Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Laurence, ?siempre es así después de una batalla?

 

Laurence no necesitó preguntar a qué se refería; la tristeza y la pena del dragón eran evidentes. Resultaba difícil tener claro qué contestar. Deseaba tranquilizarlo a toda costa, pero también él se sentía todavía tenso y airado, y aunque la sensación le era familiar, su persistencia, no. Había tomado parte en muchos lances bélicos no menos letales y peligrosos, pero este último había diferido de los anteriores en un aspecto crucial: cuando el enemigo cargó hacia ellos, no amenazaban a su barco, sino a su dragón, que ya era para él la criatura más querida del mundo. Tampoco podía contemplar las heridas de Lily o de Maximus o cualquier otro integrante de la formación con distancia; aunque no se trataba de Temerario, eran auténticos camaradas de armas. No era lo mismo, en absoluto, y el ataque por sorpresa le había pillado sin haber sido capaz aún de hacerse a la idea de ello.

 

—Me temo que en muchas ocasiones suele ser más difícil después, en especial cuando un amigo ha resultado herido o ha muerto —respondió al fin—. He de reconocer que esta acción es especialmente difícil de soportar, ya que por nuestra parte no había nada que ganar, ni tampoco lo buscábamos.

 

—Sí, eso es cierto —comentó el dragón, con el collar colgando suelto en torno al cuello—Ayudaría poder pensar que hemos peleado tan duro y que Lily ha resultado herida por una causa, pero ellos acudieron a abatirnos y ni siquiera fuimos capaces de protegernos.

 

—Eso no es del todo cierto, tú protegiste a Lily —le contradijo Laurence—. Míralo de este modo: los franceses efectuaron un ataque muy inteligente y habilidoso. Nos tomaron por sorpresa con una fuerza que nos igualaba en número, pero nos aventajaba en experiencia. Los derrotamos y los rechazamos. Eso es algo de lo que enorgullecerse, ?no?

 

—Supongo que sí —contestó Temerario, acomodando los hombros mientras se relajaba; luego, a?adió—: Sólo deseo que Lily se recupere.

 

—Esperemos que así sea. Ten la certeza de que se hará todo lo humanamente posible por ella —contestó Laurence al tiempo que le acariciaba el hocico—. Ahora, venga, debes estar cansado, ?no quieres dormir un poco? ?Te leo algo?

 

—Dudo que pueda dormir —contestó Temerario—, pero sí me gustaría que me leyeras. Voy a tumbarme aquí tranquilo y así descanso.

 

Bostezó en cuanto terminó de hablar y se quedó dormido antes de que a Laurence le diera tiempo de tomar el libro. El tiempo había cambiado al fin, y las cálidas y cadenciosas espiraciones de su nariz levantaban peque?as nubéculas en el aire frío.

 

Laurence le dejó dormido y se encaminó deprisa hacia los cuarteles generales de la base. Linternas colgadas iluminaban el camino que atravesaba los campos de los dragones, aunque más adelante se podían ver las luces de las ventanas. Un viento de levante traía el aire salado desde el puerto, mezclado con el olor cúprico de los cálidos dragones, que apenas percibía de tan familiar que le resultaba. En el segundo piso tenía una habitación caldeada, con una ventana que daba a los jardines traseros. Ya habían desempaquetado su equipaje. Miró los trajes arrugados con pesar; era evidente que los criados de la base tenían los mismos conocimientos en empaquetado que los aviadores.

 

A pesar de lo tardío de la hora, oyó un gran alboroto de voces exaltadas cuando se acercó al comedor de los oficiales de mayor rango. Los otros capitanes de la formación estaban reunidos en torno a la gran mesa donde apenas habían probado bocado.

 

—?Se sabe algo de Lily? —preguntó mientras tomaba la silla vacía entre Berkley y el capitán de Dulcía, Chenery.

 

únicamente faltaban la capitana Harcourt y el capitán Little, de Immortalis.

 

—La ha rajado hasta llegar al hueso, el muy cobarde, eso es todo lo que sabemos —dijo Chenery—. Todavía la están cosiendo, pero no ha querido comer nada.

 

Laurence sabía que eso era una mala se?al; los dragones heridos solían tener un apetito voraz, a menos que sintieran un dolor muy grande.

 

—?Y Maximus y Messoria? —preguntó, mirando hacia Berkley y Sutton.

 

—Maximus ha comido bien, y ya se ha dormido —dijo Berkley. Su rostro habitualmente plácido parecía demacrado y ojeroso, y tenía una línea de sangre reseca que comenzaba en la frente y se adentraba en su hirsuto cabello—. Estuviste muy rápido hoy, Laurence, si no habríamos perdido a Lily.

 

—No lo suficiente —respondió Laurence con un hilo de voz, adelantándose al murmullo de asentimiento.

 

No tenía el más mínimo deseo de que le alabaran por el trabajo de aquella jornada, aunque se sentía orgulloso de lo que Temerario había hecho.

 

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