Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Gracias, Jean Paul, le agradecería mucho que me hiciera compa?ía si no está demasiado cansado —respondió ella, casi apurando ya su segunda taza—. Procure no entretenerse mucho, Laurence: estoy segura de que Temerario debe de sentirse angustiado. Le agradezco mucho que haya venido.

 

Laurence se despidió de ellos con una leve inclinación. Se sintió incómodo por primera vez desde que había empezado a tratar con Harcourt. Ella se había reclinado, al parecer sin darse cuenta, contra el hombro de Choiseul, y él la miraba sin disimular su afecto. A la postre, era bastante joven y no pudo evitar echar de menos la ausencia de una buena carabina.

 

Se consoló al pensar que no iba a ocurrir nada estando Lily y toda la dotación presentes, incluso aunque ninguno de los dos estuviera molido, como era el caso. De todos modos, en las actuales circunstancias, no podía quedarse allí. Se encaminó a toda prisa hacia el claro donde se hallaba Temerario.

 

Pasó el resto del día gratamente sumido en la holgazanería, cómodamente sentado en su lugar habitual en el pliegue del codo de la pata delantera de Temerario, escribiendo cartas. Había mantenido una extensa correspondencia con sus conocidos durante su estancia en alta mar, al disponer de muchas horas sin nada que hacer, y ahora muchos de ellos eran devotos corresponsales. También su madre se había aficionado a escribirle cartas rápidas y escuetas, evidentemente sin el conocimiento de su padre; al menos no habían sido franqueadas, por lo que no le quedaba otro remedio que pagar por el franqueo al recibirlas.

 

Temerario se había atiborrado para compensar la falta de apetito de la noche anterior. Ahora atendía a las cartas que Laurence escribía y le dictaba sus propias contribuciones, enviando saludos a lady Allendale y a Riley.

 

—No te olvides de decirle al capitán Riley que le dé mis mejores deseos a la tripulación del Reliant —dijo—. Parece que ha pasado tanto tiempo, Laurence, ?no te parece? No he tomado pescado desde hace meses.

 

Laurence sonrió ante esta peculiar forma de medir el paso del tiempo.

 

—Han ocurrido muchas cosas, eso es cierto. Me resulta extra?o pensar que aún no ha transcurrido un a?o —comentó mientras sellaba el sobre y escribía la dirección—. Sólo espero que estén todos bien.

 

Aquélla era la última misiva y, con satisfacción, la puso sobre una pila bastante grande; ahora se sentía mucho mejor consigo mismo.

 

—Roland —llamó. Ella se aproximó corriendo desde el lugar donde los cadetes estaban jugando a las tabas—. Ve y entrega esto en el despacho de correos —le ordenó mientras le entregaba el montón.

 

—Se?or —dijo ella con cierto nerviosismo al recoger las cartas—. Cuando termine, ?puedo tomarme libre la tarde?

 

A él le asombró la petición. Varios alféreces y suboficiales habían efectuado la misma solicitud y estaba seguro de que deseaban ese permiso para visitar la ciudad, pero se le antojaba absurda la idea de que una cadete de diez a?os vagabundeara por Dover, incluso aunque no se hubiera tratado de una chica.

 

—?Es para irte tú sola, o irás con alguno de los otros? —preguntó, pensando que quizá la habría invitado alguno de los oficiales mayores para una excursión respetable.

 

—No, se?or, sólo yo —contestó ella.

 

Parecía tan esperanzada que, por un momento, Laurence pensó concedérselo e incluso llevarla él mismo, pero no quería dejar solo a Temerario para que le diera vueltas a lo acaecido el día anterior.

 

—Quizás en otro momento, Roland —replicó con delicadeza—. A partir de ahora, vamos a pasar mucho tiempo en Dover, y te prometo que habrá otras oportunidades.

 

—?Vaya! —exclamó ella, alicaída—. Sí, se?or.

 

Se alejó con el ánimo tan decaído que Laurence se sintió culpable. Temerario la observó marcharse e inquirió:

 

—Laurence, ?hay algo que sea particularmente interesante en Dover, tanto que debamos ir a verlo? Mucha gente de nuestra tripulación se está preparando para hacer una visita.

 

—Bueno… —repuso Laurence. Se sentía bastante incómodo ante la perspectiva de tener que explicarle que la principal atracción de la ciudad consistía en las prostitutas y el licor barato del puerto. Probó suerte—. Bien, en una ciudad hay mucha gente y se ofrecen algunos entretenimientos de una cierta intimidad.

 

—?Te refieres a algo parecido a los libros? —preguntó Temerario—. Aunque yo nunca he visto leer a Dunne o a Collins, parecían muy excitados con la perspectiva de la visita. No hablaron de otra cosa en toda la tarde de ayer.

 

Laurence maldijo silenciosamente a los dos desafortunados suboficiales por complicarle tanto la tarea y empezó ya a planear la larga lista de encargos de ambos durante la próxima semana con ánimo vengativo.

 

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