Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Dunne incluso abrió la boca y por un momento pareció a punto de protestar, pero la gélida mirada de Laurence le hizo reprimir su comentario. No podía permitirse tal grado de insubordinación.

 

Tras terminar el sermón y despacharlos de vuelta a sus tareas, Laurence descubrió que él también sentía cierta desazón al recordar que su comportamiento de la noche anterior no había sido del todo irreprochable. Se consoló a sí mismo diciéndose que Roland era oficial y colega. Su compa?ía no podía compararse a la de unas prostitutas, y además ellos no habían dado un espectáculo público, lo cual era la clave del asunto. Sin embargo, su propio razonamiento le sonaba un tanto falso, así que se alegró de la distracción que el trabajo suponía. Emily y los otros dos mensajeros aguardaban ya al lado de Temerario con las pesadas sacas del correo acumulado para la flota que llevaba a cabo el bloqueo.

 

El gran poder de la flota británica hacía que las naves del bloqueo se encontraran en un extra?o aislamiento. En contadas ocasiones había que enviar a un dragón para que les ayudara. Salvo los mensajes y suministros más urgentes, una fragata se encargaba de brindarles lo necesario, y debido a eso apenas tenían ocasión de escuchar noticias recientes o recibir el correo. Los franceses podían tener veintiuna naves en Brest, pero no se atrevían a salir para enfrentarse con los marineros ingleses, mucho más experimentados. Sin apoyo naval, los franceses no podían arriesgarse a un bombardeo ni siquiera con un ala pesada de combate, pues en las cofas había francotiradores preparados a todas horas, y los arpones y los ca?ones de pimienta estaban siempre listos en cubierta. De vez en cuando se producía un ataque de noche, pero normalmente lo llevaba a cabo un solo dragón de raza nocturna y en esas circunstancias los fusileros solían arreglárselas bien. Incluso en el caso de que llegaran a lanzar un ataque masivo, los dragones que patrullaban al norte podían divisar fácilmente una bengala de aviso.

 

El almirante Lenton había decidido reorganizar a todos los dragones de la formación de Lily que aún seguían ilesos y asignarles misiones cada día según las necesidades, con la idea de mantenerlos ocupados y a la vez patrullar un área más extensa. Aquel día había ordenado que Temerario volara en cabeza, con Nitidus y Dulcia a sus flancos. Tenían que seguir el rastro de la formación de Excidium en el primer tramo de la patrulla del canal y después escindirse de ella para hacer una pasada sobre el escuadrón principal de la flota del canal, que en aquellos momentos acababa de salir de Ushant y estaba bloqueando el puerto francés de Brest.

 

El aire de la ma?ana era tan claro y fresco que no se había levantado niebla: el cielo brillaba con nitidez y debajo de él las aguas se veían casi negras. Mientras entornaba los ojos para no deslumhrarse, sentía envidia de los alféreces y los guardiadragones, que se estaban untando polvo de galena negro bajo los ojos; como jefe de la vanguardia, él estaría al mando del peque?o grupo mientras siguieran separados de los demás, y era muy probable que al posarse en el buque insignia le ordenaran presentarse ante el almirante lord Gardner.

 

Gracias al buen tiempo, fue un vuelo agradable, aunque no del todo tranquilo. Una vez sobre mar abierto, las corrientes de aire variaban de forma impredecible y Temerario obedecía un instinto inconsciente que le llevaba a elevarse y dejarse caer para aprovechar las mejores rachas de viento. Después de una hora de patrulla, llegaron al punto donde debían separarse. La capitana Roland se despidió de ellos con la mano mientras Temerario viraba hacia el sur y adelantaba a Excidium. El sol estaba casi sobre sus cabezas y su luz rielaba sobre el océano.

 

—Laurence, ya veo los barcos delante de nosotros —dijo Temerario después de una media hora.

 

Laurence tomó el telescopio, pero tuvo que hacerse sombra con la mano y entrecerrar los ojos contra el sol para distinguir las velas sobre el agua.

 

—Bien divisado —respondió Laurence, y a?adió—: Por favor, se?or Turner, hágales la se?al confidencial.

 

El alférez de se?ales empezó a levantar en orden las banderas que los identificarían como una patrulla inglesa. En su caso, gracias al aspecto inconfundible de Temerario, se trataba de una mera formalidad.

 

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