Permanecía sentado sobre la pata delantera de Temerario cuando tuvo repentina conciencia de cuan desarreglado iba. Se deslizó apresuradamente al lado opuesto para que el cuerpo de Temerario le ocultara por completo. Aunque no dispuso de tiempo para ponerse la chaqueta que colgaba de la rama de un árbol a una cierta distancia, sí consiguió remeterse la camisa dentro de los pantalones y se anudó el pa?uelo a toda prisa alrededor del cuello.
Se acercó para saludarlas con una reverencia y estuvo a punto de trastabillar cuando la pudo ver con claridad, ya que, aunque no era poco agraciada, el rostro estaba marcado por una grave herida, una cicatriz que sólo podía haber hecho una espada. El ojo izquierdo daba la sensación de estar un poco caído en la esquina externa, ya que la hoja parecía haber errado por poco y a partir de ahí, la carne mostraba un surco bermejo e hinchado que recorría toda la cara y se desvanecía en una fina cicatriz blanca al cruzar el cuello. La mujer tendría aproximadamente su edad, tal vez un poco más, la cicatriz hacía difícil saberlo; pero de cualquier modo, lucía las triples barras que la identificaban como un capitán de alto rango, incluso llevaba una peque?a medalla de oro del Nilo en la solapa de su abrigo.
—Laurence, ?no es así? —afirmó sin esperar ningún tipo de presentación mientras él aún luchaba para ocultar su sorpresa—. Soy Jane Roland, la capitana de Excidium; me gustaría que me concediera el favor personal de llevarme a Emily esta tarde, si ella no tiene nada pendiente que hacer…
Miró con intención hacia los cadetes y alféreces que haraganeaban por allí; hablaba con tono sarcástico y parecía claramente ofendida.
—Le pido perdón —rogó Laurence, dándose cuenta de su error—. Creía que ella quería quedarse libre para ir a visitar la ciudad. No sabía que… —Apenas pudo detenerse en este punto antes de decir algo inconveniente; estaba bastante seguro de que eran madre e hija, no sólo debido al apellido, sino también por un cierto parecido en los rasgos y la expresión, aunque sencillamente le costaba asumirlo—. Por supuesto que puede llevársela —finalizó en lugar de continuar con el pensamiento anterior.
Al escuchar su explicación, la capitana Roland se relajó de pronto.
—?Ja! Ya veo, en menudas diabluras habrá pensado usted que iba a meterse —comentó, al tiempo que soltaba una risa campechana y poco femenina—. Bien, le prometo que no dejaré que se desmande y la tendré aquí de vuelta a las ocho de la tarde. Gracias. Excidium y yo no la hemos visto en casi un a?o y corremos el riesgo de olvidar cómo es.
Laurence volvió a inclinarse y las vio marchar. Emily se esforzaba para mantener la zancada masculina de su madre, hablando todo el tiempo con una excitación y entusiasmo evidentes, y despidiéndose con la mano de sus amigos mientras se marchaba. Mirándolas alejarse, Laurence se sintió un poco estúpido; había terminado por acostumbrarse a la capitana Harcourt, y debería haber sido capaz de llegar por sí solo a la conclusión natural de que eran madre e hija. Después de todo, Excidium era otro Largario y, posiblemente, también habría insistido en tener una capitana, tal como había hecho Lily, y con todos sus a?os de servicio, su capitán apenas podría haber evitado el combate. Aun así, Laurence tuvo que reconocer que estaba sorprendido, incluso algo aturdido, al ver una mujer tan atrevida. Harcourt, su otro ejemplo de una capitana, era, sin duda, femenina, pero también bastante joven y consciente de su reciente promoción, por lo cual aún no se sentía segura.
Con el tema de su matrimonio todavía fresco en la mente después de la conversación con Temerario, no pudo evitar preguntarse por el padre de Emily. Si el matrimonio era un asunto incómodo para un aviador, parecía casi inconcebible en el caso de una mujer. Lo único que se le ocurría era que Emily fuera una hija ilegítima pero, tan pronto la idea surgió en su mente, se reprendió a sí mismo por pensar así de una mujer tan perfectamente respetable como la que acababa de encontrar.
Sin embargo, llegado el momento, aquella intuición se vería confirmada.
La capitana le había invitado a reunirse con ella para una cena a última hora en el club de oficiales cuando volvió con Emily. Tras unos cuantos vasos de vino, él no había sido capaz de resistirse a la idea de hacer una pregunta tentativa sobre la salud del padre de Emily, a lo que la capitana respondió:
—Me temo que no tengo la más ligera idea, no le he visto desde hace diez a?os. Ya sabe, no es como si estuviéramos casados. Dudo siquiera que sepa el nombre de Emily.
No parecía sentir el menor asomo de culpa y, después de todo, Laurence ya se había percatado de que una situación de mayor legitimidad habría resultado imposible. Sin embargo, se sentía incómodo; por suerte ella se dio cuenta y, lejos de tomárselo a mal, dijo con tono amable: