una nota para que se la lleve a Lenton de mi parte —a?adió, rompiendo el sello y estudiando su contenido.
Lord Gardner se dedicó a gru?ir y asentir para sí mientras leía los mensajes. La aguzada vista de Laurence captó el momento en que el almirante llegaba al relato de la última escaramuza.
—Bien, Laurence, supongo que ya ha recibido una buena dosis de acción —dijo, apartando al fin los papeles—. Espero que les haya venido bien a todos para acostumbrarse. Creo que no pasará mucho tiempo sin que nos den alguna otra sorpresa. Por cierto, quiero que se lo diga a Lenton de mi parte. Me he dedicado a mandar de patrulla costera a todos los bergantines, corbetas y goletas que me he atrevido a poner en peligro, y gracias a eso sé que en las afueras de Cherburgo los franceses están atareados como abejas en una colmena. No podemos precisar aún lo que están haciendo, pero lo más fácil es que se trate de preparativos para la invasión. Y, a juzgar por su actividad, pretenden hacerlo pronto.
—Pero Bonaparte no puede tener más noticias de la flota de Cádiz que nosotros… —apuntó Laurence, inquieto por la información que acababa de oír.
El grado de confianza que tales preparativos auguraban era aterrador, y aunque Bonaparte sin duda era arrogante, su arrogancia casi siempre tenía fundamento.
—De los hechos más inmediatos, no. Ahora, gracias a Dios, estoy seguro de eso. Usted me ha traído la confirmación de que nuestros correos han estado yendo y viniendo con regularidad —dijo Gardner, tabaleando sobre el haz de papeles que reposaba sobre la mesa—. Sin embargo, Bonaparte no puede ser tan insensato de pensar que puede cruzar sin la flota, y eso sugiere que espera su llegada a no mucho tardar.
Laurence asintió. Esas expectativas podían ser infundadas o demasiado optimistas, pero el hecho de que Bonaparte las albergara significaba que un peligro inminente se cernía sobre la flota de Nelson.
Gardner selló el fajo con los mensajes de respuesta y se lo tendió a Laurence.
—Tome. Le estoy muy agradecido por esto, Laurence, y también por traernos el correo. Ahora supongo que querrá comer con nosotros, junto con sus colegas capitanes —dijo, levantándose de la mesa—. Creo que el capitán Briggs, del Agincourt, también se unirá a nosotros.
Toda una vida de adiestramiento naval había inculcado en Laurence el precepto de que una invitación de un oficial superior equivalía a una orden. Aunque Gardner ya no era su superior en sentido estricto, ni se le pasó por la cabeza la idea de rechazarla, pero no dejaba de inquietarse un poco por Temerario, y aún más por Nitidus. El Azul de Pascal era una criatura nerviosa que en circunstancias ordinarias requería grandes dosis de cuidados por parte del capitán Warren. Laurence estaba seguro de que Nitidus sufría una gran ansiedad ante la perspectiva de quedarse a bordo de aquella plataforma flotante improvisada, lejos de su cuidador y de cualquier oficial por encima del rango de teniente.
Y sin embargo, los dragones esperaban en condiciones similares en muchas ocasiones. Si la amenaza de un ataque aéreo contra la flota hubiera sido más grave, varios de ellos habrían tenido que permanecer estacionados a todas horas sobre las plataformas mientras sus capitanes se reunían con los oficiales navales para trazar planes. A Laurence no le gustaba someter a los dragones a esa espera por un motivo tan fútil como una cita para comer; pero honradamente, tampoco podía asegurar que existiera ningún peligro real para ellos.
—Se?or, nada me complacería más, y estoy seguro de que hablo también en nombre de los capitanes Warren y Chenery —contestó.
No había nada más que hacer. De hecho, Gardner ni siquiera esperó su respuesta y se fue hacia la puerta para llamar a su teniente.
Sin embargo, el único que acudió en respuesta a las banderas que les invitaron a comer fue Chenery, que traía con él disculpas sinceras y a la vez algo tibias.
—Nitidus se pone muy nervioso si se queda solo, por lo que Warren ha pensado que era mejor quedarse con él —fue la única explicación que, en tono jovial, le ofreció a Gardner.