Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—?Ha llegado algún despacho del bloqueo de Cádiz? —preguntó—. ?Se ha producido allí alguna acción?

 

—No que yo sepa—dijo Lenton—.Ah, claro, ya veo, usted es nuestro chico de la Armada, ?no? Bueno, aquellos de ustedes cuyo dragón no esté herido, y mientras se recuperan los demás, comenzarán a patrullar sobre la flota del canal. Podrán aterrizar de vez en cuando en el buque insignia para enterarse de las noticias. Nuestros combatientes estarán endemoniadamente contentos de verlos, no hemos podido apartar a nadie de su trabajo durante el tiempo suficiente para enviarles el correo desde hace un mes.

 

—Entonces, ?quiere que estemos listos ma?ana? —preguntó Chenery, reprimiendo sin conseguirlo un bostezo.

 

—No, puedo concederles un día. Vean cómo están sus dragones y disfruten del descanso mientras dure —contestó Lenton, con una risa aguda, parecida a un rebuzno—. Les tendré a todos fuera de la cama al alba de pasado ma?ana.

 

Al día siguiente, Temerario durmió profundamente hasta bien entrada la ma?ana, lo cual permitió a Laurence ocuparse de sus cosas durante algunas horas después del desayuno. Se encontró con Berkley en la mesa, y caminaron juntos para ver a Maximus. El Cobre Regio todavía estaba comiendo una procesión continua de ovejas recién sacrificadas que tragaba una detrás de otra. Con la boca llena, emitió un mudo y sordo saludo de bienvenida cuando se acercaron al claro.

 

Berkley sacó una botella de un vino bastante malo, y se bebió la mayor parte en tanto que Laurence, por pura cortesía, daba peque?os sorbos de su vaso mientras comentaban la batalla otra vez, para lo cual trazaron diagramas en el polvo del suelo y emplearon guijarros para representar a los dragones.

 

—Si pudiéramos conseguirlo, nos vendría bien incorporar un dragón ligero a la formación, un Abadejo Gris. Situado en lo alto, desempe?aría funciones de vigía —sostuvo Berkley, sentándose pesadamente sobre una roca—. éste es el problema de que todos nuestros dragones sean tan jóvenes; cuando les entra el pánico a los grandes, los más peque?os se sobresaltan aunque estén más al tanto de lo que pasa.

 

—Espero que esta escaramuza sirva al menos para que adquieran cierta experiencia a la hora de controlar el miedo —dijo Laurence—. En otras circunstancias, los franceses no deberían contar con tener unas condiciones tan propicias. Nunca hubieran conseguido emboscarnos sin la capa de nubes.

 

—Se?ores, ?están reflexionando sobre la disposición de vuelo de ayer? —Choiseul pasaba por allí hacia los cuarteles; se les reunió y se agachó junto al diagrama—. Lamento mucho no haber llegado al comienzo.

 

Su abrigo estaba lleno de polvo y el pa?uelo de cuello muy manchado de sudor; parecía como si no se hubiera cambiado de ropa desde el día anterior y una fina red de venas rojas se extendía por el blanco de sus ojos. Se frotó la cara mientras miraba atentamente el dibujo.

 

—?Ha estado en pie toda la noche? —preguntó Laurence.

 

Choiseul sacudió la cabeza.

 

—No, aunque me he turnado con Catherine… con Harcourt… para atender a Lily y poder dormir un poco; de otro modo, ella no habría descansado.

 

El francés cerró los ojos con un enorme bostezo y casi se cayó.

 

—Merci —dijo, agradeciendo la mano firme de Laurence, que le sujetó, y se levantó lentamente hasta ponerse de pie—. Siento verme obligado a dejarles. Debo llevarle algo de comida a Catherine.

 

—Procure descansar un poco —le aconsejó Laurence—. Yo se la llevaré. Temerario está dormido, y yo no tengo nada que hacer.

 

Harcourt, pálida a causa de la ansiedad, estaba ya levantada y bastante despierta, dando órdenes a la tripulación y alimentando a Lily con trozos de filete de buey aún humeantes, que le daba con su propia mano, sin parar de musitar palabras de ánimo. Laurence le había traído un poco de pan con tocino; ella pretendió tomar el sándwich con las manos ensangrentadas, ya que no quería interrumpir lo que hacía, pero él logró con paciencia que se aseara un poco y comiera mientras la reemplazaba un miembro de su tripulación. Lily continuó comiendo con un ojo dorado puesto en Harcourt, para asegurarse de que no se iba.

 

Choiseul regresó antes de que a la aviadora le quedara poco para terminar, sin el pa?uelo ni el abrigo y con un criado tras él que traía un tazón de café, fuerte y caliente.

 

—Su teniente le anda buscando, Laurence; Temerario ha comenzado a desperezarse —dijo, dejándose caer pesadamente al lado de la aviadora—. No consigo dormirme; el café me ha sentado bien.

 

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